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Domingo, 2 de octubre de 2005

FAN › UN FOTóGRAFO ELIGE SU FOTO FAVORITA: TONY VALDEZ Y BON JOUR MAESTRO, DE ROBERT FRANK

Una foto dentro de una foto dentro de una foto

 Por Tony Valdez

Me costó mucho elegir una foto favorita; pero incluso cuando ya había elegido el libro del que iba a elegir una foto, pensé que podría elegir cualquiera de sus imágenes. El libro es Las líneas de mi mano, de Robert Frank. Pero esta foto en particular siempre me pareció muy magnética: es un mosaico de fotos dentro de una foto, que a su vez es fotografiada. Es como una especie de cinta de Moebius donde siempre está la fotografía presente, como algo inacabado, al infinito. Bon jour Maestro es una foto colgada de una soga, y es como un constante girar de la fotografía dentro de la fotografía, como cuando uno de chico se miraba en esos espejos infinitos. La protagonista siempre es una imagen.

Siempre me gustó Robert Frank; es de esos tipos que fueron evolucionando, cuando se podrían haber quedado en el tiempo. Se podría haber quedado con Los norteamericanos, el libro para el que se hizo documentalista –y también podría haber seguido en ese estilo–. Y es algo que hizo en la cumbre de su carrera: ya era grande y podría haberse dedicado a vivir de lo que había cosechado con su obra. Y sin embargo fue cambiando constantemente su lenguaje. Se mantuvo en la fotografía pero adaptándose a los tiempos que corrían, a su evolución como persona, como profesional. De alguna manera, fue como Miles Davis: tipos que siempre están generando algo que es vanguardia, que es visto desde otro lado.

La primera vez que vi Las líneas de mi mano fue hace unos quince, veinte años atrás, cuando lo trajo una amiga que había viajado a Nueva York. En esa época yo trabajaba como reportero gráfico, y creo que lo que más me impresionó fue que, de alguna manera, este pilar de la fotografía documental se animaba a recrear y recrear y recrear, con técnicas más de vanguardia, mientras que uno se sentía dentro de una cosa más pacata, de decir “que el documentalismo es esto” y que “la fotografía es esto”; todo muy enmarcado, muy en su cuadro. Yo creo que el impacto tuvo que ver con un momento mío, de mi carrera, en que yo me estaba replanteando muchas cosas de la profesión, tales como el valor de la fotografía más allá de los medios y de los lenguajes que uno puede usar. Fue redescubrir que la fotografía es un arte plástico, en un momento en que estaba inmerso en esta idea de que la fotografía es un mero testimonio y nada más. En mis inicios profesionales la fotografía y el fotoperiodismo habían venido ligados: usaba la profesión porque me daba la excusa para estar en lugares donde no hubiera tenido otra excusa para estar. Recién después descubrí otras cosas. Esa idea de que uno elige “una fracción del tiempo y el espacio”, que es la que fotografía. Y probablemente, con estos trabajos de Robert Frank, esa fracción de tiempo y de espacio está ligada también a cosas interiores; no sólo contar el exterior sino contar también lo que le pasa a uno. Lograr que la fototestimonio sea también un objeto artístico.

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No puede decirse nada demasiado nuevo sobre Robert Frank; Jack Kerouac lo definió como “suizo, discreto, amable” y dijo de él que “con esa cámara minúscula que alza y dispara con una sola mano, capturó un poema triste de América, sumándose a los poetas trágicos del mundo”. Tal fue la presentación que hizo para el prólogo de The Americans, el libro de fotografías publicado en 1959 en el cual Frank “capturó –nuevamente, en palabras del poeta beat– en el camino, mientras recorría cuarenta y ocho estados en un viejo auto usado, esa loca sensación de cuando en Norteamérica el sol calienta las calles y se escucha música proveniente de una rockola o de un funeral cercano”. Toda la obra posterior de Frank debió medirse con The Americans, y cuando en 1972 publicó Las líneas de mi mano, su autobiografía visual, se dijo que transmitía una claridad objetiva absolutamente opuesta a la distancia y el silencio impenetrables de su libro más famoso. Una sensación de inevitabilidad, de que –como dijo un crítico norteamericano– “no hay escape de la vida” recorre Las líneas de mi mano. A este libro pertenece Bon jour Maestro, una obra que quizá no ha sido muy comentada ni suficientemente difundida pero queresulta igualmente reveladora de la infinita capacidad para reinventarse a sí mismo, una y otra vez, de su autor.
 
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