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Jueves, 13 de febrero de 2003

E.P.

LA MUSICA QUE ESCUCHARON TODOS

Memorias del fuego

Charly García montó su numerito habitual de “voy, pero más tarde”. Mientras la noche caía en el valle de Punilla, él todavía no había salido de Coronel Díaz y Santa Fe. Finalmente llegó, hiperpuesto pero de buen humor. Se emocionó con su hijo Miguel, regaló “Perro andaluz” y concluyó todo de negro, con una purísima sonrisa maléfica.
Los Piojos vinieron, vieron, vencieron. El cierre del festival no podía tener mejores anfitriones, con el lujo extra de invitados como Pappo y Germán Daffunchio. Una sólida máquina de rock, con mucho oficio y calidad. La perla: no hicieron “Ay ay ay” y no hubo coreografía de manos agitadas.
La Bersuit jugó de local y goleó, como siempre. Con el tiempo y los shows, llegaron a un punto en que les cabe el reviente, la picaresca, la ternura y la proclama política. Su show fue una fiesta.
Attaque 77 concretó el show más político del festival, por discurso y actitud. Pidieron un minuto de silencio por Kosteki y Santillán, cantaron sus sensibles canciones e invitaron a todos los que quisieran, a subirse al escenario. Resultó la imagen del festival.
Divididos es un clásico de Cosquín, y por tanto todo lo que hagan es festejado. El final-final con “Aladelta” no cansa nunca: ahora Arnedo agregó unos pasos de chacarera a su introducción de bajo. Arriba del escenario, pura calidad. Detrás del escenario, demasiada paranoia (¿a quién le importa si está o no Natalia Oreiro?).
Vicentico se probó en el gran escenario del rock argentino con su banda de los mil tambores. Lo trataron muy bien, y mucho mejor cuando aparecieron esas canciones de Los Cadillacs que sabemos todos.
El Otro Yo parece una banda que baja de una nave espacial para entregar su pop-core de otro planeta. Se ven extraños en el contexto de un festival serrano, pero lo suyo resulta: la gente termina impresionada por semejante despliegue y volumen brutal.
Las Pelotas es una fija de calor popular para su show de cada año en Cosquín. Esta vez, contaron con la ayuda extra de la noche: relámpagos y más relámpagos saludaron su irrupción en el escenario. Un gran momento.
Fito Páez volvió al rock después de varios años de autoexilio. El clima festivalero le sentó bien y al frente de una superajustada banda (brillaron los flacos Gonzalo Aloras y Guillermo Vadalá), recuperó varios de sus clásicos. Después, cumplió sumiso su rol de ahijado y apenas se dejó ver con Charly García durante “Cerca de la revolución”.
Catupecu Machu paseó su rock cibernético por la plaza Próspero Molina. No despiertan fervores anticipados, pero le ganaron a la multitud por cansancio. Fernando Ruiz Díaz no para nunca y remató su show con dos memorables zambullidas, de las cuales emergió con el pantalón roto, la remera rasgada y una gran sonrisa.
Babasónicos, algo parecido. No se encienden bengalas a su paso, ni se canta “soy babasónico, hasta que me muera”, pero la actitud escénica de la banda (más rocker que muchos que se las dan de rocker) lo puede todo. Ahora, además, tienen hits para tocar y hacer cantar a cualquier multitud.

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