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Domingo, 7 de enero de 2007

MúSICA > DIEZ AñOS SIN CROWDED HOUSE

Casa retomada

Con sólo cuatro discos, Neil Finn consiguió que su banda tuviera hordas de devotos que la consideran muy por encima de las mejores de los ‘80. Ahora, a diez años del legendario concierto al aire libre con que se despidieron ante 120 mil personas (y su edición en cd y dvd), Rodrigo Fresán revisita a Crowded House, los Beatles de Oceanía.

 Por Rodrigo Fresán

Lo dice —en una de las entrevistas del dvd conmemorativo, recordando casi con lágrimas en los ojos— alguien que entonces fue fan y hoy es periodista, pero que sigue pensando exactamente lo mismo: “Esta banda fue mucho más que una banda que te gustaba mucho. Fue esa banda por la que estabas dispuesto a dejar trabajo y familia y unirte a ellos. Era como fugarte con el circo. Y es que, cualquiera que estuvo en uno de sus conciertos lo sabe: esos tipos la estaban pasando tan bien ahí arriba y te la hacían pasar tan bien a ti ahí abajo”.

Esos tipos eran Neil Finn y Paul Hester y Nick Seymour (más varios músicos invitados), la banda se llamó Crowded House, y ahora, diez años después, se edita por fin en versión compact-disc y dvd el multitudinario concierto Farewell to the World. Veinticuatro grandes canciones con las que, la inolvidable noche del 24 de noviembre de 1996, junto a las escalinatas de la Sydney Opera House, la banda a la que todos quisimos pertenecer dijo adiós, amigos, adiós a más de 120.000 de sus integrantes (y nos lo dice ahora a todos nosotros) que, de pronto, no podían despertarse del sueño que les decía y les cantaba que todo había terminado.

Crowded House, con Tim Finn de invitado en 1991.

PUERTA DE ENTRADA

La reconsideración de sólidas bandas fantasma criadas durante los ‘80 suele despertar discusiones, dudas, polémicas. ¿Quién fue más? ¿Quién ha envejecido mejor? ¿The Police, The Smiths, Talking Heads, The Replacements, The Jesus and Mary Chain, Lloyd Cole and The Commotions, Aztec Camera? El sol se pone, no se ha alcanzado acuerdo alguno, y es entonces cuando alguien pronuncia las palabras mágicas y el ambiente se dulcifica y todos sonríen y reina la paz: Crowded House. Porque ahí no hay pelea posible y todos están de acuerdo en la más satisfecha de las treguas: no conozco a nadie —no creo que exista— a quien no le gustara entonces y no le siga gustando ahora Crowded House. Considerados con justicia —aunque también están los que candidatean a The Go-Betweens— como “los Beatles del Down Under”, lo cierto es que estos tres neocelandeses se las arreglaron para unir el sonido del río Mersey con las playas de Kare Kare sin que se notaran las costuras y con un sutil y elegante equilibrio en las melodías de Neil Finn y su voz capaz de congeniar el susurro ácido de Lennon con el aullido dulce de McCartney. Así, cuatro discos (más los bonus a la hora del greatest hits y la compilación de rarities) le bastaron a Crowded House (1985-1996) para dejar su marca y continuar viviendo como uno de los grupos de comportamiento y carrera más extraños y uno de los más extrañados.

La noche del concierto despedida, 1996. Foto: Nora Lezano

La historia es bastante conocida: hay una banda llamada Splitz Ends comandada por Tim Finn que, un día, decide renovar sangre y llama a su hermanito menor Neil (por entonces en su grupo colegial After Hours) y el pequeño resulta ser un genio de la composición a la hora del estribillo implacable y así, en rápida sucesión, despacha “I Got You”, “What’s the Matter with You”, “One Step Ahead” y “Message to My Girl”. Exitos que convierten al hasta entonces nada más que prestigioso Split Enz en supergrupo en Australia, así como en saludable moda en USA y UK, a la vez que prenuncian lo que ya entonces puede ser considerado el Crowded House Sound: canciones perfectas, pegadizas, pero nunca sencillas y siempre oscuramente iluminadas por algún detalle freak y exótico y personal. Lo de antes: The Beatles.

