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Domingo, 2 de agosto de 2009

MúSICA > EL GENIO Y ENCANTO DE REGINA SPEKTOR

Ensalada rusa

 Por Rodrigo Fresán

El verdadero nombre de Regina Spektor es... No hay caso, lo intento varias veces: copy y paste en su entrada de la Wikipedia sobre el nombre desbordando de letras cirílicas de esta chica rusa nacida en Moscú 1980 y, al trasplantarlo al archivo donde escribo todo esto, se convierte en, apenas, una línea recta y pegadiza.

Recta y pegadiza como las canciones de Regina Spektor, zarina imposible de derrocar del llamado movimiento anti-folk en el East Village de Nueva York, hija de padres judíos (papá fotógrafo y violinista, mamá profesora de música), pianista precoz en las teclas de uno de esos muebles verticales marca Petrof que (luego de pensarlo mucho) hubo que dejar atrás en 1989 durante los calores de la Perestroika. Así, Regina Spektor –quien había crecido oyendo a Queen y a The Beatles en casetes de contrabando– pasó primero por Austria y después por Italia y, finalmente, aterrizó en la Gran Manzana. Y –por fin tan cerca luego de haber estado tan lejos– decidió morderla. Y ahora, con Far, Regina Spektor vuelve a mostrar los dientes, la sonrisa feroz de una loba con vocación de Caperucita Roja y viajera.

CERCA Y una manera apresurada de definir a Regina Spektor sería como el resultado de una perfecta cruza entre Kate Bush y Rickie Lee Jones. Las piruetas vocales y la fascinación por la mítica femenina de la primera y los devaneos jazzy-vagabundos de la segunda. Y, sí, al oír por primera vez “Samson” o “Summer in the City” es más que probable que KB y RLJ hayan enarcado sus cejas con cierta irritación para después, enseguida, comprender inquietas que una y otra podrían contarse, sin dificultad, entre las mejores canciones que ellas dos ya no nunca compondrían porque no son suyas, son de RS.

Y es que RG apunta a las fuentes más poderosas y no se conforma con ser afluente más o menos talentoso à la Tori Amos o Fiona Apple.

Y “Samson” y “Summer in the City” eran apenas dos canciones perfectas entre las quince canciones perfectas que armaban Begin to Hope (2006). El disco que llevó a la voz y al piano de Regina Spektor a los soundtracks de series televisivas como Grey’s Anatomy y Weeds, a la segunda parte de Las crónicas de Narnia, a los desfiles ‘08 de Oscar de la Renta, a visitar los estudios de David Letterman y Conan O’Brien, y a sonar como música de fondo en comerciales de Microsoft y Vodafone. Las canciones que fue amasando con cuidado mientras giraba junto a The Strokes (Julian Casablancas se considera uno de sus “descubridores”) o a los Kings of Leon o a Keane. Así, para muchos novatos, Begin to Hope o el inmediatamente anterior Soviet Kitsch (de 2004, donde destacaba su primer hit “Us”) son la génesis de la Leyenda Spektor. Pero no. Y, por supuesto, los seguidores desde la primera hora –los que acarician los caseros y difíciles de conseguir 11:11 (2001) y Songs (2002), posteriormente destilados en la recopilación para el mercado británico Mary Ann Meets the Gravediggers and Other Short Stories (2006)– consideran al pulido y comercial por todas las razones correctas Begin to Hope como una suerte de traición a la atmósfera de sótano bohemio y underground de sus inicios. Tonterías de puristas, en cualquier caso. Porque en Begin to Hope está esa maravilla que es “Fidelity” (gran videoclip y una de las canciones de amor más emocionantes y simpáticas que recuerde) y “Better” (que podría engalanar los catálogos de U2 o Coldplay sin esfuerzo) y “On the Radio” (con ese homenaje-burla a los Guns’n’Roses) y “Hotel Song” (acaso una de las mejores aproximaciones modernas a la venerable y melodiosa factoría del Brill Building) y “Lady” (mimética y sentida evocación de Billie Holiday) y “Après moi” (o el Apocalipsis como forma de vida con una tormenta de ébano y marfil digna de Tchaikovsky y Rachmaninoff) y “Field Bellow” (gran torch song) y “That Time” (o el diario de una chica cool pasando de lo gracioso a lo sórdido) y “Edit” (donde se escucha: “Puedes escribir, pero no puedes editar” en labios de una sabia popeditora, si alguna vez la hubo). Todo perfumado –como en discos anteriores– con alusiones a Fitzgerald y Hemingway y Woolf y Pasternak y Shakespeare y Pound y Wharton y Lennon & McCartney y Mitchell y, sí: Regina Spektor es una chica inquieta.

