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Jueves, 7 de abril de 2011

JUNTOS: LUCIANO NAPOLITANO Y LOLO, DE MIRANDA!

No tan distintos

De buenas a primeras, la idea de juntar a Luciano Napolitano –hijo de Pappo y cultor del heavy metal– con el excéntrico mundo pop de Lolo Fuentes –guitarrista de Miranda!– era por lo menos provocadora. Y lo que no podíamos imaginarnos era que el encuentro de estos dos planetas que parecían tan distantes iba a terminar a los abrazos.

 Por Jose Totah

n“Sos terrícola”, le confirma Luciano Napolitano a Lolo Fuentes, el violero de Miranda! Lo dice sorprendido, mirándolo de pies a cabeza, con ojos de antropólogo y cierto tono de admiración. Los dos estallan en una carcajada. Vienen de estar una hora zapando en la sala de ensayo del hijo de Pappo, en una vieja casa-taller con perros de la localidad de Tigre. Cervezas de por medio, se han pasado la tarde charlando sobre casi todo: arrancaron hablando de violas y escalas pentatónicas, y terminaron imitando los gritos de Ozzy Osbourne, evocando historias del Carpo y sentando precedente contra futuros combates entre tribus rockeras: “Acarrear con las divisiones del pasado ya fue”, declara Luciano.

El viaje

Es un miércoles lluvioso, en la previa del último fin de semana largo de marzo, y estamos en la puerta del edificio en donde vive Leandro Fuentes (Lolo). La idea es ver qué pasa si juntamos a dos violeros de palos completamente opuestos. El experimento tiene sus riesgos. El asunto bien podría terminar a los gritos; uno en defensa del glamour popero y el otro, desenfundando la espada del rock duro y los fierros. Brillantina, metal y trompadas, todo en el mismo cuadro. “Lo único que me dijeron es que si Luciano te ofrece cerveza, tenés que aceptar”, avisa Cecilia, la fotógrafa del NO. El dato sirve es una llave para usar cuando llegue el momento.

Desde el sexto piso baja la versión más rockera que vi de Lolo: pantalones ajustados, botas marrones y remera gastada de los Stones. Pongo su guitarra en el baúl y enfilamos los tres hacia Tigre, en medio de un lío de autos que tapona una Lugones lluviosa. El violero de Miranda! toma agua mineral y jura que está haciendo vida sana: desayuna con frutas, entrena casi todos los días, abandonó el alcohol y anda en bicicleta y rollers de acá para allá. Dice que viene de estar el fin de semana en Mar del Plata, en donde filmó una película soft porn y que, además de trabajar en el nuevo disco de Miranda!, se la pasa componiendo canciones propias en el Pro Tools (un programa de grabación multipista que usa la mayoría de los músicos). Mientras habla, pienso si habrá siquiera un punto en común entre él y Luciano, quien unos días atrás me dijo por teléfono con voz de poquísimas pulgas: “No voy a confrontar”.

Ibamos a juntarnos a las cuatro de la tarde en la sala de Luciano, pero el caos de la Panamericana nos hace llegar a las cinco, después de haber opinado sobre casi todo, desde el tsunami en Japón hasta Cristina, Macri, las bicisendas y por qué es más sano desayunar frutas que café con leche.

La llegada

Se abre un portón automático sobre la calle Juncal, en Tigre, y tres perros nos reciben alborotados. “Porotaaaa”, se escucha desde el fondo, y uno de ellos vuelve, obediente, hacia su dueño. Luciano y un amigo nos dan la bienvenida en una mesa larga con cervezas, coca y papas fritas. Pelo largo, remera negra de Lovorne –su banda– y hospitalidad rockera. Como en un encuentro de tribus vecinas, se hacen regalos en son de paz, en una suerte de primitivo código quimosabi. Lolo le entrega un libro de guitarristas y el líder de Lovorne devuelve la gentileza con una copia de su último disco, Efecto Rock, un poster y un ejemplar del libro El querido Pappo: historias no conocidas por la prensa, de Marie Soula Febre, abuela de Luciano.

“La mejor loco, la mejor de las mejores”, clama Napolitano. Si uno cierra los ojos y escucha esa risa de bujía empastada, podría jurar que el mismísimo Carpo está presenciando la entrevista. “Ya pasó la parte difícil”, pienso. Si ése fue el choque de planetas, lo que sigue tiene que ser un paseo. Quizá sea uno el prejuicioso, después de todo. Con los vasos llenos –por si acaso, nadie rechaza la cerveza–, la entrevista comienza.