Y de ahí que Neil Finn no demorase en buscar su propia casa y el primer álbum de Crowded House —que primero y muy fugazmente se llamaron The Mullanes— recuerde tanto a álbumes como Rubber Soul y Revolver, donde el único concepto es el de que todas y cada una de las canciones justifiquen su presencia y que se comporten como si, una a una, fueran todo un longplay de tres o cuatro minutos. Lo moderno atemporal con vocación de clásico nuevo. De ahí que Crowded House (1986) —nuevo nombre de la banda, producción de Mitchell Froom funcionando casi como una indispensable cuarta habitación— aluda tanto a la apretada casita de Los Angeles donde el trío ensayó el material como a los surcos redondos de once canciones más redondas todavía resultando en uno de los grandes y más perfectos debuts de la historia del pop. Y se sabe que la Capitol no creía demasiado en la cosa, que la promoción fue prácticamente nula; pero ahí estaban “Mean to Me” (con esos versos formidables: “Así que conversé contigo por una hora / En el bar de un hotel de pueblo chico / Y me preguntaste en qué pensaba / Yo pensaba en una celda acolchada / Con una televisión en blanco y negro / Impidiendo que nos sintiésemos solos”), “World Where You Live”, “Now We’re Getting Somewhere”, “Love You ‘Til the Day I Die”, “Something So Strong”, “Tombstone”, “Can’t Carry On”, “I Walk Away”, “That’s What I Call Love”, todas buenas, nada de relleno. Y, por supuesto, “Don’t Dream It’s Over”: una de las más raras y a la vez más efectivas love songs jamás escritas cuyo flecha no se clava en el corazón de la persona amada sino en el cerebro de los camaradas derrotados. Un himno para hermosos perdedores que se convirtió en éxito mundial y que, de pronto, puso a Crowded House entre los grandes y, por supuesto, en todas las agendas de los ejecutivos de su discográfica. Pero lo cierto es que —lo dijo en más de una oportunidad— Neil Finn no tenía ganas de convertirse en astro universal y de ahí que, para horror de los encargados de marketing de Capitol, comunicara que la apresurada continuación de Crowded House se titularía Mediocre Follow-Up. “Secuela Mediocre” finalmente se llamó Temple of Low Men (1988) y de mediocre nada aunque de dark mucho. Este disco inauguraba una de las especialidades de la banda —la canción romántica culposa y siniestra con “I Feel Possesed”, “Never Be The Same”, la melancólica y country-psicodélica “You Better Be Home Soon” y muy especialmente “Into Temptation”— pero no se privaba de la sociológica postal maliciosa y crítica en “Kill Eye” y “Mansion in the Slums”, la alegría psicótica de “Sister Madly” o de dos de los mejores himnos à la U2 jamás compuestos por U2: “In the Lowlands” y “When You Come”.

Y, por supuesto, giras por todas partes, trajes de toreritos lisérgicos, shows donde lo épico se fundía con lo desopilante, estadios medianos y lugares pequeños, la felicidad de que lo suyo sería un culto y no una religión y las primeras señales de cansancio y, enseguida, la primera desbandada. Neil se reencuentra con Tim y deciden grabar un disco de hermanos que no interesa a la compañía. Solución: ponerle la etiqueta de Crowded House, Tim mudándose como cuarto huésped y, presto, Woodface (1991) y lo que para muchos es el momento más dorado de la banda. Ahí está el vitriólico y perversamente antinorteamericano “Chocolate Cake” (que no le causó mucha gracia a la filial USA), las sinuosas “Whispers and Moans”, “There Goes God”, “As Sure As I Am” y la reincidencia en la penumbra amorosa de “Fall At Your Feet” y “Four Seasons in a Day”; pero lo que aquí destaca es el aspecto freak pero inmediatamente familiar y querible de “Weather Without You” y la formidable “Italian Plastic”, canción firmada por Paul Hester (de seguro el baterista más gracioso y talentoso desde Ringo Starr) contenedora de, según Neil Finn, el verso más precioso en todo el repertorio de Crowded House: “Cuando despiertes a mi lado / Yo seré tu vaso de agua”. Y Woodface vendió mucho y fue alabado pero, sin que nadie lo esperase, comenzaban a plantarse las cargas de profundidad para la demolición de la vivienda: Tim Finn se fue porque no se sentía cómodo en el escenario sin tener demasiado que hacer, se importa al multiinstrumentista Mark Kart (entonces encargado de suplantar a Roger Hodgson en Supertramp) y un Hester que extraña mucho y se siente cada vez más desencantado con la vida en la carretera dice adiós. Y así Together Alone (1993, producido por el entonces muy de moda Youth) acaba sonando como el disco más melancólico de Crowded House pero también como el más personal, abundando en sonidos indígenas y atmósferas dignas de musicalizar un remake de La última ola de Peter Weir. En junio de 1996 salió a la venta el imprescindible Recurring Dream (con tres temas nuevos entre los que se cuenta la preciosa y muy lennoniana “Not the Girl You Think You Are”, una edición especial le añadía un cd extra y live grabado a lo largo de los años) y —por más que alcanzara el número 1 en Gran Bretaña y Australia— la suerte ya está echada y se razona que no hay mejor momento para separarse que estando en la cumbre. Y se pone fecha y lugar: 24 de noviembre de 1996, Sydney, todos juntos ahora y vengan juntos. Y todos juntos fueron.

