El cautivo
PLASTICA A partir del relato del francés Auguste Guinnard, que cayó cautivo de los indios patagones en 1856, Leonel Luna riza el rizo en la muestra que exhibe en estos días en el ICI: reproduciendo en forma de fotografías trabajadas digitalmente los grabados que ilustraban aquel relato (realizados por un francés que nunca había estado en América ni visto indígenas de carne y hueso), logra elevar al cuadrado el cruce entre imaginación y realidad, interpretando él mismo a cada uno de los indios
Por Laura Isola
La lectura de Tres años de cautividad entre los patagones, de Auguste M. Guinnard (publicado por El Elefante Blanco en 1999, ver reseña Radarlibros del 20/2/2000) no es una experiencia pasajera que concluye al recorrer las 84 páginas, ilustraciones originales incluidas, de lo que fueron esos años de pesadilla del joven francés, tomado prisionero por los indios del sur. O por lo menos no lo fue en el caso del artista Leonel Luna, que quedó completamente seducido por la historia y los grabados que pretenden dar cuenta de ese tránsito que, a partir de 1856, emprende Guinnard desde la “civilizada” Buenos Aires de la época de Urquiza (“presa de unas crisis revolucionarias que la agitan periódicamente”, escribe el francés en 1864) a la barbarie del “desierto indígena”. El interés por el texto y su correlato de imágenes está impreso en cada una de las obras que integran su muestra, recién inaugurada en el ICI (Florida 943) y que se podrá visitar hasta el 3 de abril.
EL ARTE DE LA CITA
El trabajo artístico de Luna sobre los grabados que ilustran el texto de Guinnard puede dividirse en dos partes. Por un lado, la intervención con planos de color sobre copias de los originales, respetando el carácter de grabado. Este primer grupo –La corrida de Mazeppa, La fumata, La presentación a Calfulcurá, entre otros– sirve de referencia para sumergirse en la otra zona de su exposición, donde se suceden las fotografías que “reproducen” esos grabados y dialogan con ellos. El tratamiento que hace el artista de las fotografías se puede comparar con la actividad de un pintor. De hecho, Leonel Luna lo es, aunque desde 1992 no toca la paleta: “No soy fotógrafo; trabajo sobre las imágenes que tomó Irene Singer, mi mujer. Hasta tal punto no soy fotógrafo que mi trabajo con ese material es como si pintara o dibujara”. Será por eso que a las obras que integran esta segunda parte de la misma muestra, Luna las llama pinturas y todas son piezas únicas: “Respeto la tradición. Si para los grabados hago una serie pequeña, para las pinturas realizo originales”.
El proceso es el siguiente: primero se escenifica la situación (para esta oportunidad Luna eligió los pagos de Magdalena), luego se hacen las tomas fotográficas (en cámara digital, con posterior manipulación en computadora), para finalizar con la impresión en tela o vinílico. Dentro de esta propuesta, el arte digital es sólo una herramienta, de ahí la concepción de Luna sobre la obra terminada: “Tiendo a despegar al arte de las nociones de metáfora y simbolismo; por eso trato de controlar todo el proceso de creatividad. En ese sentido, no veo las piezas como objeto final sino como la resultante de un proceso de pensamiento visual. Creo que, si me centrara en que las obras sean el objetivo final, empezaría a aparecer el ego y eso no es bueno para el arte”.
EL DON DE LA UBICUIDAD
La palabra ego resuena y molesta en esta última afirmación del artista, que nació en 1965 y realizó parte de sus estudios en Buenos Aires y parte en México (es investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas del UNAM en Arte Precolombino). Ese malestar se debe a que no es demasiada la atención que hay que poner para darse cuenta de que en todas las fotos está el propio Luna, haciendo de indio o de muchos indios (como en La fumata o La presentación a Calfulcurá), galopando desnudo y atado a un caballo (como en La corrida de Mazeppa, episodio al que Guinnard puso el título del poema de Byron, a manera de analogía literaria). Pero Luna ya tiene pensada una buena explicación para esto: “No me pinto ni me maquillo de indio a la hora de encarnar los personajes. Soy ese blanco escuálido que juega con los límites de la representación. En cuanto a lo del ego,sólo puedo decir que la repetición de mi imagen, en el lugar del otro, anula ese sentido convencional del culto a la personalidad”.
