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Sábado, 24 de diciembre de 2011

DESPEDIDAS > ADIóS A CESáRIA EVORA

Tan triste como ella

El mundo la conoció en los ’80, cuando un productor la llevó a París y la lanzó a la cima de lo que entonces era el boom de la world music. Grabó 15 discos, ganó Grammys, llenó teatros en todo el mundo, pero para entonces ya estaba de vuelta: a sus espaldas quedaba una vida entera de bohemia, miseria y sacrificio, cantando para dar de comer a su familia. A los 70 años, murió Cesária Evora, la gran voz de la morna, una música portuaria tan ligada al fado como al tango, que ella revistió como nadie de una tristeza abismal.

 Por Mariano del Mazo

Tal vez Cesária Evora nació a los 47 años, en París. Al menos fue el demorado comienzo de su segunda vida, la de estrella internacional. Tenía todos los condimentos para ser fagocitada por la idea de world music, esa idea que en los ’80 conjugó el interés genuino de tipos como Paul Simon, Peter Gabriel y David Byrne con la imperiosa necesidad de ocupar un concepto vacante en el mercado que es el de “resto del mundo”, ante un rock cada vez más fatigado. Esto es, usando una metáfora brutal: salir con una red a cazar mariposas exóticas del Tercer Mundo. El concepto crítico sobre la world music es un tanto viejo, obvio y tedioso y tal vez haya que dar vuelta la página, en una era en que cualquiera puede escuchar cualquier cosa con tres enter. Pero la muerte de Cesária Evora fuerza regresar hacia ese tedio: es ahora o nunca. Habrá que decir, entonces, que además de la exhibición de imperialismo cultural, la world music maneja criterios mefistofélicos y confusos: aporta, sí, difusión de artistas condenados en muchos casos a su pago chico, se revuelca en un menjunje en el que caben en un mismo estante Mercedes Sosa y Paris Combo, Elíades Ochoa y el reggae de Arabia y un brasileño que hace chorinho y en ese mismo lodo todos manoseados se estetiza la miseria con una visión perversamente naïf de la lavandera que canta en el río, el recolector de café, el pescador o lo que sea. Las tapas del sello Putumayo realizadas por la artista plástica Nicola Heindl son una evidencia.

Cesária Evora funcionó como gran emblema de esta maquinaria desarrollada principalmente en los ’90, aunque tuvo otros momentos con otros matices. De hecho, se puede tomar como una degeneración globalizada de la estampa de Carmen Miranda bailando con su frutería en la cabeza. La caboverdiana calzó perfecta en su época: cantaba con los pies descalzos, tenía una fisonomía de africana sufrida –de hecho, arrastraba una vida dura, de pobreza y alcohol–, cultivaba ritmos desconocidos para Occidente como la morna y la coladeira. A pesar de que ella dijo varias veces que cantaba descalza sencillamente porque le resultaba cómodo, la operación incluyó la idea de que de ese modo homenajeaba a los humildes de su país. Evora dejó de ser La reina de la morna –como la llamaban antes de su renacimiento en París– para irrumpir en las luces malas del centro con un mote de alto impacto: La diva de los pies descalzos. Así se tituló su disco debut europeo de 1988.

Resulta interesante detenerse en la Cesária previa, la que se forjó en los peringundines de San Vicente. Nació el 27 de agosto de 1941 en Mindelo, el puerto más importante de la isla de San Vicente. Cabo Verde es un archipiélago volcánico ubicado a unos 500 kilómetros de Senegal que logró su independencia de Portugal en 1975. Y uno de los países más pobres de la Tierra. Proveniente de una familia de músicos, empezó de adolescente a cantar en bares de mala muerte por la comida. Su padre se llamaba Justino Da Cruz Evora, tocaba el cavaquinho, la guitarra y el violín, y era amigo de muchos de los principales músicos de la escena de Mindelo. Murió precozmente, Cesária tenía siete años y cuatro hermanos y como pudo comenzó a ayudar a su madre para darle de comer a la prole. La infancia y primera adolescencia de Cesária fue definitiva para su temperamento y, tal vez, también para el tono mate de su voz, esa voz que aun en su belleza y en su entonación plana trasmite una tristeza abismal.

