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Domingo, 18 de abril de 2004

PáGINA 3

Fin de la evolución de las artes

Por Pedro Aldo Delhor

El siglo XX tuvo el deplorable privilegio de terminar con la evolución de las artes. Esto ocurrió alrededor de cuatro décadas antes de que se extinguiera. Vayamos una a una, sin hacer diferencias entre lo que se suele denominar culto y popular:
Plástica: Cubismo y abstracción.
Música: Escuela de Viena, Concreta.
Teatro: Living, Beckett.
Cine: Cuando huye el día, El año pasado en Marienbad.
Literatura: Ulises, Expreso Nova.
Jazz: Cecil Taylor, Anthony Braxton. Estos dos últimos, obviamente, música por separado.
Luego de la descomposición de la figura por Picasso y Henry Moore, por nombrar sólo dos plásticos, se llegó a lo abstracto. De que Antón Webern realizara una obra para violín y piano en el sistema dodecafónico, que no dura más de tres minutos (¿la música hacia el silencio?). Que Pierre Shefferd estructurara los sonidos de la calle y de la naturaleza. Que Bergman trastrocara en su film el tiempo y el espacio, más el recurso de lo onírico, o Resnais dando distintas ópticas a un relato ya de suyo complejo. De las puestas vanguardistas de Julian Beck y Judith Maliva, y Samuel Becket en Happy Days (comunicándose con monosílabos también hacia el silencio). Del monólogo interior de Joyce y el “The fold-in method” de Burroughs. Braxton con los nombres de sus temas en base a figuras geométricas y en un “Free” descomunal, y Taylor con su torrente sonoro (¿qué se puede hacer en jazz después de eso?). En el tango, Piazzolla cerró todos los caminos.
Dicho esto que suena doloroso para alguien siempre atento a la evolución de todas las disciplinas artísticas, y que lo ha sopesado exhaustivamente hasta llegar a esta convicción, ello de ninguna manera significa que luego de estas experiencias no haya habido obras de notable trascendencia, pero a ninguna de ellas se las puede considerar un avance en su forma específica de creación. Todas sin excepción debieron replegarse de lo que llamamos el límite evolutivo.
Hubo ciertas excentricidades, como propalar sonidos desde 4 helicópteros (Stockausen) o sentarse ante el piano sin emitir una nota (Cage). Jackson Pollock chorreando pintura sobre un lienzo extendido en el suelo. Pero esto parecería ejemplificar la imposibilidad de seguir avanzando.
Es impensable que a nadie se le haya ocurrido lo aquí aseverado. Pero no habiéndolo visto ni escuchado, es de imaginar que existieron razones de mucho peso para no decirlo.

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L.H.O.O.Q.: La Gioconda con bigotes de Duchamp.
 
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