Dom 17.04.2005
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DANZA > ¿QUIéN ES GABRIELA PRADO?

Con pies y cabeza

Se inició en la Escuela de Danza “María Ruanova”, estudió con Ana María Stekelman en el San Martín y estuvo diez años experimentando en el mítico Nucleodanza de Margarita Bali y Susana Tambutti. Figura clave de la escena independiente, Gabriela Prado baila en Un monstruo y la chúcara, pone a punto Llueve, prepara un espectáculo para el Teatro Colón y demuestra que para bailar también hay que usar la cabeza.

› Por Analía Melgar

Gabriela Prado es una bailarina peculiar: tiene juanetes y anda con libros bajo el brazo. Pasó por los ámbitos fundamentales de la danza en el país y en el exterior, y eligió hacer su propio camino. Tan innovadora como académica, prepara sus obras con un pie en la elongación y otro en las lecturas críticas. Lo que comparte decididamente con todos sus colegas bailarines y coreógrafos es que su cuenta de banco no desborda.

Su carrera parece el itinerario ejemplar de la bailarina argentina. Comenzó a los seis años con expresión corporal en la vieja Escuela Nacional de Danza “María Ruanova”. Entre sus compañeritos estaba Julio Bocca. Mientras hacía la primaria y la secundaria, cursó el Profesorado en la Escuela, calzada con zapatillas de punta rosadas. Cambió su estilo cuando se inscribió en otro templo de la danza argentina: el Taller de Danza del Teatro San Martín, que dirigía Ana María Stekelman a fines de los ‘80. Ahí la descubrieron entre los más noveles y la contrataron para integrar el cuerpo de baile, también a cargo de Stekelman.

Durante dos años participó de la época de gloria de una compañía que fue pionera en la investigación coreográfica: “Me acuerdo de la primera vez que pisé la sala Martín Coronado. Tenía una diagonal increíble sobre una música de Bach. Era como tocar el cielo con las manos: el Ballet del San Martín, la Martín Coronado, Bach y Ana María. Todo se cumplía.” Después, con la asunción de Oscar Aráiz como director y la renovación del cuerpo de baile, Prado empezó su peregrinaje por la danza independiente, donde “pude hacer una auténtica búsqueda personal”.

No falta ningún gran nombre en el currículum de Prado. Siguieron diez años de experimentación en Nucleodanza, el grupo de Margarita Bali y Susana Tambutti, asociado a la vanguardia de la danza argentina con proyección internacional. Prado participó de los procesos creativos y bailó en todos los continentes. Era la época del furor del video-danza, y el estudio de la calle Zabala bullía. Fueron años fundamentales en su vida: “Nucleodanza me dio un entrenamiento muy profesional. Había que resolver problemas con velocidad y calidad, y dar tu mejor función aunque hubieras volado 24 horas a Australia la noche anterior”. Y entre gira y gira terminaba su carrera de Psicopedagogía, trabajaba en un hospital ad honorem y empezaba Artes Combinadas en la UBA.

Pero nada era suficiente para esta buscadora incansable. En el 2000 ganó una beca de la Fundación Antorchas para continuar su formación. Durante cuatro años pululó por Europa y Estados Unidos buscando nuevos maestros, técnicas y estéticas: composición en Viena, release con Trisha Brown en Nueva York, action-theatre con Ruth Zaporah en San Francisco... Sin embargo, “si bien soy una rata de academia, el estudio se termina y quedan las herramientas. Después tengo que ver cómo se movería Gabriela”.

Con sus juanetes a cuestas, herencia de su pasaje por el ballet –”Es la maldad de la danza clásica, que te obliga a usar dos números más chicos que tu pie, como en la tortura china”–, a la hora de crear, Prado compromete sus pies tanto como su cabeza: “Para cada obra tengo la esperanza de encontrar algo interesante. Primero hago una búsqueda de pensamiento. No se puede creer ingenuamente que estás inventando algo nuevo: tenés que conocer lo que ya produjeron otros y empezar a pensar tu propia orientación.”

Llueve, la nueva obra de Prado (que interpreta y codirige junto a Eugenia Estévez), transita el difícil camino de la fusión entre danza y teatro. Es un proyecto independiente que podrá verse en El Portón de Sánchez muy pronto, cuando la disponibilidad de la sala se ponga de acuerdo con la apretada agenda de Prado. Mientras tanto sigue con Un monstruo y la chúcara (que estrenó el 9 de abril) en el Teatro Alvear, dirigida por Gerardo Litvak, y vuelve a trabajar para el Centro de Experimentación Teatral del Teatro Colón, donde ya había bailado en el 2004 entre las instalaciones de León Ferrari con la videasta Silvia Rivas. En esa ocasión, mostró su capacidad para desarticular los fragmentos de su cuerpo en mil pedazos autónomos. Anunciado para junio, el nuevo espectáculo –otra vez junto con Rivas– promete brillar tanto como aquél.

Un monstruo y la chúcara integra el espectáculo Contemporánea x 6 y se presenta en el Teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659) de jueves a domingo a las 21.

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