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Domingo, 21 de abril de 2002

OSADIAS

Al attac!

Comenzó como una mera idea para regular la especulación de los mercados financieros allá por 1971. Pero treinta años después, se convirtió en poderosa bandera ética del movimiento de resistencia global. Conozca la historia de la Tasa Tobin y su fascinante y multitudinaria progenie “bastarda”: la red Attac.

POR JUAN FORN
La historia de las ideas abunda en episodios como éste: un “descubrimiento” subestimado por su autor y redefinido a tal punto por otras personas que lleva al descubridor a tomar distancia de esa idea. En este caso, el origen es una idea económica y la fecha es 1971. Pero treinta años después, la evolución de esa idea trasciende el terreno económico, e incluso el terreno político, convertida en bandera de un cambio de raíz en las reglas de juego de la globalización. La idea inicial es conocida como la Tasa Tobin. Los propulsores del cambio son una red de organizaciones de resistencia global llamada Attac, y la historia es la siguiente:
El padre del borrego
En 1971, cuando Estados Unidos se vio forzado por la industrialización de Europa y Japón a abandonar los tratados de posguerra de Breton Woods (que dictaban un cambio fijo de monedas), un economista de nombre James Tobin desarrolló la idea de un impuesto a las transacciones en divisas para regular la especulación en los mercados de cambio. Tobin era “un demócrata irredimible”, profesor en Yale, que había integrado el gabinete económico de Kennedy y se desempeñaba en aquel entonces como asesor del candidato demócrata McGovern (quien perdería contra Nixon las elecciones de 1972). Además era, junto con John Kenneth Galbraith, uno de los pocos economistas que se enfrentaba en público a las ideas de Milton Friedman y la fundamentalista Escuela de Chicago. Según Tobin, el abandono del cambio fijo, sumado al comienzo de la era de la informática (con la posibilidad de realizar las primeras transacciones electrónicas de dinero por computadoras) prometía un gigantesco aumento de esa clase de operaciones, con gran riesgo de especulación (al pasar los capitales de una divisa a otra en muy corto plazo). La fluctuación de los tipos de cambio a causa de tal especulación llevaría a los países a aumentar sus tasas de interés para que su moneda siguiera siendo atractiva y esa suba de las tasas de interés podía ser desastrosa para las economías nacionales. Gravando con un pequeño impuesto (entre el 0,1% y el 0,5%) cada transacción de una moneda a otra, Tobin sostenía que se lograría disuadir o al menos regular la especulación de los mercados de cambio. Los economistas de la época ignoraron la idea o la trataron con sorna, aun cuando Tobin ganó el Premio Nobel de Economía en 1981 (no por ésa sino por otra de sus iniciativas, sobre las carteras de valores de particulares, valga la ironía). En suma, la Tasa Tobin quedó como una excentricidad anecdótica que sólo algunos economistas recordaban en tono de broma.
La simiente no se pierde
El mundo siguió andando desde entonces. Con la caída de la Unión Soviética y el Muro de Berlín se anunció el advenimiento de una nueva era que muy pronto fue bautizada globalización y cuyos efectos hoy son más que visibles, en especial la evidente y alarmante dictadura de la especulación financiera en el mundo entero. Así las cosas, en diciembre de 1997, Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, publicó un editorial titulado “Desarmar los mercados financieros” donde retomaba la idea de Tobin y pedía la urgente puesta en práctica de una ONG que bregara por convencer a los parlamentos del mundo para aplicar ese impuesto a las transacciones especulativas. La propuesta tuvo una repercusión poderosa e inesperada en la sociedad francesa y dio por resultado la creación de ATTAC (Asociación por una Tasa a las Transacciones financieras especulativas para Ayuda al Ciudadano) presidida por Bernard Cassen, el sucesor de Ramonet en Le Monde Diplomatique. Lo que despertaba tanta adhesión era que Attac no solamente abogaba por impulsar la Tasa Tobin sino que le incorporó un