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Jueves, 2 de octubre de 2003

A UN MES DEL NUEVO DISCO DE THE STROKES

Llega la hora de un control de calidad

La banda de niños ricos neoyorquinos que provocó la exaltación de la prensa angloparlante con su aparición, está a punto de editar su segundo disco, "Room on fire". En un proceso de elaboración de dos años, pasaron muchas cosas: un productor famoso descartado (Nigel Godrich, el de Radiohead), ensayos, giras, canciones y mucha presión.

 Por Roque Casciero

“Sólo tengo un temor y es que decepcionemos por no estar a la altura de lo que prometimos.” La frase la pronunció Julian Casablancas, cantante y compositor de The Strokes, hace más de un año y medio. El suyo era un miedo razonable: en 2000, con apenas tres canciones publicadas ya se decía que el quinteto neoyorquino era la mejor banda del mundo y la salida del debut Is this it le abrió la puerta –de nuevo– a un rock de guitarras que parecía pieza de museo. “No siento tanto la presión externa como la mía propia. A veces tengo la sensación de que voy a quebrarme por la presión que me impongo o por si alguien falla en algún detalle al que no le presté atención. Eso hace que no me quede dormido. ¿Qué pasaría si un crítico o el consenso general dijeran ‘Esta vez realmente nos decepcionó’?. Eso me reventaría la cabeza y me lastimaría. Pero si supiera que es verdad, me lastimaría diez veces más”, declaró a la revista inglesa Mojo en la única nota publicada, hasta el momento, sobre el disco con más expectativa a su alrededor de 2003. Pero, tranquilo Julian: Room on fire (que será publicado el 28 de octubre en el primer mundo, y el 4 de noviembre en Argentina) cumple con cualquier promesa que The Strokes haya hecho a público y crítica, e incluso con las expectativas montadas a su alrededor. El guitarrista Albert Hammond Jr. (el hijo de la modelo argentina) lo sintetiza bien: “El disco suena a nosotros, pero más cool”.
El método de Julian Casablancas se parece al que Andy Warhol pretendía imponerle a Lou Reed: trabajo, trabajo y trabajo. Sam Adoquei, el padre adoptivo del cantante (recuerden: el padre de sangre, John Casablancas, es el nº1 de la famosa agencia internacional de modelos Elite), le acercaba biografías y documentales sobre artistas, para que él estudiara sus formas de vida. “La clave era que esos artistas trabajaban más que los otros”, asegura Casablancas. “Eso fue prácticamente lo único que me dijo Sam. Lo único que distingue a la gente que realmente cambia las cosas es lo duro que trabajó. Ahí entendí la diferencia entre trabajar dos o tres horas por día y ser un desastre, o hacer un sacrificio. Por eso me resulta más divertido sentarme a aprender una escala que ir a ver una película. Hay que ser duro con uno mismo.” Casablancas se autoimpuso una meta: que cada canción fuera un paso adelante: “Por eso hubo cien partes de canciones para este disco que murieron lentamente. Pero Ésa es la filosofía que siempre tuvimos. Cuando creés que sabés escribir canciones, es entonces cuando te estás engañando”.
Es una bendición que los Strokes no se hayan dejado vencer por las tentaciones que provoca el éxito rápido: aquí no hay coros, orquestas ni megalomanía bajo la forma de álbum conceptual. En cambio, continúa la receta sonora que tan buenos resultados había dado en Is this it. Esto es: una batería que suena como grabada dentro de una caja de zapatos, dos guitarras limpias y la voz siempre a través de alguna clase de distorsión. Un sonido típicamente neoyorquino, en el que no cuesta demasiado encontrar la impronta de Velvet Underground y Television, pero con una cualidad pop notable: al contrario de sus ilustres predecesores, los Strokes funcionan bien en una compilación punk y también en el top 40 de las radios. Y eso no es algo fácil de encontrar.
Si el sonido de ambos álbumes está hermanado, también es cierto que las influencias compositivas de Casablancas y compañía se han ampliado: en Room on fire hay rastros de los Pixies (en la magnífica “Reptilia”), metal (“The end has no end”), una balada (“Under control”) y hasta reggae (“Automatic stop”). Resulta notable que una banda haya trabajado tanto y aún así (o precisamente por eso) suene espontánea y vital, como si no hubiera pasado por las espaldas de sus miembros un maratón de giras agotadoras y la enorme presión de ser tan buenos como todo el mundo dice que son. Pero ellos van por más. “Lo que espero es que este álbum abra un canal que quizá sea más que sólo ‘una estilizada banda de rock de Nueva York’”, se ilusiona Casablancas. Y Hammond completa: “Se trata de estar ahí arriba con Justin (Timberlake) y Britney (Spears), eso es triunfar.Pero sonando como sonamos nosotros. Si no soñás a lo grande, ¿cuál es la gracia? ¿Ser cool y único? Seguro, pero se trata de llegar a un público masivo, no de hacerte la paja en un rincón”.

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