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Jueves, 14 de agosto de 2003

CONVIVIR CON VIRUS

convivir con virus

 Por Marta Dillon

No sé cómo va a terminar el debate. Tal vez hoy jueves los festejos se hayan apagado, tal vez tuvimos algo que festejar. Es martes mientras escribo, por esas cosas del invierno estoy en la cama viendo por la tele a mis compañeros en la calle como tantas veces pidiendo lo de siempre, lo que pidieron y piden nuestras abuelas, los compañeros que sobrevivieron, los que entendieron que no se puede construir nada sobre las esquirlas de la injusticia más aberrante. Tal vez se anulen las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y así se abran otra vez las puertas para que sean juzgados los que desaparecieron, torturaron, nos quitaron a tantos los relatos que nos pertenecían, los paseos de la mano de mamá, la posibilidad de decir mamá, de saber cómo envejecerían, cómo voy a ser yo misma en adelante ahora que ya soy más vieja de lo que mi mamá fue nunca. Y pido perdón por mirarme de esta forma el ombligo, por entregarme a este dolor que nunca es viejo ni es nuevo, es siempre el mismo, es –lo dije tantas veces– un miembro fantasma que aunque no esté va a ser siempre mío. Pero no puedo menos que pensar en tantos muertos queridos de los que quisiera saber su suerte, mirar a la cara a los ejecutores, testimoniar, decir lo que recuerdo de ese día, de esos días en que ellos caían de uno en uno y nosotros nos ocultábamos en ninguna parte. Pasó demasiado tiempo, no sé los nombres y los apellidos de los que entraron en mi casa cuando yo tenía diez años y mi madre 35, no me acuerdo de sus caras, aunque intenté retenerlas tanto tiempo. No sé si podré juzgarlos a ellos, pero ahora se abre la posibilidad. Y gracias a las muchas tramas que se han tejido en estos años tal vez, sin embargo, los encuentre. Pido perdón por hablar desde este dolor tan íntimo porque parece que así se empaña este caminar empecinado de tantos juntos, construyendo una justicia alternativa a través de los escraches, convirtiendo los barrios en cárceles para los que habían quedado impunes. Eso no se va a terminar, los escraches seguirán mientras haya asesinos, cómplices y beneficiarios de la dictadura sueltos. Pero esta posibilidad de dejar escrito para la historia estos fueron y esto es lo que merecen me trae una esperanza nueva, al menos las ganas de seguir caminando, de pensar, como mi amiga Raquel, que lo imposible sólo tarda un poco más y que no hay que desearlo nada más. Hay que buscarlo como quien busca comida cuando tiene hambre, hay que roer las piedras si es necesario, apuntar al cielo con gomeras a riesgo que sobre la cara vuelvan a caer los proyectiles. Pero siempre seguir buscando, empecinadamente, seguir buscando.

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