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Domingo, 10 de abril de 2005

CINE > EMPIEZA LA SéPTIMA EDICIóN DEL FESTIVAL DE CINE INDEPENDIENTE DE BUENOS AIRES

Mañana en el Abasto

El máximo ritual de la comunidad cinéfila estrena nuevo director –el historiador Fernando Martín Peña– y promete poblar las próximas dos semanas con las imágenes más audaces del cine contemporáneo argentino y mundial. Lo que sigue es una guía arbitraria para orientarse en el laberinto.

Una mujer es una mujer

La gran Chantal Akerman en Buenos Aires.
“Un día quise hacer una película sobre mí misma”, dice Chantal Akerman (Bruselas, 1950) sobre el origen de su primer cortometraje, Saute ma ville, completado en 35mm, sin dinero ni apoyo estatal de ningún tipo, a los 18 años. A lo largo de trece minutos presenciamos algunas rutinas domésticas llevadas a cabo por una Akerman adolescente en una cocina justo antes de abrir el gas para suicidarse. Saute ma ville suele pensarse como antecedente directo del segundo largometraje de la directora, Jeanne Dielman 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975), protagonizado otra vez por Akerman. Relato de tres días en la vida de un ama de casa de clase media, viuda y con un hijo adolescente, que –casi sin decir palabra– se prostituye en su propio hogar por las tardes, Jeanne Dielman fue considerado en su momento como la primera “obra maestra femenina” de la historia del cine. Y si bien está dispuesta a admitir que es un film feminista (“Les doy espacio a cosas que el cine casi nunca mostraba de esta manera, porque los gestos de la mujer pertenecen a la jerarquía más baja de la imagen cinematográfica”), Akerman no lo considera militante, aun cuando Jeanne llega a asesinar a uno de sus clientes tras alcanzar con él un orgasmo que no deseaba. Jeanne mata “para restablecer el orden en su vida”, explica la directora, que está en Buenos Aires invitada por el festival y el Malba. El festival comienza el miércoles, pero ya es posible sumergirse en el universo de Akerman –en sus películas, casi todas inéditas en Argentina, y en su videoinstalación– visitando el museo de Costantini.

No televisión

El cine militante de Haskell Wexler.
Puede que la inclusión en el Bafici VII de Medium Cool –clásico de culto de Haskell Wexler, director de fotografía y cineasta rabiosamente político– ocupe el lugar que un par de años atrás ocupara Noam Chomsky, con quien Wexler comparte la idea de que los medios fabrican el consenso social, condicionan a los espectadores para aceptar todo tipo de “mentiras comerciales”, les arrebatan la Historia y convierten la política cotidiana en una seguidilla de “informes sobre la cotización bursátil: nos alegramos cuando sube el índice Dow, aunque eso sólo beneficie a un 2 por ciento de la población”. La televisión –dice el casi octogenario Wexler– nos aísla, no quiere que interactuemos.

De la lógica de la caja boba trata precisamente la militante Medium cool (1969), en la que un periodista descubre que la cadena para la cual trabaja –investigando casos de tensión racial y violencia en los guetos urbanos– colabora con el FBI buscando elementos “sospechosos”, es despedido y concurre a la Convención Nacional Democrática de Chicago.

Legendario iluminador de clásicos como ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Atrapado sin salida, American Graffiti y hasta Gimme Shelter (el documental sobre el trágico recital de los Rolling Stones, otra perla del Bafici), Wexler también es el centro del documental Look Out Haskell, It’s Real, de Paul Cronin, que reconstruye la realización de Medium Cool y acompaña su exhibición en esta edición del festival. Un doble programa sobre una película doblemente política –también generó problemas con la Paramount, que se echó atrás a la hora de estrenarla– y una leyenda viva.

Fantasías animadas

Los ultra independientes: Bill Plympton, Caroline Leaf y Juan Pablo Zaramella
Como bien dijo el flamante director del festival, Fernando Martín Peña, el realizador de cine de animación puede considerarse como “el cineasta independiente por antonomasia”: lo hace todo solo, y hasta puede prescindir del mundo para hacer sus películas. A pocos artistas les calza tan bien la definición como al norteamericano Bill Plympton, que no sólo dibujó y animó él solo muchos de sus originalísimos cortometrajes sino que también se encargó –sin ayuda de nadie– de cada uno de los 30 mil dibujos que integran su primer largo, The Tune.

Con una filmografía nutrida (aquí prácticamente desconocida) y un estilo propio inconfundible (en su trazo, su coloreado, sus personajes de cuerpos sumamente flexibles y desmontables), Plympton desembarcará entre nosotros trayendo, además de The tune, varias de sus obras breves y sus bizarros largos animados, con títulos como Me casé con una persona extraña (sobre una protuberancia en el cuello y un descabellado plan de dominación mundial), Aliens mutantes (puro sci-fi con monstruos siderales y un retorcido comentario político) y Hair high (una de “high school” y adolescentes que vuelven de la muerte).

El programa de animación del Bafici tendrá bastante más para ofrecer. Una de sus perlas secretas es la retrospectiva de Caroline Leaf; otra, Viaje a Marte, quince emocionantes minutos de animación en plastilina firmados por el crédito criollo Juan Pablo Zaramella, de quien se exhibirán también algunos otros cortos anteriores.

