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Jueves, 30 de octubre de 2014

JULIáN KARTúN NO HACE ZAPPING, ES EL ZAPPING

“Si no hay juego, se cae todo”

 Por Brian Majlin

A fines de los ‘90, mientras Fernando Peña descollaba en radio con voces impostadas y entrañables personajes, Julian Kartún era simplemente Tuni, un pibe de clase media de Villa Crespo que iba a la cancha a ver a Atlanta y tenía una única convicción: sería actor. No sabía que su primer protagónico en teatro –15 años más tarde– remitiría ineludiblemente al “maestro”, como llama a Peña. En Absolutamente comprometidos, producida por Imanol Arias y Esther Feldman y dirigida por Miguel Pittier, Kartún enhebra con variopintos recursos vocales 35 personajes alrededor de una historia única. Y logra, entre gags y reflexiones, un potente y divertido unipersonal que deja al espectador comprometido y agotado con su trajín.

Kartún comienza a ser conocido en el ambiente artístico contemporáneo: hijo de su época, es producto del zapping e Internet, multifacético, ecléctico, a medio camino entre el saber amplio y poco profundo de Wikipedia y el perfeccionamiento actoral. En las pizzerías de Villa Crespo lo siguen llamando Tuni y él, aunque disfruta del reconocimiento, advierte que se trata de un público de nicho. Por ahora. “Internet tiene esa cosa de que la gente te busca, te ve, te sigue si le gusta y lo viraliza. El noticiero levanta YouTube. En algún momento va a llegar a fusionarse todo”, supone Kartún.

Su trayectoria, aunque El Kuelgue –la banda en la que canta– lleva 10 años y sus andanzas otro tanto, se tuerce cuando explotan los videos de YouTube de Malena Pichot y pasa a la TV con un grupito de amigos –entre ellos él– a poner en pie el humor corrosivo de Cualca. De ahí a la radio, a la exposición, el reconocimiento y al teatro. Pittier, que había dirigido la pieza de Becky Mode en España, pensó en él cuando lo vio en Cualca y supuso que su plasticidad serviría. No se equivocó: Julián hilvana 35 personajes con notable intensidad, sin cambiar de ropa ni de escenografía. “Al principio me cagué en las patas. Argentinizar el texto era vital, un desafío. Me interesó esa cosa esquizofrénica del actor cambiando continuamente de personaje. El monólogo y la actuación permiten entender dónde está el efecto, la pausa, cuándo causa algo y se va asentando”, dice.

Televisión, radio, teatro, música, ¿podés elegir algún aspecto?

–Me quedo con el juego. Lo lúdico está en El Kuelgue, en la tele, en el show, en la radio. Si no hay juego, se cae todo.

Kartún reconoce las influencias de Peña, Casero y Capusotto, a quienes admira. Su apellido, a su vez, tiene peso por su padre Mauricio, el reconocido dramaturgo. “Siempre supe que iba a ser actor, pero en vez de ir por el drama o lo clásico, me fui para la comedia. Todo el tiempo estuve en camarines y viendo obras, fui afilando la mirada”, explica. “No hubo mandato paterno, pero siempre me tiró. Mi viejo estaba mucho con la Banda de la Risa y creo que es la parte que más me quedó.”

A pesar de su facilidad para la comedia y la parodia, se define actor y no comediante. Cree en la necesidad del humor “como filtro fundamental” para tolerar y cuestionar la realidad: “Sabemos que el mundo es injusto y está todo mal, y todos pasamos tormentas para llegar a ser quienes somos, por eso el humor lubrica: ayuda a que día a día uno se despierte y siga”.

También ayuda a ver las cosas de otra manera, como en la obra...

–Hay una clara mirada de crítica. Está la historieta del trabajador, de lo horrible de tener que hacer cosas que no te gustan. Hay un juicio sobre cada personaje: no es sólo la cosita graciosa.

Jueves y sábados en Teatro Payró, San Martín 766, CABA. A las 21.

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