LEJOS De entrada, Far indignará a los mismos que la consideraron una vendida al sistema. Para empezar, las trece canciones (más dos extras en la special edition) cuentan con los cuidados de cuatro superproductores: Mike Elizondo (Dr. Dre y Eminem), Jacknife Lee (Bloc Party y Snow Patrol), Jeff Lynne (Beatles y alrededores) y David Kahne (responsable de Begin to Hope y, antes, de The Bangles). Tantas manos en el plato del que come esta original maníaca referencial (afortunadamente más cerca de Crowded House y World Party que de Lenny Kravitz y Oasis cuando se trata de reprocesar) consiguen, sin embargo, un todo armonioso. Y, de acuerdo, Far –la tapa es horrible– no es tan instantáneamente deslumbrante como Begin to Hope (difícil superarlo). Tampoco viene armado con un implacable pelotón de singles como el anterior. Y tal vez aquí, ya en confianza, Regina Spektor se desmelena y no se preocupa por dejar caer sobre nuestros oídos todos sus tics –sus, como se dice en inglés, quirks de quirky girl– que ponen muy pero muy nerviosos a todos aquellos que no pueden soportar a Regina Spektor y la consideran una estrellita fugaz para la Starbucks Generation.

Far es, también, el disco más Bush de Regina Spektor. Comprobarlo escuchando “Eet” o la mecánica “Machine”. Sumarle a eso la ya típica mirada Spektor con esas letras sobre computadoras hechas con fideos. O la alegría de encontrar una billetera en la calle y devolverla a su dueño. O los placeres de desplegar una reposera en la terraza. O la cariñosamente brutal retro-sátira que es “Dance Anthem of the 80’s”, donde re-repite sin pausa el mantra “Les gusta mirar, mirarse los unos a los otros” y se añade “Ha pasado tanto tiempo desde que alguien me tocó”. Lo mejor –como de costumbre– está en canciones íntimas como “Blue Lips” y “Two Birds” y “One More Time with Feeling” y en la divina “Laughing with”, que no desentonaría junto a esas sentidas odas que Randy Newman le dedicó al hacedor y deshacedor de todas las cosas.

Escribo todo esto en España, donde el rock y el pop siempre fue cosa de mujeres y lo sigue siendo. Esas vocecitas que todavía se escuchan desde los tiempos de Marisol y el “Por qué te vas” de Cría cuervos y Mecano y que hoy se perpetúa en La Oreja de Van Gogh, El Sueño de Morfeo, Amaia Montero, Vega, Nena Daconte y las más indies Cristina Rosenvinge, Ani B. Sweet, Russian Red, Najwa Nimri, Bimba Bosé, Alondra Bentley, La Bien Querida, Bebe, Zahara. El otro día leí un artículo sobre varias de ellas en El País. Algunos les dicen “las lloricas”. Otros definen lo que hacen como “menstruapop”. Varias de ellas cantan en inglés, algunas mencionan a Carla Bruni, nadie dice nada de Regina Spektor.

Pero a mí no me engañan.

Seguro que la escuchan, seguro que la oyeron.

On the radio uh-oh.

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