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Domingo, 14 de noviembre de 2004

 Por Diego Fischerman

Alias Alice
La viuda más famosa del jazz vuelve con gloria

Fue Alice McLeod mientras estudió piano clásico y tocó gospels en la iglesia, y siguió siéndolo en las bandas del guitarrista Kenny Burrell y del saxofonista Yusef Lateef, cuando se fue a París a estudiar con Bud Powell y saliendo de gira con el vibrafonista Terry Gibbs. Se convirtió en Alice Coltrane en 1965, cuando se casó con el famoso John y pasó a ser la pianista de su grupo, reemplazando a McCoy Tyner. Cambió su nombre por el de Turiya mientras fue devota de Swami Satchidananda, en la época en que grabó el álbum Illusions con Carlos Santana –que entonces se hacía llamar Devadip–. En 1975 creó un centro Vedanta en California y unos años después prácticamente se retiró de la música. Hoy sigue a Satya Sai Baba bajo otro nombre: Swamini Turiyasangitananda. Pero en su rentrée discográfica, producida por uno de sus hijos (el también saxofonista Ravi Coltrane), Alice vuelve a elegir el familiar Alice y el apellido del marido.
Atravesada por cierto espiritualismo oriental que también tiñó al último John Coltrane, la carrera de Alice es despareja. Muchos de sus discos de comienzos de los ‘70 son francamente inescuchables. Pero un exquisito dúo con Charlie Haden en el extraordinario disco Closeness Duets –donde también estaban Keith Jarrett, Ornette Coleman y Paul Motian– demostró el nivel de musicalidad al que podía llegar. Esa es la línea que retoma en Translinear Light, donde toca piano y, en algunos temas, órgano Wurlitzer y encabeza un grupo de gran nivel con Ravi, otro Coltrane más (el también saxofonista Oran) y, alternándose, dos bases de lujo: el contrabajista Charlie Haden y el baterista Jack De Johnette por un lado, y por otro James Genus y Jeff Tain Watts.

Translinear Light, de Alice Coltrane.
Impulse.




Nova bossa nova
Paula Morelenbaum homenajea a Vinicius

Otra mujer, otra esposa de una celebridad (en este caso, el notable cellista y arreglador Jacques Morelenbaum). Integrante con Jacques y Ryuichi Sakamoto del trío que volvió a poner de moda la bossa nova en una lectura sutil y camarística, Paula Morelenbaum rinde homenaje en Berinbaum a Vinicius de Moraes. La voz cálida, el fraseo (siempre alejado de la sobreactuación) y los arreglos (que evocan cierto tono sesentista en el organito, la flauta y la guitarra eléctrica, aunque reciclado con una marcación rítmica en primer plano y ciertos toques tecno) logran plasmar una estética personal aun en un terreno muy visitado.
El riesgo de la mera amabilidad es sorteado gracias a los desarrollos instrumentales, a solos como el del trompetista Nahor Gomes en “Consolaçao”, al cello eléctrico de Jacques en “Canto de Osanha” y a la superposición de esa especie de ondita disco –samplers incluidos– con la poesía intimista de Vinicius y hasta la propia voz del poeta recitando (“Desalento”). Los detractores podrán decir que Berinbaum tiene destino de restaurante de moda. Lo más interesante, sin embargo, sucede precisamente en esa zona de tensión entre un repertorio sumamente transitado (y asociado con cierto tipo de arreglos y sonoridad) y este toque fashion que, sin embargo, se niega a renunciar a algunas de las tradiciones musicales más importantes del género. Al fin y al cabo, se trata de unasimple mudanza, espacial y temporal: de las whiskerías de Libertador de los ‘60 al Palermo Viejo del siglo XXI.

Berinbaum, de Paula Morelenbaum.
Universal.




El arte de la elegancia
Eliane Elias prueba que el buen gusto puede ser una virtud

Exacta contrapartida del CD de Paula Morelenbaum, Dreamer, de la pianista y cantante Eliane Elias (otra brasileña, ex del trompetista Randy Brecker y luego pareja de varios músicos de jazz, entre ellos Marc Johnson), desarrolla la línea tradicional de lo que podría denominarse el buen gusto de la música de Brasil. También con una voz de timbre bello y cálido, Elias –excelente pianista, por otra parte– recorre clásicos del jazz bossanovizados, temas propios, de Jobim y, en el final, y como único instrumental, una magnífica versión de “A House is Not a Home”, de Burt Bacharach, a dúo con Marc Johnson.
El grupo que la acompaña es perfecto: Oscar Castro Neves en guitarra, Johnson en contrabajo, Paulo Braga en batería y, como invitados, dos ex compañeros de los tiempos del grupo Steps Ahead: el saxofonista Michael Brecker y el vibrafonista Mike Mainieri. Los comentarios instrumentales que se entrelazan con la melodía vocal, la riqueza de los contrapuntos y la elegancia natural de las versiones convierten este disco en una demostración inmejorable de una consigna algo menospreciada: la de la agradabilidad entendida como una de las bellas artes. En un mundo que se acostumbró a leer la historia a partir de las revoluciones y no de las continuidades, Dreamer podría parecer poca cosa. Sin embargo, en caso de que alguna teoría impidiera valorar la belleza exacta de este disco, habría que pensar que lo que falla es la teoría.

Dreamer, de Eliane Elias.
BMG.




La voz humana
Magdalena Kozenà brilla en un recital a la antigua

Ganadora del último Premio Gramophone al “artista del año”, Magdalena Kozenà, la excepcional mezzosoprano checa –que espera un hijo del director de la Filarmónica de Berlín, sir Simon Rattle– grabó un recital a la vieja usanza. Se desentendió de la manía de las integrales y eligió cuatro series de canciones maravillosas escritas por Benjamin Britten, Maurice Ravel, Dmitri Shostakovich y Erwin Schulhoff, además de Il tramonto, una suerte de ópera en miniatura para mezzosoprano y cuarteto de cuerdas compuesta por Ottorino Respighi en 1914.
La originalidad del programa y la calidad de las interpretaciones hacen de este disco uno de los mejores de los últimos tiempos entre los dedicados a la música vocal de cámara. El álbum abre con las Chansons madécasses de Maurice Ravel, por Kozená, junto a Paul Edmund-Davies en flauta, Jiri Barta en cello y Malcolm Martineau en piano, que también la acompaña en los Cinco romances para voz y piano de Shostakovich y A Charm of Lullabies de Britten. En los Tres retratos atmosféricos de Schulhoff se agrega al piano el violín de Christoph Henschel, y en Il tramonto toca el Henschel Quartett. La cantante, que también puede escucharse en un fantástico recital con canciones de Dvorak, Janacek y Martinú, y en la insuperable versión de La Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach dirigida por Paul McCreesh –donde canta la famosa aria con violín obligado “Erbame dich mein Gott”, que Tarkovski utilizó en El sacrificio–, combina untimbre homogéneo y untuoso con un fraseo de increíble detalle y sutileza, y exhibe un estilismo fluido, sin impostaciones.

Songs, de Magdalena Kozenà.
Deutsche Grammophon.

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