–¿En qué proyectos anda cada uno?

Luciano: –(Mientras agrega Coca-Cola a la birra) Estamos presentando Efecto Rock. Vamos a rotar por Campana, Escobar y después por Mendoza, Córdoba, Buenos Aires y el Sur.

Lolo: –Además de estar trabajando en el próximo disco de Miranda!, me la paso grabando canciones, componiendo desde la guitarra y con letras propias. Me suelo juntar con Ezequiel Araujo (ex El Otro Yo) y Jorgito Rossi (ex Intoxicados). Con uno sale un tema electrónico y con el otro la rockeamos más.

–¿Se imaginan tocando juntos?

Lolo: –Si nos ponemos de acuerdo en un tono y tocamos la escala pentatónica...

Luciano: –(Se levanta, le choca la mano a Lolo) Pentatónica, bien ahí. La pentatónica es Dios.

–¿Siguen estudiando el instrumento, o a esta altura sólo ensayan y tocan en vivo?

Lolo: –Yo sigo estudiando. Me interesa mucho la composición, la armonía, pero me cuesta ser constante. Va la segunda vez en el año que llamo al profesor y le digo que no estoy motivado. Ya arrancaré con otro; cada dos o tres meses hago lo mismo.

Luciano: –Antes de ir a dormir toco un rato, pero ya no puedo dedicarle tantas horas a la guitarra como en otros tiempos. A veces me cuelgo a sacar un tema. Hace como ocho años que estoy sacando de oído Diario de un loco, de Ozzy Osbourne. El violero en ese momento era Randy Rhoads.

–¿Cuáles son los cinco guitarristas que más admiran?

Luciano: –Jimi Hendrix, Muddy Waters, Johnny Winter, Randy Rhoads y el quinto se lo dejo a todos los demás.

Lolo: –Randy Rhoads me gusta mucho, pero Zakk Wylde (violero de Ozzy) es increíble también. Lo vi en River con Ozzy. Fue increíble. Mis preferidos son: Johnny Marr (The Smiths), Jimi Hendrix y Stevie Ray Vaughan, que vendría a ser como un Hendrix, pero ordenado, limpio como agüita mineral. Y Keith Richards me gusta mucho. La apertura de triada que tiene y las afinaciones abiertas siempre me gustaron.

Luciano: –Eso es lo que estoy estudiando ahora. Con el slide es genial. El Mi en Re. “Rauruurururu” (imita una viola bien podrida).

Lolo: –Como cuando empieza No More Tears (himno de Ozzy), que tiene la mejor línea de bajo que escuché en mi vida.

“Tacatán, tacatán, tacatán, tacatán, tacatán” (cantan al unísono la línea de bajo del comienzo del tema).

Luciano: –Con mi banda, al principio, hacíamos covers de Ozzy. Por suerte nunca nos escuchó.

Lolo: –(Imita a Ozzy) No more teeeeeaaars...

–Hasta hoy, que se vieron las caras por primera vez, ¿qué sabía uno del otro?

Luciano: –¿Puede ser que hayamos dado el examen de Sadaic juntos?

Lolo: –No, ése era Lalo. Lalo Mir (risas).

Luciano: –Yo te dije por teléfono lo que opino de él. Me parece un excelente guitarrista, muy prolijo y limpio. Yo admiro a los buenos violeros; es lo que me entra por la oreja, después lo que haga cada uno es otro asunto. No sé, por ejemplo, a mí el reggae no me cabe ni media punta, pero hace poco escuché un solo de guitarra entero del violero de Marley y pensé: “Epa, es tremendo como está usando la pentatónica”.

–La verdad es que pensé que hoy ustedes dos se iban a dar con todo, porque son palos bastante distintos. En los ‘80, el metal y el pop eran archienemigos...

Luciano: –Es que eso de encasillar ya fue. Capaz que era antes. Ahora tenés bandas de blues tocando con otras de reggae y está todo bien. Es distinto. No hay que acarrear con el pasado. Qué sé yo, mi viejo me dejó unos casetes TDK, los digitalizamos y me fui al estudio de Cerati. El Corcho (Jorge Rodríguez) es íntimo de la familia de él y, a modo de darnos una mano para grabar como la gente, hicimos unos temas ahí. Me sentí medio como el culo, sabiendo que el loco está allá tirado en una cama y yo ahí en su estudio.

Lolo: –Pero es al revés, es una energía. Está bueno.

