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Jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Y SI NO TUVIéSEMOS REPRODUCTORES?

POST APOCALIPSIS

 Por Luis Paz

Revolution ocurre en un mundo postapocalíptico en el que una dictadura controla las armas y comidas, a 15 años del día en que la electricidad se acabó. Y algunos intentan salvar todas las papas. Planteémoslo así por ahora, total recién va por la mitad de su primera temporada. Luego de 10 episodios, la serie del director de Supernatural, Eric Kripke, producida por J. J. Abrams, volverá en marzo a las grillas de la NBC, y de Cinemax para América latina. Hasta entonces, quedémonos con dos momentos. Esa voz en off que narraba el prólogo del primer episodio: “Vivíamos en un mundo de electricidad, dependíamos de ella para todo. Cuando se fue, todo dejó de funcionar. No estábamos preparados”. Y la escena en que Maggie revela un teléfono móvil sin batería donde tiene las únicas fotos de sus hijos.

¿Y si en él estuviera nuestra música? Si terroristas alienígenas lanzan contra la Tierra un rayo que apague todo aparato existente o las máquinas se emputecen contra nuestros dedos grasos y nos atacan masivamente. O si una ola polar cristaliza las plaquetas y microchips. ¿Qué sería entonces de nuestra música favorita y de la música que grabamos todos estos años? La acumulada en rígidos, servers, pendrives, cinta, vinilos y discos va a seguir allí, pero irreproducible e inaccesible sin una interfaz donde verla, al menos en forma de íconos de un playlist sin ejecución posible.

Quedaría escuchar música en vivo y directo. Una banda o músico y vos enfrente, al costado o atrás, no importa. Es más, vos como músico: sin la reproducción, quien quiera oír una canción a menudo deberá aprenderla. El punto es que no cabría más que el retorno al útero del recital, al origen de la música. Ese momento en que un cavernícola coordinó dos sonidos con un ritmo y otro dijo: “Che, dunga dunga, buenísima esa progresión, dunga dunga”. Habríamos de olvidar toda música de todo músico muerto. Spinetta, Beatles, Marley, Zappa, Coltrane, Pappo, Stravinsky, Mateo, Piazzolla. No tendríamos el brillante tema de apertura de Alf ni la música del Super Mario Bros ni los cantitos de las hinchadas en el PES. Tampoco los temas precargados en los teléfonos celulares y por suerte zafaríamos de Axel a menos que pasáramos por donde toque. Tampoco tendríamos que escuchar más en todo tren a ese tal Michel Teló, ni el tema Tú sin mí de Dread Mar I.

Toda la música creada pasaría a ser, sencillamente, el sedimento rocoso de la memoria auditiva. OK, habría miles de grupos tributo y un montón de covers desagradables. Pero eso ya pasa igual. En todo caso, la generación siguiente limpiaría la lista de covers innecesarios; y luego la otra. O no, y habría miles de bandas replicando todo, incluso lo más horrible de la música, pero eso también pasa igual con reproductores de audio y todo.

Todo el espacio estaría dedicado a lo nuevo, lo fresco, lo creado en el aire, único e irrepetible. Adiós a sellos, radios dedicadas a la música y los que filman todo con sus cámaras y no nos dejan ver la panza de Walas, la ceja de Leo García ni el culo flaco de Roger Waters. Sin retromanía y con un mercado que se concentraría en vender artes de tapas o se volvería feria de pulgas de lo inútil; y todos volviéndonos músicos para escuchar nuestras canciones favoritas cuando queramos, el baúl del pasado musical se cerraría. Y el final de la tecnología nos abriría la puerta al futuro.

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