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Jueves, 24 de junio de 2010

BOLAS NEGRAS EL SUB-SUPLEMENTO DEL NO PARA SUDáFRICA 2010

Todos somos vuvuzela

 Por Javier Aguirre

Uno de los desafíos más extraños que propone un Mundial es la de plantear, hasta cuatro veces por día, la necesidad de abolir neutralidades y “tomar partido”. Eso lleva a situaciones indefendibles como la de evaluar con toda seriedad por quién hinchar en un Argelia-Eslovenia o en un Dinamarca-Japón. Tamaña toma de posición desata un complejo entramado de seudopreferencias, seudohistoriales, seudoprejuicios y seudolealtades: “voy con éstos porque son latinoamericanos”, “voy con aquéllos porque sufrieron un tsunami hace dos años”, “ojalá a éstos les vaya mal porque nos eliminaron del Mundial ‘74”, “ojalá ésos pierdan porque un rey de su país ordenó matanzas en el siglo XVII”, y así. Y ese sub-deporte de tomar partido se traslada a la gran vedette de la periferia mundialista de Sudáfrica 2010: esa corneta plástica llamada vuvuzela.

A esta altura del Mundial, de un lado están los pensadores antivuvuzelistas, quienes consignan el mancomunado repudio de futbolistas y enviados especiales a Sudáfrica, denuncian un nombre piantavotos que suena tanto a enfermedad (varicela, viruela) como a expresión despectiva (¿una vuvuzela es una “vuvuza” pedorra?), y advierten que el audio de las transmisiones de los partidos remite a un documental sobre la fabricación de motosierras, o a un reality sobre picadas producido en el Autódromo de Lugano.

En la otra vereda están los intelectuales vuvuzelistas, quienes la consideran un típico exponente del colorido folklórico mundialista (como lo fueron los papelitos de Argentina ‘78 o la “ola” de México ‘86), destacan las felices caritas de miles de sudafricanos que soplan con frenesí aunque su seleccionado haga un papelón, y destacan que su zumbido acerca el deporte a la naturaleza, pues las transmisiones de los partidos remiten a un Mundial de Abejas.

Para unos se trata de un producto industrial berreta cuya fabricación, de origen holandés, es heredera del colonialismo de Holanda en Sudáfrica. Para otros es la forma actual de un instrumento de viento tradicional africano, el cuerno kudu, que mutó hacia un formato futbolero. Unos la acusan de dañar la garganta del intérprete y de diseminar enfermedades mediante el rociado de saliva; otros la venden por Internet en oportunos colores blanco y celeste por sólo 9,90 pesos. Unos proponen filtros para descargar a la computadora (“Vuvuzela Filtering”) y limpiar de zumbidos los audios de los partidos, o promueven un silenciador de frecuencias no digital que funciona mediante un equipo de radioaficionado (fue el científico croata Mario Stipcevic, que debe ser igualito al inventor de Los Simpson); otros disfrutan de pistas de vuvuzelas en mp3, ringtones (Apple ya vendió un millón), aplicaciones para iPhone y Blackberry, o hasta una web (vuvuzela-time.com.uk) que permite navegar por cualquier sitio escuchando permanentes vuvuzelas.

¿Qué debe hacer el espectador neutral? ¿Adherir al vuvuzelismo cómplice o militar en el antivuvuzelismo desestabilizador? Para decidir hay tiempo hasta el 11 de julio. Mientras tanto, mientras Palermo se ganó el martes pasado un súper vuvuzelazo en el Obelisco, se puede ir arriesgando cuál será la primera banda de rock que se animará a grabar vuvuzelas (o bien a samplearlas) en su próximo disco.

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