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Domingo, 30 de mayo de 2010

TELEVISIóN >REMANSO: CLASE TURISTA, UN PROGRAMA QUE LLEVA DE LA MANO

Estar en el MUNDO

Si los programas de viajes, locales y extranjeros, se han convertido en apéndices de la industria del turismo, en elaboradas publicidades, la aparición de Clase turista en Telefé es un hallazgo: sus protagonistas son argentinos que viven en alguna gran ciudad del planeta, la conocen bien y la recorren sin exotismos y con toda la verdad de la experiencia cotidiana.

 Por Hugo Salas

No será la primera vez que se diga: con sus itinerarios predecibles, sus numerosas comodidades y garantías, el turismo ha aniquilado el viaje como aventura, como riesgo. Peor aún, el frenesí de esta industria ramplona hace que todos sus clientes se desplacen sin que las condiciones culturales de su entorno varíen sensiblemente (tal parece ser, a fin de cuentas, el propósito de una vasta serie de instituciones hoteleras y gastronómicas, sentirse “como en casa”). Hoy lo habitual es moverse sin viajar, y a modo de horrible inversión de Verne, podríamos contar la historia de un personaje que en 80 días –o muchos menos, digamos 10 o 14, con la extensión siempre sujeta al receso laboral de todo paquete que se precie– recorre el mundo durmiendo cada noche en cuartos minuciosamente parecidos unos a otros, por no decir idénticos.

Nada se salva de esta anulación de la experiencia: del viaje de autodescubrimiento al turismo sexual, pasando por la “aventura” estandarizada y el interés etnográfico, todo encuentra su lugar en el estrecho marco de las regulaciones de la Organización Mundial del Turismo.

Paradójicamente (o no tanto, en realidad), los distintos géneros televisivos que vendrían a proponer lo contrario –vale decir, viajar sin moverse– han sucumbido a esa representación de un mundo que es más o menos el mismo en todas partes y donde lo único que varía de una a otra parte son sus “atracciones”. Nada hay para aprender de los lugares, nada que sorprenda, salvo mirar de manera más o menos insensible y apresurada cierto hito humano o natural del que ya se sabía todo, sacarse la foto, comprar, comprar y comprar y reírse de que alguna gente en el mundo ¡oh, sorpresa! insista en no hablar español, como bien nos enseñara Marley, viajero por antonomasia desde los ‘90. Hasta lo exótico ¡es igual en todas partes!, comen “bichos” (curiosa mirada viniendo un país tan carnívoro). Su digno sucesor, Iván de Pineda, lleva la enseñanza al límite en Resto del mundo, cada medianoche de sábado por Canal 13: grita más, modula menos, se ríe con más fuerza de cualquier atisbo de diferencia cultural, salta de chivo en chivo y por si fuera poco –síntoma post devaluación–, recalca lo caro que es todo aquello que muestra por canje, dando por sentado que así establece su valor.

Ante tanta mirada ciega, Clase turista, el mundo según los argentinos es un verdadero remanso. Construido con voluntad de descubrimiento, el programa invita a los televidentes a recorrer las metrópolis del mundo (de Las Vegas a Beijing) de la mano de argentinos que viven allí hace tiempo. El cambio de óptica es radical: para sus conductores el espacio recorrido no es exótico, recreativo y vulgar, sino cotidiano, y por ser varios, a partir de sus experiencias crean un discurso no necesariamente coincidente ni panegírico sobre el lugar. Aún en los momentos en que visitan atracciones turísticas, su relato devuelve una dimensión fascinante, lo que ese espacio o hito significa en la vida de la ciudad, y los precios caros o baratos que se discuten no son los de la hotelería cinco estrellas o la gastronomía chic, sino los de la alimentación diaria, la vestimenta, los servicios públicos, la diversión, el transporte, la educación. En tal contexto, la lengua del otro, su lengua, no es un impedimento, una molestia, una chuchería ridícula; es un tesoro (y uno, por si fuera poco, al alcance de aquel que se preste a adquirirlo).

Paralelamente, en vez de imponerse a las imágenes, las cámaras y la edición siguen los itinerarios con una actitud curiosa, atenta aún a la explicación del detalle más trivial, cotidiano y, por ello mismo, invaluable. La información se multiplica, se desdobla, excede el plan de viaje y la calle se convierte en un espacio legible, vital, vibrante, mucho más que un destino turístico. Cuando los productores preguntan, a diferencia no sólo de otros programas de viaje sino también de los noticieros, no esperan una ratificación, un pie para el remate rumiado de antemano, sino que realmente están haciendo una pregunta; la respuesta importa. En gran medida, el enorme placer que proporciona Clase turista es el de encontrarse frente a una televisión que vuelve a oír, y por eso mismo deja escuchar. No es poca cosa.

Clase turista, el mundo según los argentinos se emite todos los miércoles, a las 23.30, por Telefé.

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