PUERTA DE SALIDA

Y eso es a lo que suena y lo que se ve, ahora, una década más tarde, en Farewell to the World. Este último concierto (que hasta ahora se conseguía tan solo en VHS, resumido, y con sonido deficiente) se ocupa de una fiesta inolvidable —a beneficio del Hospital de Niños de Sydney—, donde todas sus grandes canciones fueron invitadas y se extrañan todas las que no vinieron, “Together Alone” en especial. Aquí abundan las carcajadas, la banda enloquece según su sana costumbre en la demencial “Sister Madly” (siempre terminando de modo diferente, aquí empalmando con una bizarra selección de The Sound of Music), acuden Tim Finn y otros miembros esporádicos para reclamar lo suyo, y luego de cubrir ese clásico aussie que es “Throw Your Hands Around Me”, todos —músicos y público y quien lo vea ahora en su tv— acaban llorando bajo la luna llena de “Don’t Dream It’s Over”, canción alguna vez definida por Hester como “la mejor última canción de todos los tiempos”. Y tenía razón.

El paquete dvd se complementa con un sentido audiocomentario del concierto a cargo de Finn & Seymour & Hart, documentales y noticieros sobre la preparación y presentación del magno evento (que se frustró el primer día por lluvia convirtiéndose en prueba de sonido para los que se animaron a darse una vuelta y los perjudicados con pasajes aéreos cerrados que no pudieron quedarse una noche más en Sydney) y una entrevista aquí y ahora a Seymour & Finn donde se evoca, con dolor y cariño, la figura ausente del vital Hester: el baterista feliz que, fuera de casa pero cerca de su hogar, se convirtió en figura mediática, condujo sus propios shows de videoclips y, el 26 de marzo del 2005, decidió que ya nada de eso era suficiente y se quitó, para siempre y de una vez, toda esa vida que parecía eterna.

PASADIZOS SECRETOS

La vida continuó después de Crowded House, claro. Se desempolvaron y bajaron del altillo las rarezas de Afterglow (1999). Neil Finn editó el perfecto Try Whistling This (1998) y el no tan perfecto One Nil (2001), el live con el nombre Seven Worlds Collide para el que armó el efímero super-grupo Neil Finn & Friends integrado por Johnny “The Smiths” Marr, Eddie “Pearl Jam” Vedder, Lisa Germano y los Radioheads Ed O’Brien y Philip Selway y un live más secreto: Sessions at West 54th. Los Finn Brothers editaron dos buenos discos —Finn (1995) y Everyone Is Here (2004)— y durante el 2006 giraron juntos en un reunion-tour de Split Enz. Tim Finn sacó hace poco Imaginary Kingdom. Nick Seymour se unió a Deadstar, pero no pasó gran cosa y hoy produce bandas en su estudio de Dublín y toca en el inminente nuevo disco de Neil Finn y en su banda en vivo. Mientras que Mark Hart —el menos crowded de los house— volvió a Supertramp y viaja por todo el mundo con la tan estelar como carnavalesca Ringo Starr’s Band.

Y en la última edición de la revista inglesa The Word, Neil Finn ha anunciado que en el 2007 hará exhaustivo box-set de Crowded House y que la reunión “es una posibilidad” pero que “sin Paul sería raro. Su muerte no estaba en el guión. Es algo que todavía me cuesta creer”. Y en una de las entrevistas del dvd Neil Finn afirma y recuerda que a la altura de los bises de aquella noche inolvidable sintió que la estaba pasando tan bien que, por un instante, jugueteó con la idea de salir y anunciar que “Pensándolo mejor, no nos separamos”. Y mientras tanto, mientras escribo esto, alguna banda de chicas o alguna banda de chicos decide —como lo hicieron Paul Young y Sergio Dennis entre muchos otros— grabar una nueva versión de “Don’t Dream It’s Over”: esa canción tan útil para el disco homenaje a Lady Di; o como música de fondo cuando se elimina algún seleccionado deportivo; o para uno mismo, cualquier atardecer de estos, en su casa, mirando de adentro para afuera por la ventana, sosteniendo un vaso de agua en la mano, esperando que vuelva a pasar esa banda que te produzca unas ganas irrefrenables de salir corriendo detrás de ella, sin mirar atrás, sin pensarlo dos veces, rápido, más rápido todavía.

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