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Jueves, 9 de enero de 2003

EL SUPER-ROCK VICIOSO DE QUEENS OF THE STONE AGE

Sin Límites

Hicieron uno de los grandes discos del 2002, a base de volumen brutal, precisión instrumental, grandes canciones y con el mejor baterista del mundo como invitado. Pero, además, alimentan una leyenda de excesos de las que no abundan en el aburrido panorama rocker de comienzos de siglo. Tocaron dos veces en Buenos Aires: una vez, en Vélez, los chiflaron; la otra vez, en Cemento, los vieron muy pocos. Lástima...

 Por Roque Casciero

lSexo, drogas y rock’n’roll: la tríada de oro de la cultura joven de los últimos cuarenta años encontró nuevos promotores en Queens Of The Stone Age. A veces, también, la fama de demoledores de hoteles y de farmacias ambulantes que han sabido ganarse el guitarrista y cantante Josh Homme, y el bajista y cantante Nick Oliveri, opacan el impacto que provoca su música. Algo comprobable en su álbum más reciente, el inflamable Songs for the Deaf (Canciones para sordos), uno de los mejores del 2002. Cuando estuvieron en la Argentina, en enero del 2001, casi desarman un Cemento semivacío con el volumen brutal de rock pesado y visceral que, sin embargo, no le rehuye a las buenas melodías ni a la inteligencia. Después, la noche porteña los vio –como en tantas otras ciudades– hacerle honor a su reputación de rockeros salvajes y descontrolados. “¿Nos hemos ganado esa fama?”, se pregunta Homme, y enseguida se responde: “Bueno, digamos que nunca tratamos de ponerle un límite a la diversión”.
Los QOTSA se divierten cuando Oliveri sale desnudo a escena, como en Rock in Rio 2001, donde fue preso después del concierto. Se divierten si algunos fanáticos religiosos los llaman satanistas. Se divierten sacando un irresistible single (de Rated R, su disco anterior) llamado “Feel Good Hit of the Summer” en el que la letra sólo enumera supuestas preferencias: “Nicotina, valium, vicodin, marihuana, éxtasis, alcohol, cocaína”. Se divierten, también, cuando ese tema es prohibido, pero mucho más cuando la policía de los Estados Unidos lo usa en un edumercial (corto educativo) para demostrar lo mal que hace manejar bajo la influencia de drogas. Y se divierten particularmente con los uniformados, incluso cuando éstos les traen problemas: hace poco, varios agentes interrumpieron a las tres de la mañana una fiesta after-show en la habitación de hotel de Oliveri. Antes de que todos fueran a parar a la calle, el pelado bajista le preguntó al jefe de la patrulla si venían a buscarlos para pagarles por haber usado su canción en el referido edumercial.
“Seguro, las drogas forman parte de nuestro modus operandi”, reconoce Homme. “¡Pero también el agua, el jabón y el dentífrico! Somos muy esquizofrénicos: vamos de no consumir nada durante varias semanas a estar despiertos durante días. Eso es esquizofrenia mezclada con todas las drogas incorrectas.” Una vez más, el guitarrista no reniega de la fama de su banda, pero insiste en que hay más cosas a las que prestarle atención en Queens Of The Stone Age: “Puede ser que la gente nos perciba como un puñado de tarados movidos por las drogas, pero hacer música para nosotros es como poesía. Es intenso. Y es muy, muy especial”.
Homme y Oliveri comenzaron a tocar juntos a mediados de los ‘80, cuando ambos tenían 14 años. Kyuss, la banda que formaron con otros dos compañeros de secundaria, hoy es legendaria: armaban conciertos en los alrededores de Palm Desert, California, en los que instalaban generadores, prendían fogatas y hacían sonar una música pesada y psicodélica durante toda la noche. Fue el nacimiento del stoner rock. “Creo que no me di cuenta de lo bueno que estaba eso hasta que se terminó. Simplemente era lo único que conocía hasta entonces”, recuerda el guitarrista. “Cuando lo conocí, Nick era un stoner. Para mí, un stoner es alguien que escucha a Ozzy, a Maiden y a Priest, que usa camisetas de béisbol y pelo largo. Esa gente se peleaba con los punks. Yo tenía el pelo parado y andaba en skate, y Nick era el único stoner que conocía que me parecía cool. El tocaba la guitarra en la primera encarnación de Kyuss y cambió de instrumento cuando perdimos a nuestro bajista. Así que fue a través de la música como nos conocimos y nos hicimos amigos.”