Admiradora de Amália Rodrigues, Cesária Evora destacaba en un ambiente en el que se confundían la miseria y la bohemia. Profundizó en la interpretación de la morna, un ritmo nacido en el fragor del tráfico y tránsito del puerto y que, como el tango, nadie se pone de acuerdo de dónde viene exactamente. Soslayando la pavada estadounidense que opina, ombligo del mundo, que la morna es “el blues de Cabo Verde”, lo concreto es que tiene elementos del fado, de la música angoleña y, según el especialista en cultura lusitana, el escritor Leopoldo Brizuela, también elementos de la habanera. Decía Cesária Evora en una entrevista realizada por el crítico Federico Monjeau: “La morna es muy compleja. Tiene influencias africanas pero no más que de otros géneros de América latina y Europa, especialmente Portugal. Los temas de la morna y el fado son los mismos: el amor, la nostalgia, la tierra... La morna es una melodía muy melancólica, lo que no quiere decir que los caboverdianos seamos un pueblo triste. Simplemente, se canta con sentimiento. Con respecto a la influencia latinoamericana, la más fuerte es la del Brasil, no sé si directamente o a través de Portugal. No-sotros fuimos una colonia portuguesa durante cinco siglos. La influencia de la música del Brasil se puede sentir tanto en las melodías como en los instrumentos. Nosotros también usamos cavaquinho, clarinete, guitarra, además del zurdo y otros. Pero el Brasil no sólo es importante para nosotros por su música sino por su cultura en general”.

Otro crítico, el estadounidense Jon Pareles, extrañamente encuentra una relación entre la morna y la canción de cabaret. “Son baladas lentas, pensativas, con una cadencia subyacente, que dan vueltas alrededor del amor, la tristeza e historias de esclavitud”. Como fuera, y más allá de lo inasible que resulta la morna para cualquiera que no haya nacido en Cabo Verde, la palabra clave es “Sodade” (además, título de la canción más exitosa de Cesária), una variante criolla de la saudade brasileña, un término que se acerca a lo que en español entendemos por nostalgia y que atraviesa el canto de Evora.

Muchos creen que la cantante debutó en 1988 con La diva de los pies descalzos. Sin embargo, inconseguible, el sello Lusáfrica editó en España dos obras reveladoras. Forman parte del CD-libro-objeto titulado El espíritu y el alma de Cabo Verde, con temas de Evora, Ildo Lobo, Bana, Tito Paris, Boy Ge Mendes, Celina Pereira, Bau, Teofilo Chantre, Luis Morais, Sementera y otros. El material ofrece un testimonio incunable: sus primeras grabaciones en Radio Mindelo, a los 20 años. En esa época, con una voz más aguda y menos templada, más ansiosa por decirlo de alguna manera, menos serena, comenzó a cantar temas del compositor B. Leza. Son mornas que pronto van a mutar en coladeiras, una versión de la morna algo más acelerada, más en contacto con los ritmos caribeños. A los 20 Cesária era una esponja y su voz seducía a los compositores más prestigiosos de la isla. Uno de ellos, Ti Goy, se transformó en el padrino de esa negra circunspecta, grave, que apenas se movía en el escenario en un bamboleo que seguía la lánguida cadencia de lo que cantaba. Ti Goy estaba embelesado con la cantante y se tomó el trabajo de marcarle aspectos de la interpretación, a la manera de un director de orquesta de tango, en reuniones informales denominadas tocatinas.

En esta larga etapa pre-consagración, esta primera vida, hubo un agujero negro en que poco se sabe: sólo que estuvo alejada por años de los escenarios, minada por el alcohol.

Cuando José da Silva –un caboverdiano radicado en Francia– la convenció de probar suerte en París ocurrió el milagro, la reconversión. La industria discográfica la señaló con su dedo de oro, resaltó sus extraordinarios perfiles artísticos originales, la envolvió en exotismo y la convirtió en producto. Evora tenía todo menos dinero: había vivido con intensidad, experimentado en el folklore de su país, cantado en condiciones paupérrimas. Estaba de vuelta. Lo que ocurrió después de que le estamparan el slogan de La diva aux pieds nus es más o menos conocido: entre 1988 y 2010 editó 15 discos, ganó premios Grammy, recibió la medalla de la Legión de Honor de manos de Jacques Chirac y arrasó en los principales escenarios del mundo, los porteños incluidos.

Su cantó marcó a Marisa Monte y cautivó a Caetano Veloso, con quien grabó una joya en el primer Red Hot + Rio, el álbum de 1996 que registró el mayor punto del idilio de la electrónica yanqui con la música brasileña. Cesária más Caetano, Sakamoto, Arto Lindsay, Marc Ribot, Vinius Cantuária y Jaques Morelenbaum hicieron una versión estupenda de “Preciso perdoar”. Evora era famosa, Evora era cool, Evora era remixada por djs de todo el mundo en el disco Club Sodade: Cesária Evora by de 2003, un engendro bravo de digerir.

Estaba radicada en París cuando su salud se complicó. Canceló giras. En mayo se sometió a una larga operación a corazón abierto. En septiembre decidió volver a San Vicente: quería morir en su tierra. Al fin, cumplió la parábola de la Cenicienta. No lograron domesticarla. Nadie sabe exactamente si fue feliz.

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