Luciano: –Sí, una masa.

Lolo: –Hasta los públicos de las bandas se están uniendo más. La música es una sola. Yo toco en Miranda!, pero también me gusta distorsionar, hacer guitarras punkosas.

–Lolo, ¿qué punto en común tenés con la música que hace Luciano con Lovorne?

Lolo: –Bueno, yo a Luciano lo conocí a través de su viejo. Para mí, Pappo fue el mejor esgrimista de la pentatónica de la Argentina. Si lo dijo B.B. King, que es el Rey... Sucio y desprolijo es uno de los mejores riffs en la historia del rock argentino. Vos escuchás ese riff y la batería, que hacía “tucutucutucutaca” (se cuelga imitando la bata).

Luciano: –Ja ja ja. Ese tema... Un día viene mi viejo y me dice: “No te gastes en sacarlo; nunca te va a salir”. A veces hacemos Sucio y desprolijo con la banda. Pero cuando viene la parte difícil, tiro el acorde bien largo, ja ja ja. Un doble “chan” con acople y todo. Imaginate qué difícil para mí cantarlo y tocarlo al mismo tiempo, encima teniendo al loco en la cabeza diciendo: “Nunca lo vas a sacar” (risas de ambos).

Lolo: –El otro día estuve tratando de sacar Stratocaster Boogie, que es en sí mismo un ejercicio de pentatónica.

Luciano: –Mi viejo me decía que el único que sabe tocar ese tema en la Argentina es el Micho, el monitorista de La Renga.

Lolo: –Botafogo también era el único que tocaba El tren de las 16 igual a como la hacía tu viejo. El primer disco que escuché en mi vida se llamaba Copando orejas y tenía ese tema.

–¿Cuál es la viola preferida de cada uno?

Luciano: –DOH es una marca nacional que a mi viejo en vida le hizo una Les Paul. Cuando dejé de laburar de plomo, me invitaba a tocar El tren de las 16, a lo sumo Hombre suburbano, y yo usaba esa guitarra. Cuando falleció, me la colgué y no me la saqué más. Es un caño. Vos la mirás y tiene todos los defectos que puede tener una hermosa mujer. Vos me preguntaste una cosa y yo me fui a la mierda...

Lolo: –Con Miranda! estoy usando una PRS (Paul Reed Smith).

Luciano: –Ah, es un caño, con palanca flotante.

Lolo: –No, no tiene palanca flotante; va y viene un poquito, pero está buena. Flota hasta ahí nomás.

Luciano: –Hoy todas las violas son chinas. Nosotros somos chinos también. Con Lovorne no hacemos más rocanrol, hacemos música china (risas).

Lolo: –Ja ja ja. La pentatónica china.

Luciano: –¿Y qué equipo usás?

Lolo: –Un Fender Deville.

Luciano: –Ah, yo toco con ése en lo del Corcho.

Lolo: –Me contaron que el Corcho tiene una colección de violas hermosa.

Luciano: –Sí, la tiene. Hoy hay zapada. Venite cuando quieras.

–¿El sueño de todo guitarrista es tener un sonido propio?

Lolo: –Yo no sé si mi búsqueda es en el sonido. Sólo quiero tocar bien, estudiar y estar en el escenario.

Luciano: –El sueño del guitarrista es poder estar encerrado seis horas en la sala de ensayo, como cuando tenía 17 años.

En ese momento, Luciano recibe un mensaje de texto: “Pará que tengo un mail en mi Blackberry”. Saca un celular destartalado, de los más viejos, y muestra: “Mirá los botones, se me cayó al inodoro hace poco, pero tiene linternita para buscar si se cae algo en la alfombra”. Lolo, que justo vuelve del baño, levanta el guante con un tema de los Redondos: “Y rasco la alfombra, por su amor”.

Cuando se les avisa que la nota terminó, Luciano responde: “¿Tanto quilombo para esto? Son cinco lucas”, y las risas arrancan de nuevo. “Armate la bata”, le dice al joven baterista que acaba de entrar, custodiado por los perros. “Porotaaaa”, grita otra vez. Luego se meten los tres en la sala de ensayo y zapan durante casi una hora. Se turnan para improvisar, hacen caras para la cámara, se divierten. Parecen viejos amigos unidos por la pentatónica, los jefes de dos tribus saludándose al calor de un mismo fuego. Al final hablaban el mismo dialecto y no se daban cuenta. Y nosotros tampoco. “No tan distintos”, diría Luca.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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