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Domingo, 24 de febrero de 2008

CINE > SE ESTRENA LA NUBE ERRANTE, DE TSAI MING-LIANG

Desde mi cielo

Desde el estreno de Los rebeldes del Dios Neón, Tsai Ming-Liang se convirtió en el poeta de la soledad urbana del cine contemporáneo. Malayo de nacimiento y taiwanés por adopción, hizo de Taipei una metáfora de los aspectos negativos de la tecnología y el progreso. Heredero de la Nouvelle Vague y el más europeo de los cineastas asiáticos, desde que en 2000 su obra se conoció en una retrospectiva del Bafici, sus películas siempre se preestrenaron en los festivales. Con La nube errante, una película que es casi un resumen de todo su cine, su nombre vuelve a las carteleras locales.

 Por Martín Pérez

“No me interesa hacer películas para buscar la aceptación de los demás, ni retratar lo feliz que es vivir de tal o cual manera. Tal vez lo que muestro sea el lado más oscuro, pero también es el más real. Donde duele es donde se siente.” Así resumía su cine el director Tsai Ming-Liang –malayo de nacimiento, taiwanés por adopción– cuando visitó por única vez la Argentina, acompañado por su actor fetiche, Lee Kang-Sheng. Además de retrospectivas de John Cassavetes y Julio Medem, un jurado presidido por Paz Alicia Garciadiego –guionista de Arturo Ripstein– y el legendario crítico francés Serge Toubiana, aquel 2º Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (aún dirigido por Andrés Di Tella) se dio el lujo de dar a conocer las tres primeras e internacionalmente admiradas películas de Tsai, y el director estaba presente para sorprenderse por el interés que percibía entre los no-tan-ocasionales espectadores. “No es común llegar a un país tan lejano y encontrar gente que quiere que le hable de mis películas, por eso suelo quedarme charlando con quienes se me acercan después de cada función”, decía. Y agregaba, con un guiño cómplice: “Aunque en realidad muchas veces me parece que debería esconderme luego de filmarlas”.

Además de Los rebeldes del Dios Neón, Viva el amor y El río, todas premiadas en los festivales más importantes del mundo, aquella muestra remataba con el estreno de su por entonces último largometraje, un extraño musical apocalíptico llamado The Hole. Ocho años y cuatro largometrajes después de aquella visita, mucha agua ha pasado bajo el puente del cine de Tsai. Sin haber vuelto a sorprender como con aquella trilogía iniciática que lo consagró como el poeta de la soledad en el cine contemporáneo, cada nueva película sigue siendo carne de festival: nunca faltó una película suya en el Bafici, de hecho. Por eso es que el anuncio del estreno comercial de La nube errante, el séptimo film de su carrera, es poco menos que un acontecimiento, aun cuando la realidad de las salas locales se descubra como bastante atrasada: en el pasado festival porteño se estrenó su octava película, I Don’t Want to Sleep Alone. Pero este bienvenido estreno de Tsai funciona como resumen de todas las características de su cine, desde las más obvias hasta las más elusivas. Si bien no faltan sus característicos planos largos y su ya mítica ausencia de diálogos (“Cuando uno está solo, no habla demasiado, ¿no?”, se burla y explica Tsai al mismo tiempo cuando le preguntan por el tema), también incluye en la saga central de sus personajes aquello que hasta entonces sólo había intentado en una película periférica como fue The Hole: delirantes números musicales que expresan todo lo que no dicen sus protagonistas.

Y también está el agua, protagonista de todas las películas de Tsai. Si en la ciudad de The Hole no dejaba nunca de llover, en esta Taipei de La nube errante una terrible sequía obliga a que sus habitantes busquen sucedáneos naturales, como el jugo de sandía. El jugo y las sandías aparecen en los lugares menos pensados –incluso protagonizan la escena de sexo inquietante e inolvidable con la que prácticamente comienza el film– de esta séptima película de un cineasta que ha aprendido a destilar cada vez mejor el humor que asegura haber estado presente en todas sus películas, pero también se atreve a acercarse de manera cada vez más contundente a su obsesión sobre la imposibilidad del amor en un entorno urbano. “Siento que soy una persona con suerte porque siempre puedo buscar respuestas a las preguntas que me interesan haciendo películas”, dijo alguna vez. “Claro que por lo general uno no encuentra respuestas sino más preguntas.”

¿Se puede imaginar yendo con sus abuelos, con quienes comenzó a ir al cine de pequeño, a ver una de sus películas?

