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Jueves, 11 de abril de 2002

CONVIVIR CON VIRUS

Consumidores en alerta

 Por Marta Dillon

Sinceramente, ya no se me ocurre cómo contar lo mismo. Y a la vez parece imposible cambiar de tema. Podría probar de la siguiente manera: Suena el teléfono, es Carlos. Un amigo a quien ni siquiera conozco por ese nombre y al que me cuesta reconocer en el universo de Carlos posibles que pueden llamar a un diario. Si me hubiera dicho su apodo no me hubiera llevado más de un segundo componer nombre y persona, pero parece que la gravedad del asunto lo pone solemne. Tiene un amigo enfermo, muy enfermo, y necesita un medicamento. Incluso tiene el dinero, lo juntaron entre los amigos del amigo, lo que necesita es una farmacia donde poder comprarlo. Como el día anterior yo había hablado con Marianita, otra amiga, que por el trabajo de su madre podría llegar a conseguir algún medicamento, pude indicarle a Carlos el teléfono de una farmacia. Porque Marianita, a pesar de toda su buena voluntad, sólo se topó con malas noticias y un teléfono, el de una farmacia sindical que todavía tenía lo que en otros locales daban por desabastecido. A las dos horas llama Hernán, un chico que conocí en Jujuy y que consiguió un teléfono prestado para intentar seguir el sinuoso camino de su medicación que nunca llega al noroeste. No tengo nada que decirle, no puedo imaginar ese camino. En realidad, de manera egoísta, estoy obsesionada por el largo y sinuoso camino de mi propia medicación, que tal vez y sólo tal vez, haya recibido ayer después de 21 días de abstinencia. Marianita me apunta que en el PAMI no hay nada que entregar, pero en el hospital al que concurro me dicen que en el Ministerio de Salud sí hay medicamentos antirretrovirales, curiosamente hay más de este tipo que, por ejemplo, antihipertensivos, ésos son dificilísimos de encontrar. ¿Por qué no habrá en Jujuy? Mi amigo dice que tienen que enviarlos de Buenos Aires. En el Ministerio dicen que han comprado suficiente medicación como para un año, y que hay sólo dos o tres productos que no hay ni habrá. Las licitaciones se hicieron antes de la devaluación y ahora es más barato pagar una multa por incumplimiento de contrato que entregar lo prometido. ¿Cuántos años hace que se denuncia la entrega discontinuada de medicamentos? La misma cantidad de años que pasaron desde que se aprobaron los famosos cócteles de drogas. Que ahora estemos en el fondo del pozo no explica años de desidia. Vuelvo a llamar a mi obra social aprovechando que el teléfono no suena. Pregunto por mi medicación, me dicen que no está, le pregunto si me está haciendo un chiste ya que han pasado suficientes días como para que la medicación resulte inocua, el señor –Dr. Andrés Bello, para más datos– monta en cólera, me dice que me ubique en tiempo y espacio, que el problema no es suyo sino del país. Y me corta, harto, se ve, de tener que toparse con la impaciencia de quien reclama por una necesidad vital que para él no es más que un trámite inconcluso. Es humillante volver a discar ese número siempre ocupado para discutir con ese tipo, pero no lo puedo evitar. De todos modos, la humillación parece ser la moneda más corriente.

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