En el camino

Monte Hellman: entre Roger Corman y las road movies existencialistas.
“Tengo cierta reputación de combatiente antisistema, de no venderme, de hacer lo mío, etc. Pero la verdad es que siempre fui un mercenario”, dijo tiempo atrás el mítico director de The Shooting, alguna vez estrenada aquí como Rumbo al infierno. Monte Hellman comenzó a hacer cine de la mano de Roger Corman, y ya se sabe lo que eso significa: rodajes de no más de quince días en sets que sobraron de otras producciones o en escenarios remotos como Filipinas, tan pródigos en ventajas financieras.

Nacido de su fructífera colaboración con Jack Nicholson –que a mediados de los ‘60, además de poner el rostro, escribía y producía– y de la frustración de otro guión que nunca llegó a ser, The Shooting fue un típico emprendimiento Corman en términos de producción; es decir, un dos por uno: ¿por qué hacer un western cuando por el mismo dinero se pueden hacer dos? Así nació también Ride in the whirlwind, otra de las obras duras, nihilistas y por momentos desconcertantes de este director idolatrado por –cuándo no– Quentin Tarantino. Dos films que su autor siempre reconoció como productos del enrarecido clima post asesinato de Kennedy.

Además de tres de sus westerns (los dos mencionados más el spaghetti China 9, Liberty 37, con Sam Peckimpah) y la bizarra Flight to fury, la imprescindible retrospectiva que el Bafici le dedicará a Monte Hellman tiene programada la que para muchos es su obra maestra: Two lane blacktop (1971). Concebida como una road movie de bajo presupuesto para la Universal, la película terminó convirtiéndose en un artefacto zen: un film “de fierros” con apuntes existencialistas sobre el desasosiego y la alienación en la vida norteamericana. Una oportunidad, también, para reencontrarse con un amigo y actor fetiche de Hellman: el insuficientemente recordado Warren Oates, todo un experto en almas perdidas.

Erase una vez en el Oeste

Alex Cook: sobre Schwarzenegger y la banalidad republicana.
Según la crítica de la revista Variety, How Arnold won the West (Cómo Arnold conquistó el Oeste, de la documentalista británica Alex Cooke) peca de obvia y superficial y sólo busca corroborar lo que el público europeo ya cree saber sobre “la banalidad” de la democracia norteamericana. Puede que tenga algo de razón: no hay que ser un gran conocedor de la biografía de Arnold Schwarzenegger –ex Mister Olimpia, ex Roble Austríaco, ex Arnold Strong y actual Governator– para conocer sus inclinaciones ideológicas. Lo cierto es que sorprende el éxito que ha obtenido en casi todos sus emprendimientos (fisicoculturista, empresario, actor, político) a lo largo de los más de treinta años que lleva instalado en los Estados Unidos, y el poco éxito que tuvo en la lucha por dominar la pronunciación del inglés. Eso es, en parte, lo que convierte a esta película –suerte de seguimiento del mastodonte austríaco durante la bizarra campaña electoral por la gobernación de California– en una de las citas imposibles de soslayar en este Bafici. Los fragmentos de sus discursos –puro y duro speech republicano: infinitas promesas de recortes impositivos y del gasto público en uno de los estados más ricos del mundo; recurso a los slogans de la saga Terminator– son tenebrosos e inapelablemente simpáticos a la vez. (Hay que decir que tener a su lado a Maria Shriver, miembro sempiterno del clan Kennedy, le ha hecho un gran favor a su imagen.)

Entre los demás títulos que componen el rubro documentales y no conviene perderse en las próximas dos semanas se destacan The Corporation, Outfoxed: Rupert Murdoch’s war on journalism (sobre las maniobras sistemáticas de manipulación de la opinión pública en la cadena de noticias Fox, con testimonios de varios ex periodistas del canal), Inside Deep Throat (cómo se hizo el superclásico porno Garganta profunda, con Linda Lovelace) y, en especial, Hitler’s Hit Parade, rarísima película que monta fragmentos de materiales de propaganda nazi al ritmo de canciones populares de la época del apogeo del nacionalsocialismo alemán.

Argentinas hasta la muerte

Zoom sobre la selección nacional.
Como todas las (escasas) películas que se esfuerzan con honestidad por comprender la adolescencia, Nadar solo –notable opera prima de Ezequiel Acuña– atinó a definir “esa angustia”, ese lugar hostil en el que nadie es bienvenido y que no queda otro remedio que habitar hasta que pase. Bastante de todo aquello sobrevive en el segundo opus de Acuña, Como un avión estrellado, y en su protagonista. Pero más que de una repetición temática, se trata de la permanencia de un tono, y hay aquí muchos elementos nuevos e inesperados: una chica –un amor imposible– interpretada por Manuela Martelli, actriz chilena a la que no hay que perderle el rastro –de hecho se la puede ver también en otra película del festival, Machuca–, y su conejo, además de los padres muertos, un hermano mayor, un “mejor amigo” (el notable Santiago Pedrero, en un personaje lumpen mucho más agresivo que el que compuso para Nadar solo) y una casa en Valdivia que impide terminar de desligarse de un pasado doloroso. De esto, de algunos enigmas y alguna canción melancólica está hecha Como un avión estrellado, uno de los muchos estrenos nacionales que propone este Séptimo Bafici.

También estarán –además de Monobloc y Cándido López, que junto con Samoa participan de la competencia internacional y ya fueron anticipadas en Radar– lo nuevo de Edgardo Cozarinsky (Ronda Nocturna), una rareza llamada Do U cry 4 me Argentina, de Bae Youn Suk (drama teenager, historia policial, apunte social y ejercicio rítmico-musical protagonizado por inmigrantes coreanos en Buenos Aires), y Géminis, esperadísima tercera película de Albertina Carri, un relato incestuoso que cierra el festival.

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