novedoso propósito: veintiséis años después de que Tobin enunciara su idea, el crecimiento de las operaciones electrónicas de divisas de carácter “golondrina” era tal que el nuevo atractivo de la propuesta radicaba no tanto en el efecto regulador sobrelos mercados (el propósito original de Tobin) como en los ingresos procedentes de dicho impuesto, que podían convertirse en una genuina fuente de recursos para resolver los gravísimos problemas de hambre, falta de educación y déficit en salud y vivienda... en el mundo entero. ¿Suena demencial? En absoluto: según Ramonet y Ludolfo Paramio, si ese impuesto fuera del 0,05% (es decir, la mitad del mínimo que proponía Tobin) generaría no menos de 50 mil millones de dólares anuales. Y, según el PNUD (Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas) bastan 40 mil millones anuales durante diez años consecutivos para financiar la educación, salud, alimentación y acceso de agua potable para todos los habitantes del globo.
La cría inesperada
Con ese argumento inicial, lo que parecía una quimera fue adquiriendo en poco tiempo un insólito estatuto de posibilidad, en gran medida por el modus operandi de Attac, que en lugar de ir a discutir a los foros económicos o crear una estructura política convencional optó por plantear la discusión directamente en la escena pública, en dos terrenos: no sólo a través de “acciones” y marchas con consignas muy concretas (logrando, por ejemplo, que Francia se retirara del debate del Acuerdo Multilateral de Inversiones de la OCDE en 1998), sino también “educando y capacitando” a través de libros (entre los que se destaca Tobin or not Tobin, de Francois Chesnais), folletos, conferencias y acercamientos con figuras como Pierre Bourdieu, Noam Chomsky, Alfred Stiglitz, Naomi Klein (“para conocer los mecanismos de acción tal como los conocen los detentores del poder”, dice Cassen). Así, proponiéndose llenar “ese vacío que han dejado las estructuras clásicas de representación”, Attac logró aglutinar en forma fulminante a muchos de aquellos interesados en militar que no se sentían representados por ningún partido político o sindicato, ofreciendo a la vez a esas entidades “desgastadas” un espacio para renovar sus fuerzas (hoy, hay Attacs en 40 países, y sólo en Francia tiene 30 mil adherentes, 150 parlamentarios y 1500 entidades de sociedad civil, entre cooperativas, sindicatos, ONGs y empresas). Su activa participación en las movilizaciones que hicieron fracasar la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seattle en 1999 continuó en cada Cumbre convocada por el FMI, el Banco Mundial y la OMC en Washington, Praga, Niza, Ginebra, Québec, Génova y Barcelona, no sólo desde afuera (en las calles) sino desde adentro, a través de los parlamentarios que adscribían a la aplicación de la Tasa Tobin. Pero no se limitaron a la acción “negativa”: además de seguir sumando apoyos de parlamentarios del mundo para su causa, fueron los co-organizadores del multitudinario Foro Social Mundial de Porto Alegre (y los grandes responsables de promoverlo en Europa), en cuya segunda edición (en febrero pasado) realizaron además el Primer Encuentro Mundial de Attac. “Esto no significa que vamos a unificarnos en una estructura internacional, porque eso sería la muerte del movimiento. Mantendremos el formato de redes. Pero haciendo todo el uso posible de las herramientas políticas que existen”, aclaró entonces Cassen. Las eficacia de su estrategia también va haciéndose evidente en América latina: ya hay Attac en Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia y Argentina. En nuestro país, a sólo dos años y medio de su silencioso inicio, ya cuenta con tres mil adherentes, 44 legisladores (que firmaron el Llamamiento de los Parlamentarios del Mundo para la aplicación de la Tasa Tobin) y un consejo académico entre cuyos miembros figuran Atilio Borón, Enrique Oteiza, Mario Rappoport, Eric Calcagno y Claudio Lozano. Y el aciago signo de los tiempos sigue soplando en estas costas en dirección favorable a su crecimiento.
Reunión (fallida) de padre e hijo
