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Domingo, 19 de octubre de 2003

Ojos bien abiertos

Una recorrida por las películas en que las nuevas generaciones se asoman al trauma de la dictadura militar.

POR CECILIA SOSA

Si –como dijo Walter Benjamin– las generaciones presentes tienen una cita secreta con las pasadas, el cine nacional no ha dejado de testimoniar ese encuentro. Antes que Albertina Carri impugnara el canon con la irreverencia de Los rubios, algunos cineastas y documentalistas, y hasta los propios hijos de desaparecidos, tomaron las cámaras para poner en imágenes y palabras el trauma histórico que signa el presente. Desde el documental o la ficción, la militancia o la duda, el mito o el desafío, las marcas de la dictadura se llenaron de luces, voces y vacilaciones. Y aun a costa, a veces, de congelar en clisés los pañuelos blancos, las miradas perdidas o las fotos detenidas en el tiempo, el cine logró que de esa cita generacional surgiera un nuevo modo de narrar la historia.
HIJOS. El alma en dos (2002). Los documentalistas Marcelo Céspedes y Carmen Guarini espían las actividades de la agrupación HIJOS desde sus intervenciones más mediáticas hasta sus rituales más íntimos, del happening durante el juicio a Astiz al acondicionamiento de una suerte de hogar colectivo en la nueva sede de la organización en Balvanera. El documental, si bien atento a la euforia militante que se despliega en campamentos, debates y elaboración de cánticos, parece dejar a un lado la reivindicación discursiva y preferir blancos más perturbadores: los primeros planos perplejos donde una joven vacila frente a la foto de su padre, suspendido en una juventud eterna, que ella misma ya superó en edad, o las contradicciones de una parisina empeñada en constituir la agrupación desde el exilio.
Che vo cachai (2003). La opera prima de Laura Bendersky (23 años), hija de exiliados en Suiza y militante de HIJOS, rastrea las afinidades que emparientan a las distintas filiales de la agrupación en Argentina, Uruguay y Chile. Y en los debates (no importa que irrumpan entre pizzas o asados) y las intervenciones públicas (se llamen escraches o “funas”) descubre miedos, obsesiones y contradicciones muy parecidas: distintos modos de nombrar lo mismo. O casi. El film despliega tres historias paralelas, cada una con sus personajes, sus escenarios y sus códigos específicos, que confluyen, sin embargo, en encrucijadas inesperadas: por ejemplo, en Santiago de Chile, frente a ese mural donde una chilena y una uruguaya, que acaba de llegar al lugar del crimen, descubren que sus padres comparten los extremos de la misma hilera de rostros. La cámara de Bendersky se cuela en el enfrentamiento entre un grupo de militantes y el cuerpo esquivo de un represor-odontólogo en un hospital público de Montevideo y captura la confesión de una hija argentina que, devenida en madre, se descubre portadora de un saber impensado. Che vo cachai inaugura también un nuevo capítulo de la saga generacional: aquí por primera vez hablan los nietos. Y cómo.
En ausencia (2002). Otra de las experiencias de “hijos con cámara” es la de Lucía Cedrón, hija del cineasta Jorge Cedrón, el director clandestino de Operación Masacre, asesinado en 1980 por el Centro Piloto de París. Lucía, de 28 años, rastrea el origen de su primer cortometraje en una confesión oída a su madre: “Me hubiera gustado quedar embarazada de Jorge”. La fantasía de ese hermano que no pudo ser inspira 15 minutos de vértigo sin palabras en el que un militante se entrega a una patrulla demilitares para proteger a su mujer y a su hija, que escuchan la masacre desde una buhardilla. Todo, desde un inodoro exiliado en París donde la mujer espera el resultado de un test de embarazo. La película ganó el Oso de Plata en Berlín.
(h) Historias cotidianas (1998-2000). El documental de Andrés Habbegger (30 años), hijo de Norberto Habbegger (periodista y militante, subdirector de la revista Noticias, secuestrado en Río de Janeiro en 1978 como parte del Plan Cóndor), es el documental de la hache: la h de huella eterna, la h de ser hijos, la h de historia y la h del hoy. En ese camino de lo particular a lo general (la h es también la inicial de su apellido), el director busca en los testimonios de sus pares un espejo de su propia historia. Y su cámara se infiltra en las historias cotidianas de seis jóvenes (que eran niños cuando sus padres fueron secuestrados) que, cada uno a su modo, viven, trabajan y hasta crían a sus propios hijos sin dejar de buscar.
Figli/Hijos (2002). El cineasta Marco Bechis, chileno, argentino por adopción y radicado en Milán, retoma la secuencia que él mismo inició en la laureada Garage Olimpo (1999). En una extraña película, filmada en Italia y hablada en italiano (a pesar de que sus personajes son argentinos), Bechis ficcionaliza el drama de Javier, un joven nacido en cautiverio y apropiado por militares que debe enfrentarse a su pasado cuando una chica, hija de desaparecidos, dice por e-mail ser su hermana melliza. El tránsito de la negación a la aceptación de la identidad es mostrado con largos planos abismados frente al mar que desembocan en Buenos Aires, donde el hijo redimido se suma a un escrache de HIJOS.
Papá Iván (2002). En este documental coproducido con México, María Inés Roqué reconstruye la vida de su padre Juan Julio Roqué, que fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), fue miembro de la organización Montoneros y uno de los responsables del fusilamiento de José Ignacio Rucci (secretario general de la CGT), y que fuera asesinado por la dictadura en 1977. El abandono, la ausencia, la tragedia, el exilio y la muerte se confrontan en un film que sintomatiza la dificultad de narrar cuando hay un padre mitificado de por medio.

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