ACERCA DE LA REPRESENTACION
En todos los proyectos de Leonel Luna hay un común denominador, que se podría sintetizar en la búsqueda de las posibilidades expresivas de la representación. Esto es: la teorización sobre los límites, alcances y consecuencias que acarrea el hecho de poner en contacto un original con su “doble”, o la “realidad” con su versión artística, sea un cuadro, un libro, una foto. De aquí que el libro de Guinnard sea más que elocuente para Luna. Porque si bien tiene todo el potencial de la historia épica y de aventuras típica de los viajeros del XIX (el que estuvo, padeció y sobrevivió para contarlo), también involucra una serie de cajas chinas en el terreno de las imágenes. Los grabados que aparecen en el libro de Guinnard fueron pedidos a un ilustrador francés, que nunca estuvo en América y que inventó las ilustraciones sobre el relato del propio autor, superponiendo su imaginación, el lugar común de lo exótico y la barbarie a los hechos. A su vez, el propio Guinnard reconocía en su momento que “fue menester atravesar el océano, regresar a mi patria para ahuyentar de mi sueño las visiones de mi cerebro, los fantasmas evocados por el odiosos recuerdo de los forajidos del desierto”. De esta impecable confusión se vale el artista que, lejos de despreciarla, le saca provecho: “Me interesa ese aspecto romántico, poco fiel y muy fantástico que tienen los grabados, donde la imaginación sustituye a la realidad y juntas componen una nueva imagen”. Aunque para representar los grabados con el libro le bastaba, Luna se volvió medio fanático de Guinnard. Los resultados de su investigación son más que interesantes: “Buscando distintas ediciones (la primera es de Société de Geographie de París de 1863) llegué al Museo Mitre y encontré que la que tienen allí viene con una anotación del propio Mitre, en inglés, discutiendo con Guinnard, poniendo en duda algunas partes del relato, remitiendo a otras obras para cotejar esta información, y postulando que Guinnard se confundió y nunca estuvo con los patagones”. Si la confusión de Guinnard fue tal, la teoría sobre la representación de Luna adquiere una vuelta de tuerca: un francés que vive cautivo entre unos indios que cree que son los patagones, vuelve y escribe lo que recuerda para que otro ilustre lo que nunca vio. Y, como corolario, Leonel Luna reconstruye, a su imagen y semejanza, el periplo de este proceso que mezcla imaginación y realidad.
EL EFECTO DE LO REAL
Esta postura que tanto bien le hace a la muestra, le ha traído a Luna algún que otro percance en exhibiciones anteriores. En 1994 mostró en el Centro Cultural Recoleta Natalio Artigas Pujol, itinerario de un desconocido, donde presentaba a ese ignoto arqueólogo y sus descubrimientos, manipulando los modos de construcción de la verdad objetiva y el tratamiento que le da a los objetos la museología. De más está decir que nunca existió el tal Natalio: todas las fotos en sepia eran de Luna, y los supuestos hallazgos consistían en instalaciones del artista. “Me acusaron de querer confundir a la gente cuando justamente eso era lo bueno. A pesar de que en toda la muestra había pistas para descubrir que era un fraude, mucha gente escribió que lo había conocido o qué bueno era que existiera un argentino como ése, que lo había dado todo por la ciencia”, se sonríe con picardía Luna.
Más que la idea de engaño, el truco que postula Luna en esta muestra es superponer imágenes formando un palimpsesto, dejando ver deliberadamente sus mecanismos de producción. El truco funciona así como una grieta por la cual colarse como espectador y disfrutar de esa experiencia que promueve que lo vislumbrado es el lugar perfecto para hacer ondular el deseo y laalucinación. O, como escribió el cautivo Guinnard, para poder mitigar “el triste efecto de estas vastas llanuras cuya soledad está animada por los rebaños de indios”.