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Jueves, 13 de junio de 2013

AGUAS(RE)FUERTES

Los niños que escriben en el cielo

 Por Eduardo Fabregat

Un pibe que apenas llega a los 9 años aprieta la pelota contra la raya, la esconde de los dos pegados a su espalda, da una media vuelta aprendida entre la tele HD y la Play, los desaira y sale disparado, encara al arquerito, define al segundo palo y sale a abrazarse con sus compañeros, porque todavía tiende más a fundirse con ellos que a la carrera solitaria para las cámaras. El fútbol recupera poesía.

En la tribuna, el padre de uno de los pibes desairados salta como un resorte, le clava la vista y se desgañita: “¡¡Despertate, pelotudo!! Si se te escapa lo tenés que bajar, ¿cuántas veces te lo dije?”. El pibe que apenas llega a los 9 lanza una mirada desesperada a la nada. El fútbol se impregna de mierda.

El mundo de las ligas infantiles es un desafío al gen futbolero. Porque uno lleva a su pibe porque el chico tiene condiciones y sobre todo porque es feliz pateando la pelota, pero allí se encuentra a los desesperados y los oportunistas, los desalmados, los que están dispuestos a todo por salvarse, por cumplir a través de un chico el sueño que tuvieron y no pudo ser. Asombran esos energúmenos que putean a su propio hijo, esos técnicos que les enseñan a pibes de 10 años a reventar al rival, a hacer tiempo y a pedir tarjetas, esos aconsejadores que les dicen a los chiquilines que hay que pisar hasta al propio compañero para abrirse paso en la competencia por el carné profesional.

El fútbol de los adultos está enfermo porque los mismos adultos están envenenando sus raíces.

Y entonces, cuando uno no puede más de asco, el equipo dibuja una jugada del fútbol más puro, toca la pelota con una elegancia sorprendente, y es gol y se abrazan y se sonríen y se palmean, y tu pibe forma parte de ese puñadito humano que es todo alegría, que cree de verdad que el mundo es mejor cuando hay una pelota cerca, que apuesta a la belleza antes que a la miseria, que entrega un juego imperfecto, pero más satisfactorio que el Inicial, el Final y la puta que los parió a todos en la AFA. Y en ese mágico instante eterno, los niños escriben en el cielo. Y el fútbol vuelve a ser la cosa más linda que nos hayamos cruzado en esta tierra.

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