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Domingo, 5 de mayo de 2002

VALE DECIR

VALE DECIR

Plata quemada
Mientras que en Argentina mucha gente se arruina a diario por conseguir algo de efectivo en dólares, en los países pudientes hay quienes ya han iniciado el camino contrario. O al menos eso indican las primeras conclusiones de un estudio realizado recientemente por un grupo de investigadores de Oxford en la Universidad de Warwick. Tras recibir cinco dólares para apostar, cada uno de los sujetos sometidos al experimento fue puesto en la obligación de elegir entre retirarse con lo que habían ganado o salvado de las pérdidas, o quedarse un rato más para reducir las ganancias de los otros jugadores. El resultado fue más que sugerente: mientras que los participantes más pobres se dedicaron a arruinar a los competidores más ricos, los más ricos pusieron todas sus energías en aplastar a ricos y pobres por igual. Uno de ellos llegó a decir que “los demás iban a tratar de perjudicarme, así que yo lo hice con ellos primero”. Más allá de las conclusiones difundidas del estudio (algo acerca de una tendencia innata hacia la envidia del rango y del poder) y de su repetición –seguramente a una escala mucho mayor– en Estados Unidos, lo que llama la atención es el porcentaje de su propio dinero que, en promedio, lo participantes se mostraron dispuestos a pagar para joder a los demás: aproximadamente 25 centavos propios por cada dólar ajeno perdido. Lo que nadie en Oxford responde es quién se queda con lo que todos pierden.


La llamada fatal
La monstruosa y prolongada crisis argentina que ha obligado a muchas empresas a recortar esos enormes gastos fijos que son las cuentas telefónicas ha tenido sus frutos también en ciertos sectores comerciales, tal y como lo demuestra la proliferación de cartuchos de impresoras recargables, las resmas de papel nacional y las tarjetas para hablar a celulares o hacer llamadas de larga distancia por costos supuestamente menores. En este último rubro, una de las tarjetas que más se ha esmerado por darse a conocer es Bla!, que con su servicio de 0-800 se promociona como una de las formas más económicas y seguras de comunicación telefónica. Pero una atenta mirada al cartón en el que viene cada plástico revela el verdadero y oculto mecanismo al que debe atribuirse la repercusión de este producto: justo debajo del nombre de la tarjeta, pero en una letra varios cuerpos más pequeña, se lee “Nos pagues de más por tus llamadas” (sic). ¿Un sugestivo error de tipeo u otro perturbador caso de diabólica publicidad subliminal? Lo único que falta es que en la próxima tirada la tarjeta se sincere y el dibujito de la mano en el cartón, en lugar de estar agarrando un tubo de teléfono, nos esté haciendo Fuck You.

La Fuerza es mía, mía, mía
George Lucas, autoproclamado realizador independiente desde que bancara por sus propios medios (que no son pocos) la producción de Episodio I y del inminente Episodio II de La Guerra de las Galaxias, ha decidido abrirse un poco a sus fans auspiciando, a través de su compañía LucasFilms, un concurso de películas-homenajes realizadas por los seguidores de su saga galáctica. Pero tanto espíritu aperturista olía a Yoda encerrado, y con razón: todo el asunto habría comenzado con una especie de “corte del espectador” de Episodio I: La amenaza fantasma, que fue puesto en circulación en Internet con mucho éxito. Este montaje (retitulado Star Wars 1.1: La edición fantasma) consistía en la misma película que vio todo el mundo, pero sin las escenas en las que aparecía esa suerte de involuntario comediante digital que resultó ser Jar Jar Binks. En su momento, Lucas-Films intentó detener la distribución de esta versión y aseguró que su director no se dignaría a verla. Pero luego, cuando se dio a conocer la letra chica del concurso, quienes creyeron que la poderosa productora de Lucas había tenido un verdadero cambio de actitud se encontraron con que lo que Lucas-Films había tendido era, en realidad, un enorme y eficaz cazabobos: en virtud de una serie de restricciones que atienden a cuestiones de copyright, muchas de las películas presentadas por los fanáticos han quedado afuera. De esta manera, fueron seleccionados cortos como Star Wars Gangsta Rap (que narra la trilogía en versos rimados), mientras se le bajaba el pulgar a, por ejemplo, Dark Redemption, una historia ambientada dos días antes de la primera Star Wars y protagonizada por una jedi mujer. Pero la incorporación más emblemática de la fuerza que comanda esta competencia es sin dudas la de Darth Vader: the Rudy Pirany Story, la cual fue aceptada a condición de que su autor, un tal Victor Martin, cortara unas escenas en las que el protagonista (un actor que lleva puesta una máscara de Darth Vader todo el tiempo) le compra cocaína a Yoda y acepta un papel en una película porno. Y de ahí el nombre del célebre robot Ardurito...

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