Kyuss se separó y Homme armó una banda llamada Gamma Ray, sin darse cuenta de que ya existía otra con ese nombre. Cuando se lo hicieron notar, recordó que, en unas sesiones de grabación de su viejo grupo, un productor los cargaba diciéndoles que, con todas las bromas sobre homosexuales que hacían, eran “las reinas de la Edad de Piedra”. Entonces decidió bautizar así a su grupo, al que pronto se unió Oliveri. Pero, pese a que la duplavenía de Kyuss, pronto se distanció del stoner rock. Rated R, su segundo disco, apenas tenía vestigios de psicodelia. Y Songs for the Deaf es tan crudo y directo que nadie podría confundirse. Hay quienes dicen que, con este disco, los Queens han salvado al rocanrol, pero Homme no está de acuerdo: “Mierda, nunca había notado que el rock estaba en un edificio en llamas, que se precisaba que alguien entrara y lo sacara. Quiero decir, si nosotros salvamos al rock de un edificio en llamas, ¿de qué lo salvaron los Strokes? ¿De ahogarse? ¿Los White Stripes lo rescataron después de que se quebrara una pierna en un bizarro accidente de esquí? Lo siento, yo no percibo la música de ese modo”.
Lo cierto es que hacía mucho que un disco no sonaba tan poderoso y atractivo como Songs for the Deaf. Los riffs de Homme amenazan con volar los tímpanos del oyente, el bajo de Oliveri carga de densidad eléctrica el ambiente y la batería suena como si la tocara el mismísimo demonio. Pero la toca Dave Grohl, quien decidió dejar de lado por un rato su estrellato con los Foo Fighters para volver a aporrear tambores con precisión asesina, como cuando formaba parte de una banda llamada Nirvana. “Este es el único grupo del mundo en el que tocaría la batería. Me he divertido con la batería como no lo hacía desde que tenía 18 años”, confesó Grohl. Fue él quien, después de la grabación del álbum, le pidió a Homme y Oliveri que lo dejaran tocar en una minigira. La actual formación de QOTSA incluye al cantante Mark Lanegan (ver aparte), al multiinstrumentista Troy Van Leeuwen (A Perfect Circle) y al baterista Joey Castillo (ex Danzig). Una curiosidad: las cuerdas de “Mosquito Song” fueron arregladas por la marplatense Paz Lenchantín, miembro de A Perfect Circle.
Cuando no tocan juntos, los QOTSA no pierden el tiempo. Oliveri tiene una banda paralela llamada Mondo Generator, con la que está preparando su segundo álbum (el primero llevaba el explícito título de Cocaine Rodeo), e hizo un par de presentaciones como solista en Inglaterra. Homme es hiperactivo. Además de haber participado en el futuro álbum de U.N.K.L.E. (el proyecto de DJ Shadow y James Lavelle), planea tocar con los Eagles of Death Metal, cuyas canciones son escritas por “un republicano de Carolina del Norte, escritor de discursos, satanista, y adicto al ácido y a las anfetaminas”, según el guitarrista. Además compuso la música para la próxima película de Jodie Foster y ya está organizando una nueva edición de las Dessert Sessions, encuentros de músicos en los que se graba lo que se genera improvisando en un corto lapso de tiempo: ya se anotaron Twiggy Ramirez (ex Marilyn Manson) y Dean Ween, y es probable que PJ Harvey también forme parte de la sesión.
Pero está claro que el primer amor de Homme y Oliveri son los Queens. Y eso está muy bien. Según el guitarrista, Songs for the Deaf arruinará cualquier intento de meter a la banda en la bolsa del stoner rock o del nü metal: “Para mí, lo que hacemos es pop robóticamente oscuro. Esta vez es más pop, más oscuro y más misterioso. Hemos pasado por algunas cosas ásperas durante este año, como divorcios y pérdidas muy importantes. Pero Rated R tampoco era un picnic”.

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