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Domingo, 15 de junio de 2008

CINE > SEX AND THE CITY: LA SERIE HECHA PELíCULA

Filosofía barata y zapatos de moda

La serie que debutó en los estertores del clintonismo, cuando Manhattan todavía tenía Torres Gemelas, y se erigió como una tira sobre la libertad sexual y las cárceles emocionales de los adultos contemporáneos, se convirtió en película. Pero las chicas de 30 ahora tienen 40, y las cosas ya no son como eran.

 Por Natali Schejtman

Cuatro años después del fin de la serie, el estreno de la película de Sex and The City despertó una expectativa gigantesca. En muchas grandes ciudades del mundo, las cuatro mujeres que conforman su inamovible cast tienen admiradoras que encuentran identificación en algo más bien inefable que la serie propone. Nunca es en las realidades de cada una de ellas –todas ciertamente inaccesibles–, tampoco en sus “perfiles” en el sentido estricto –la protagonista es una mezcla de sus tres amigas cliché: la sexópata, la Susanita conservadora, la profesional exitosa– y mucho menos en su poder adquisitivo, ni el color local del strass. Tal vez tenga que ver la mezcla de eficacia, complicidad y el innegable componente aspiracional de una soltería tan chic y “divertida” (¿vieron a las solteronas Patti y Selma mostrarle la serie a Marge, al grito de “¡Iguales a nosotras!”?). Pero lo cierto es que, para bien o para mal, esta serie que tiene como protagonista a una columnista que habla con sus amigas sobre ellas y ellos, piensa y lo escribe en un diario, es de esas que tuvieron influencia no sólo en el tratamiento de las mujeres en la pantalla sino también en las costumbres y los mitos modernos de una generación de espectadoras.

ZAPATOS CAROS VS. SOCIOLOGIA BARATA

Desde su inicio –y sobre todo en su inicio– la serie tuvo una cierta pretensión sociológica. Se dijo de todo de ella, desde que representaba un victorioso feminismo pro-sexual hasta que estaba escrito para gays, pero interpretado por chicas hétero. En las primeras temporadas, incluso, se jugaba insertando testimonios que aparentaban ser de gente común opinando sobre el tema del episodio en cuestión. En la película, eso, por suerte, no existe: ellas son cuatro estrellas; la identificación no es un riesgo.

Siendo Carrie Bradshaw escritora, había muchos nombres que se cuelan en su tono (como aspiraciones, por supuesto, desde Dorothy Parker hasta Clarice Lispector). Es curioso que también pueda rastrearse –con muchas ganas, sí– alguna emulación escondida (y seguramente banal) a la Simone de Beauvoir de La mujer rota (sobre todo a su tercer relato, en el que De Beauvoir personifica su manifiesto bajo la forma de un diario íntimo). Pero más allá del deseo de ver en sus influencias y referencias el despertar femenino liberador, Sex and The City tenía mucho de una mirada que parecía ser femenina, pero no dejaba de estar atravesada por el deseo y el ideal altamente exigente que los hombres –y la publicidad– tienen sobre las mujeres modernas: que sean desfachatadas, económicamente sólidas, independientes, por favor lindas y, sobre todo, que gasten sus horas, minutos y segundos hablando de ellos.

Como género, se podría decir que explotó al máximo el de las conversaciones femeninas, cosa que logró atraer a algunos hombres al confortable rol de espías. Teniendo como protagonista a la mujer soltera blanca que busca y el formato de la comedia (el de Barbet Schroeder era un psycho-thriller), la serie tuvo momentos de valiosa escatología femenina: un diafragma atorado o una crisis de ansiedad oral que termina con una de ellas comiendo una torta de su tacho de basura. También, encrucijadas encaradas con bastante transparencia, como la vacilación hasta último momento sobre si realizarse o no un aborto (sin lugares comúnmente falsos para mencionar los pros y los contras de su decisión). Y no se puede negar que dio con el nicho: mujeres urbanas de 30 solteras hay, y en cantidades. La reivindicación de la soltería, la disminución conceptual del hombre por el solo hecho de formar parte de una especie de “raza” distinta (inferior y dominante, curiosamente) y ciertos bastiones usual e implícitamente siempre considerados masculinos (el sexo, la infidelidad, el dinero, la masturbación, etc.) como ideas fijas, consiguen llegar a una conclusión básica: si los protagonistas hubieran sido cuatro amigos de Manhattan, esta serie habría sido desechada automáticamente por su incorrección política y por justificadas denuncias de todo tipo de grupo feminista.

UN ROPERO PROPIO

Con respecto a la serie, la película hace un giro similar al de las dos partes de Bridget Jones: la era de la razón es la era de los papeles. La familia tradicional y un marido fiel es lo que ellas quieren. Excepto Samantha, la más fiestera y la más grande, que se quiere demasiado a sí misma como para compartir su vida con otro, como ella dice. No es que las otras hayan negado durante la prehistoria de la película (la serie) su deseo de ser madres o esposas, pero es cierto que eso se encaró siempre con mucha más ambivalencia y mucha menos contundencia que el deseo de ser amantes y, quizás, amadas. La idea de igualdad entre hombres y mujeres es la que más se cae a pedazos en la película. Polémica y frívola, en la serie esa paridad estaba representada por una autosuficiente acumulación de capital sexual: amantes como bienes materiales. En la película, Carrie es hipnotizada cuando su prometido le compra un tremendo departamento para que vivan juntos, y le propone mandarle a hacer a medida un ropero especial para sus zapatos. En fin.

A la película se le puede achacar de todo. Para empezar, unos tediosos 60 minutos de más. Para seguir, una explotación excesiva del glamour neoyorquino simpático y atractivo. Pero sobre todo porque nubla cierto intríngulis emocional que podría ser interesante con respecto a la serie: el de las mujeres de 40 que son con respecto a las de 30 que eran, de las embanderadas en el sexo de calidad con respecto a las que también quieren reconocimiento legal si compran una propiedad con su pareja, de las que querían divertirse con “amigos sexuales” y otras categorías fetichistas con respecto a las que quieren no uno sino varios vestidos de novia.

Una lástima: no estaría mal ver cómo una chica que se presume independiente elige el matrimonio sin babearse ante el departamento que su novio millonario le compra. ¿Y si en realidad este final indica que antes en el fondo y ahora demasiado en la superficie la pizpireta Carrie Bradshaw sólo quería casarse, incluso más que “encontrar el amor”? ¿Y si en realidad las chicas no la pasan tan bien y no eran tan “modernas” al final? El mensaje, precisamente por su falta de eje y su tendencia al estereotipo, sigue siendo el mismo que antes: los hombres no son estables pero, por suerte, ¡las amigas están siempre! Ellos no: son débiles, volátiles e infieles. ¿O será que siempre hay una mujer rota para un hombre descosido?

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