–No, se quedarían dormidos.
(Entrevista de Nanouk Leopold, 2002)

Uno de los mitos fundacionales de la saga de Tsai Ming-Liang es que, aunque siempre reconoció la deuda fundamental que tiene su cine con el de los años ’60, con Truffaut y Antonioni a la cabeza, en realidad se crió viendo cine principalmente norteamericano. “Mis abuelos eran tan fanáticos del cine que tenían que ver al menos una película por día. Vivían en una pequeña ciudad de Malasia donde había seis o siete grandes teatros. Tenían un puesto callejero donde vendían fideos, y se turnaban para ir al cine. A veces hacía doble turno y veía una película con cada uno de ellos. Por entonces creía que las únicas películas que había eran las norteamericanas. Pero después de un tiempo de vivir con mis abuelos tuve que volver a casa, porque mi padre descubrió que no hacía más que ver películas todo el día.”

Nacido y criado en Kuching, una localidad al este de Malasia, las costumbres cinematográficas de Tsai cambiaron cuando se fue a estudiar a Taipei, capital de Taiwan, y comenzó a frecuentar la cinemateca universitaria. “Tuve todo a mi disposición, y descubrí que las películas de la Nouvelle Vague francesa y el Nuevo Cine alemán me emocionaban tanto como aquellas películas de mi infancia. Pero este cine europeo era más cercano a mí, porque trataba sobre la vida moderna y estaba protagonizado por personajes ordinarios. Y me daba cuenta de que era más realista, más cercano a la vida de todos los días.”

Después de graduarse como estudiante de cine y teatro, Tsai se quedó en Taiwan, montando obras y trabajando para televisión, hasta que llegó su oportunidad en el cine. No la desaprovechó: con Los rebeldes del Dios Neón arrancó su trilogía de soledad urbana con Taipei como eje. “Es una ciudad que se desarrolló demasiado, y lo hizo demasiado rápido. Es posible ver en ella todos los aspectos negativos del progreso y la civilización”, le explicó al periodista David Walsh luego del estreno del segundo opus de la trilogía, Viva el amor. “A veces realmente deseo que no hubiese más progreso”, agregó más recientemente. “Creo que los últimos desastres, uno detrás del otro, son la respuesta de la naturaleza a nuestro concepto de tecnología y progreso. Pienso que nos están avisando.”

¿Se considera un director de cine de autor?

–Me veo como un director muy normal. No puedo entender por qué hay tantas películas con peleas.
(Entrevista de Michel Guillén, 2006)

Una de las anécdotas que Tsai Ming-Liang cuenta en cada entrevista, es que en Taiwan todos los años hay un concurso de guiones de cine, y que sus guiones nunca ganan. “Porque dicen que son muy simples”, explica. Y agrega: “Tienen apenas 50 páginas, y son como poemas. Como un manual de instrucciones para hacer una película”.

La principal característica de sus películas es que crean un mundo personal, ensimismado y atento al mismo tiempo, y con su propio sentido del tiempo. Algo que nunca podría descansar en un guión. “Escribir guiones es lo que menos me interesa, pero suelo hacerlo porque son necesarios para financiar cada proyecto, y para darle algún tipo de guía a mi equipo, para que no estén perdidos, una hoja de ruta con la que puedan ponerse a trabajar. Pero lo confieso: no creo en los guiones”, aclara. “Creo que las películas que conocemos hoy en día están demasiado dominadas por la narrativa. Y yo filmo una película, no una historia. Por eso me pregunto: ¿el cine es sólo contar algo? ¿No puede tener otra clase de función? Por supuesto que mis películas tienen algo parecido a una historia, pero mi atención está dirigida a la vida cotidiana. En nuestras vidas no hay historia, cada día está lleno de repeticiones. Las películas de hoy sienten que en sus dos horas tienen que contar una historia, y por eso están llenas de guías y señales para completar esa historia. El público se ha acostumbrado a eso. Pero creo que el cine puede ser mucho más. Creo que las historias de mis películas caben en dos oraciones. Con eso alcanza. La realidad y el cine son diferentes, pero si uno saca todo ese elemento dramático falso, creo que terminan acercándose. En el transcurso de nuestra vida llegamos a escuchar miles y miles de historias. Y así es como solemos olvidarnos de todos esos momentos cotidianos más pequeños y comunes. Por eso yo creo que mis películas son importantes.”

Usted es un maestro de los planos largos. ¿Alguna vez pensó en hacer una película que tenga un único plano, como el experimento que Hitchcock hizo con The Rope?

–Nunca pensé en esa clase de experimento. Toda película tiene uno, en realidad. Creo que mi experimento es filmar a Lee Kang-Sheng en todas mis películas. Me gustaría seguir filmándolo mientras envejece.
(Entrevista de Michel Guillén, 2006)

Cuando se habla de la relación cinematográfica que une a Tsai Ming-Liang con Lee Kang-Sheng siempre se menciona a Truffaut y Léaud. La comparación seguramente enorgullece a Tsai, pero siempre se ha desmarcado, explicando que lo que lo une a Lee es otra cosa. “No sólo Truffaut tenía su actor favorito: Fassbinder, Ozu y otros japoneses estaban interesados en trabajar siempre con los mismos actores. Pero, claro, Truffaut es el paradigma”, le explicó a la periodista Josefina Sartora. “La diferencia conmigo es que yo no hago una autobiografía. Lee es tal vez una mitad de mí. Estoy interesado en observar el personaje, su expresión, su cara, sus reacciones.”