Después de los episodios de Seattle, sin embargo, la inquietud que le producía a Tobin el perfil cada vez más visible de Attac se hizo pública. En un reportaje concedido a Der Spiegela fines de 1999, dijo que lamentaba decir que no tenía “nada en común con los revoltosos de la antiglobalización”, que creía en la regulación del libre comercio y que en ese sentido sería decisivo el rol del FMI y del Banco Mundial (otro FMI se ocupó de aclarar, reforzado y ampliado para que, llegado el día, pudiera tener a su cargo no sólo la regulación del libre comercio sino la recaudación de la Tasa Tobin, aunque no veía “la menor posibilidad” de que ésta fuera a aplicarse algún día y pudiera distribuirse lo recaudado entre los pobres del mundo), que le daba toda la impresión de que Attac tenía posiciones bien intencionadas pero mal pensadas, aunque aclaraba que no podía juzgar en profundidad porque no entendía del todo sus propuestas. Y se permitía una triste ironía, respecto de las opiniones críticas de Rudi Dornsbusch (del MIT) y Robert Mundell (otro Premio Nobel de Economía) sobre la Tasa Tobin: confiaba que se refirieran “a Attac y sus cómplices, no a mi impuesto”.
Por su parte, Cassen y Christophe Ventura (vocero de Attac) han demostrado una vez más una notable rapidez de reflejos, aclarando varias veces que la Tasa Tobin no es una respuesta a los problemas actuales ni alcanza como cimiento único para construir un mundo mejor. “Pero sigue siendo una formidable herramienta de pedagogía para que las personas perciban cómo se puede invertir la lógica del poder y producir una acción social a partir de los mercados”, puntualiza Ventura. Julio Gambina, de Attac Argentina, agrega que ni siquiera sería necesario aplicar la Tasa Tobin en todo el mundo: bastaría hacerlo en las cinco ciudades cuyas Bolsas mueven mayores capitales (Londres, Tokio, Frankfurt, Wall Street y París) para redefinir drásticamente la situación de los pobres del mundo. Y agrega que considerar a Attac como una organización globalfóbica es un error: “Nuestra red es, o será pronto, mundial, lo que significa que somos globales por definición. Lo que ha logrado Attac en un período asombrosamente breve es erigirse en sujeto internacional de resistencia contra el pensamiento único. Eso es lo que importa: que cada día se hagan oír más las voces que promueven un proceso de globalización más justo y legítimo”.
Así las cosas, hace poco más de un mes murió Tobin. En su necrológica, los diarios del mundo dedicaron más espacio a explicar su Tasa y el equívoco vínculo entre su creador y Attac que a las razones por las que recibió el Premio Nobel. Cassen, por su parte, despidió a Tobin en Libération con las siguientes palabras: “Era un gran economista y defendió hasta el final su impuesto, aun cuando no creía en la fuerza política que podía tener”. Y dio a conocer un diálogo telefónico que tuvo con Tobin en diciembre de 1998: “Cuando le conté de Attac, quiso saber de cuánta gente estábamos hablando. Yo le dije que éramos cinco mil y él comentó cabizbajo: Son más los militantes de su organización que la gente que sabe de mis ideas en todo Estados Unidos”. Si existe un cielo –o un limbo– para los economistas, James Tobin podrá saber desde allá cuántas de las gotas que horadan día a día la piedra de la desigualdad y la injusticia llevan inscrito su nombre. Y tendrá entonces la oportunidad de decidir si se reconcilia o no con aquella idea que echó a rodar por el mundo en 1971.
Para más información sobre Attac en internet: www.attac.org. Y Attac Argentina presenta en la sala Borges de la Feria del Libro el viernes 26 a las 19 horas el primer volumen que publican en nuestro país, junto con el FLACSO, titulado La globalización económico-financiera, su impacto en América latina, con un panel integrado por el brasileño Lula, Atilio Borón y Julio Gambina.

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Empezó a los 14 componiendo el ignoto “Quiero ser como Marlon Brando”. Armó y disolvió varias bandas de rockabilly hasta que dio con los Thirty Odd Foot of Grunts y se convirtió en la sensación de los pubs de Sidney.
 
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