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Jueves, 3 de julio de 2003

Ronaldo en su laberinto

McDonald’s parece sintetizar todos los costados patológicos del corporativismo global: despersonalización, contratos basura, comida ídem... En los últimos meses, además de ser objeto a combatir por los movimientos ecologistas y de resistencia global, la empresa Arcos Dorados (concesionaria argentina de la franquicia) fue multada dos veces por vender McNugget’s contaminados (con la bacteria Escherichia coli-157, que en un chico puede ser mortal y que, de hecho, está sospechada de haber matado a uno en La Plata). A esta altura, es obvio que McDonald’s representa mucho más que una hamburguesa. Sin querer exagerar, es una especie de divisor cultural e ideológico del capitalismo tardío, aunque sólo sea uno de los tantísimos productos de la expansión. Al tiempo que Hadad se comía un Big Mac en cámara para “certificar” su inofensiva pureza, los mitos y verdades de la cadena se propagaban de boca en boca y por mail: el rumor de que las hamburguesas están hechas básicamente de gusanos, la foto de una mujer sacando una cabeza de gallina rebozada de una caja de McNugget’s y –la mejor de todas– la idea de que sus hamburguesas no provienen de vacas sino de seres sintéticos y amorfos conectadas a una fuente de energía artificial. Entretanto, un movimiento de resistencia cultural declara la primera red internacional de comida lenta (Slow Food Movement, con base en Italia) y los happenings anti-Mac se convierten en un clásico de esta época. Por ahora, Ronald sigue facturando y abriendo sucursales en todo el mundo. Próximamente en Bagdad.

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