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Domingo, 29 de marzo de 2009

TELEVISIóN > BUENAS SERIES DE MALOS LIBROS

Tuneando libros

¿Qué tienen en común Dexter, Bones, Sex & The City, True Blood (además de ser algunas de las series más exitosas, originales y respetadas de la última década)? Todas son representantes del hallazgo más efectivo de la televisión norteamericana: tomar libros decentes, flojos o hasta malos, extirparles un potencial personaje o escenario y convertirlos en una excelente serie.

 Por Rodrigo Fresán

El chiste es muy viejo pero continúa siendo muy gracioso. En un baldío de Hollywood hay dos cabras. Una de ellas mastica sin demasiado entusiasmo el celuloide de una lata que alguien ha arrojado por ahí. La segunda cabra la contempla mordisquear y pregunta: “¿Qué tal está?”. La primera cabra traga y responde: “Me gustó más el libro”.

Y, sí, la gracia del asunto pasaba, pasa y pasará por un conflicto ya tan viejo como las imágenes en movimiento: la necesidad de las pantallas de nutrirse de papel y letras y el modo en que las digieren con mayor o menor o nula elegancia. En el principio de los tiempos, se sabe, el cine necesitó de escritores que le proporcionaran cosas para contar, y hacia la Tierra Prometida fueron muchos de ellos y no fueron pocos los que no la pasaron demasiado bien, y más datos sobre la cuestión en el tan iluminador como encandilador Writers in Hollywood 1915-1951 de Ian Hamilton.

Pero también es verdad –por estos días y en otro medio– que el chiste de las cabras admitiría una ligera pero decisiva variación. Así, cambiar celuloide por cinta de video-tape o electricidad digitalizada y serie de televisión y entonces la respuesta de la cabra masticadora sería: “Me gusta más que el libro”.

LEER PANTALLAS

No hablo aquí, claro, de la BBC y de sus epígonos. No hablo de venerables clásicos de la novela llevados a la pequeña pantalla con grandes modales. No me refiero a las criaturas de Jane Austen, las Hermanas Brontë, George Eliot, Charles Dickens y siguen las firmas. De algún modo, esos libros no eran otra cosa que la televisión de su tiempo: por lo general, sus episodios/capítulos se emitían folletinescamente semana tras semana manteniendo a los espectadores/lectores en vilo. Y también es cierto que la BBC hace trampa: lo suyo son las miniseries más que las series. La explosiva potencia de los cien metros (recordar hitos paralizantes de multitudes como Retorno a Brideshead, basada en la novela de Evelyn Waugh) antes que la astucia del corredor de fondo sin meta a la vista mientras el público y el ranking le permitan seguir avanzando.

Al otro lado del Atlántico, en cambio, lo que se busca –salvo excepciones cada vez más esporádicas como lo que se hizo con alguna novela de Stephen King o de Richard Russo o lo que se hará, dicen, con algunas novelas de James Ellroy o las dramatizaciones de buena non-fiction como Band of Brothers, Homicide: Life on the Street, The Corner, John Adams o Generation Kill– es la permanencia. Quedarse instalado ahí dentro –del televisor y de las casas con televisores– lo más que se pueda. Romper records. Hacer historia. Y las novelas más ilustres y amadas no resultan útiles para semejante objetivo. De este modo, mientras que el rostro que un actor o actriz –por bueno que sea– le imponga a David Copperfield o a Catherine Earnshaw nunca nos conformará del todo (pero nos llevará al reencuentro o el descubrimiento de la inmejorable materia prima), la televisión norteamericana opta por otra estrategia acaso más arriesgada y tal vez más admirable. Lo que la televisión norteamericana prefiere es abducir libros correctos o mediocres o hasta muy malos y convertirlos en grandes series.

MIRAR LIBROS

Digámoslo: el fino arte de tunear libros. Y –nada es casual– una de las varias acepciones de tune, en inglés, equivale a sintonizar. Y está claro que –por citar casos recientes– Candace Bushnell, Kathy Reichs, Charlaine Harris y Jeff Lindsay no son grandes escritores. Difícilmente la BBC se hubiera fijado en ellos. Pero –para la televisión Made in USA– estos cuatro autores son algo aún mejor que genios de la literatura. Porque los cuatro han creado grandes personajes que productores y guionistas pueden manipular, ajustar, corregir, mejorar.

Para ser más precisos: Bushnell es la responsable de la fashionista compulsiva Carrie Bradshaw y sus voraces secuaces en Sex & The City y su sucesora Lipstick Jungle imaginadas a partir de las columnas en The New York Observer. Kathy Reichs es la diseccionadora de la vida y obra e investigaciones de la súper-forense antropóloga Temperance Brennan en las novelas que inspiran libremente –aunque Reichs sea productora del show y hasta haya aparecido en un episodio– a la magnífica serie Bones. Charlaine Harris viene alimentándose en varios libros de la sangre de la suculenta telépata enamorada de un vampiro que nos hunde sus colmillos en True Blood. Y Jeff Lindsay es el culpable de que ande por ahí suelto ese simpático asesino en serie fuera de serie en la serie Dexter. E, insisto, lo más interesante de todo: buena materia prima impresa y excelente producto filmado. Cualquiera de sus libros leídos antes de conocer sus encarnaciones en video tiene algo de gracia, pero no alcanzan a saciarnos. En cambio, si los vemos en lugar de leerlos, ya nos será imposible volver a disfrutar de estos personajes si no es con los rostros de sus interpretadores Sarah Jessica Parker, Emily Deschanel, Anna Paquin, Michael C. Hall. De hecho –tanto Sex & The City, Bones, Dexter y, todo parece indicarlo, próximamente True Blood– lo único que necesitan y quieren es la premisa, el germen, la idea y después salir corriendo en direcciones muy diferentes a los libros. Así, la Bones televisiva no tiene mucho que ver con la escrita (y hasta se permite la gracia de firmar thrillers protagonizados, metaficcionalmente, por un personaje de nombre Kathy Reichs) mientras que la segunda y tercer temporada de Dexter ya va por la suya y muy lejos y mucho mejor de lo que se cuenta en las novelas de Lindsay. Lo que vale e importa es la marca, el producto.

CANALIZAR BIBLIOTECAS

Y está claro que me gustaría poder sentarme a ver –luego de haber leído– series que se llamaran Las aventuras de Augie March o Criptonomicón o Hijos de la medianoche o La familia Wapshot o Hyperion o Arbol de humo o La broma infinita o Las vidas de Zuckerman o Submundo o Las correrías de Conejo. Pero tal vez, mejor, no. Están demasiado bien escritas, son demasiado buenas para que cualquier noche de estas una cabra las mastique primero y después lance el berrido de su inapelable veredicto para que los patrocinadores, en un restaurante cercano, tomen nota de sus opiniones y alteren los ingredientes del plato del día en el plató de la noche.

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