La historia de cómo Tsai conoció a Lee merecería formar parte de una de sus películas. Sucedió en 1991, cuando el director estaba produciendo The Boys, un drama de media hora para televisión. “Estaba buscando un nuevo rostro para protagonizarlo, y paseando por las calles de Taipei de pronto me topé con un joven que estaba sentado en su moto. Le pregunté si quería hacer una audición para un programa de televisión, y demoró mucho en responderme. Se tomó su tiempo, un tiempo que me pareció eterno, y finalmente me pasó su teléfono. Luego supe que acababa de terminar la secundaria y había perdido el año porque no lo habían admitido en la universidad, así que trabajaba como guardia en un local de videojuegos, esperando volver a dar el examen de ingreso. Eso estaba haciendo el día en que lo descubrí.” Aún más propio de las películas de Tsai es el hecho de que Lee parece llevar consigo un ritmo propio de actuación, que terminó marcando todo el cine de su director. “Cada vez que intentaba apurarlo en su actuación, no me hacía caso. No entendía qué pasaba, se suponía que yo era el director y los actores me hacían caso. Y ahí estaba este tipo, salido de ningún lugar, que hacía las cosas a su tiempo.”

Película a película de Tsai, la actuación de Lee no ha hecho más que ganar en presencia. Su primer gran protagónico se puede buscar en El río, pero su rol en los números musicales de La nube errante es casi perfecto. Es como si hubiese ido ganando confianza en su actuación, pero sin llegar jamás a actuar, en el sentido displicente que Tsai le otorga a semejante verbo. De hecho, con el tiempo el actor fetiche de Tsai ha terminado convirtiéndose en director por derecho propio, con su mentor revelándose como jefe de arte.

La segunda película de Lee, Help me Eros, participó de la competencia oficial en Venecia, el año pasado. “Tenemos la misma mentalidad y las mismas convicciones, y no estoy de acuerdo con la gente que dice que simplemente copia mi estilo. Además, si no está influenciado por mis películas, ¿de quién otro se iba a influenciar?”

Su película Goodbye Dragon Inn trata sobre cómo la tradición se está perdiendo en el cine. Pero hay un letrero al final de la película que dice que ese cine que se cierra sólo va a estar cerrado temporalmente. ¿Es una señal de optimismo?

–En realidad, “Cerrado temporalmente” en chino significa “Cerrado para siempre”. Pero como no les gusta dar malas noticias, siempre usan un eufemismo.
(Entrevista de Jeff Reichert y Erik Syngle, 2004)

Cuando a fines del año pasado se le dedicó una retrospectiva en Londres en homenaje a sus 50 años, Tsai Ming-Liang contó que estaba tratando de concretar el proyecto de una película con Jean-Pierre Léaud, el Lee de Truffaut, al que se acercó para un cameo en su quinto largometraje, ¿Y allí qué hora es?. “Cuando se dio cuenta de que no había guión, se desconcertó”, recordó alguna vez Tsai. “Se la pasaba preguntando: ¿cuáles son mis líneas? Pero le dije que sólo tenía que sentarse en un banco y ser él mismo, y lo hizo muy bien.” El proyecto con Léaud va a ser financiado por el Museo del Louvre, y Tsai confesó que estaba apremiado para realizarlo, porque temía por la salud del actor. “Está volviéndose cada vez más frágil, y me temo que su cabeza cada vez está menos clara”, le contó al periodista Roger Clark de la revista Sight & Sound, quien explicó en su artículo que Tsai soñaba con retratar el envejecimiento del rostro de Léaud desde Los 400 golpes en adelante, y compararlo con el de Lee Kang-Sheng. “Cada vez me interesan más los rostros”, explicó el director, que confesó que se había obsesionado con las sandías recién cuando se dio cuenta de que, cortadas al medio, se podía ver en ellas una cara.

Bautizada como El sabor de la sandía en otros países de habla hispana, La nube errante es una película con mucho humor, aunque también sabe tener un final tan contundente y controversial como aquel que hizo famoso a El río, en el que un padre que mantiene su homosexualidad en secreto termina cruzándose con su hijo en un sauna gay. Lo dicho: se trata prácticamente de un resumen temático de la obra de Tsai. Pero lo que más queda en el recuerdo son sus delirantes números musicales, con paraguas con dibujos de sandías, y penes gigantes acosados por doncellas armadas con destapadores. Como si hubiese decidido llegar no a Hollywood –como insistía que siempre le sugerían sus compatriotas, poco interesados en su cine independiente– sino a Broadway. Pero a su manera.

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