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Domingo, 20 de noviembre de 2005

El primer héroe post Bush

 Por Hernán Ferreirós

John Wagner es un guionista veterano del comic británico. Desde finales de la década del ‘70 trabaja para la revista 2000 AD, donde publica regularmente Judge Dredd, la saga de un policía, juez y verdugo de un futuro apocalíptico (que en cine fue interpretado por el no menos apocalíptico Sylvester Stallone). A pesar de sus tres décadas trabajando dentro de la historieta mainstream, Wagner afirma que nunca se siente plenamente a gusto escribiendo sobre superhéroes. Le interesa más explorar qué sucede cuando una persona normal, sin habilidades especiales, queda involucrada en una situación extraordinaria.

En 1995, la compañía independiente Paradox Press, que tenía un credo estético gemelo (historias reales sobre gente real), le encargó un trabajo. Sin embargo, el relato y los personajes que fueron concebidos por el guionista tenían poco de ordinario (aunque Wagner, en el prólogo de la más reciente edición, destaca que los hechos más inverosímiles están basados en sucesos tomados de los noticieros).

Dos malos absolutos llegan a un pacífico pueblo chico; allí, durante un asalto a un típico diner, son detenidos con sorprendente eficacia por el dueño del lugar, Tom, padre de familia de modales suaves y vecino respetado que, tras su intervención, se convierte en un reticente héroe instantáneo para los medios locales; al poco tiempo, tres extraños de Nueva York (en la película son de Filadelfia y no son italianos), claramente mafiosos, se presentan en su local para verlo, acaso como consecuencia de su aparición en tevé: afirman que saben que su nombre es Joey y que, veinte años atrás, contrajo una deuda irrevocable con ellos; Tom, por su parte, jura que nunca antes los había visto y que se trata de la persona equivocada.

Este es el planteo del comic, el de la película de David Cronenberg y también el último punto que tienen verdaderamente en común. El relato de Wagner se dedica a reconstruir la historia de Tom y se explaya sobre los métodos de la mafia. Lo curioso es que el final de la historieta resulta completamente cronenberiano (tiene que ver con la mutación de un cuerpo) y, sin embargo, el director lo eliminó totalmente para crear otro muy distinto y más apropiado porque termina de señalar quién es el verdadero monstruo de la película. Al mismo tiempo, es el momento en que se rompe con el tono no irónico que se venía registrando para incursionar en territorio de David Lynch (en particular por la actuación de William Hurt).

Frente al énfasis en el pasado del comic, Cronenberg sólo habla del presente (el del relato y acaso el nuestro) y se centra en el conflicto que provoca la irrupción de la violencia en la vida de una familia. El título original (A History of Violence) puede ser traducido como “una historia violenta” o también como “una historia de la violencia”. El comic opta por el primer sentido. La película, en cambio, por el segundo. Cronenberg no cuenta un caso de violencia, sino cómo opera la violencia. Fiel a su filmografía, elige una aproximación biológica antes que biográfica. En el film, la violencia se parece a un virus: una vez que llega, se extiende de persona a persona hasta contaminar toda la comunidad: aparece en la escuela, en el sexo, contamina de padres a hijos y prevalece.

Como Los imperdonables, la gran película de Clint Eastwood, Una historia... en sus dos formatos habla de la identidad, de la imposibilidad de dejar atrás las consecuencias de las propias acciones, de la circularidad de la violencia. Pero el comic fue publicado por primera vez en 1997, cuando la coyuntura era otra. Hoy no es difícil ver un comentario sobre la política norteamericana en estos temas. Tal vez haya sido por el modo en que la historieta quedó resignificada por el contexto actual que Cronenberg se interesó en el proyecto (es una película que realizó por encargo y una de las pocas en las que no escribió el guión). De hecho, el director declaró a diversos medios que no supo de la existencia de un comic hasta bastante después de haber aceptado el trabajo y que, si no hubiera existido el “espléndido” guión de Josh Olsen (cuya película anterior había sido una clase z sobre insectos carnívoros), probablemente no se habría interesado por este relato.

La historia de Wagner tiene un trazado convencional y de género: hay buenos (Tom y su familia) y nosotros nos ponemos inmediatamente de su lado, y malos (los mafiosos) que deben ser destruidos. Cronenberg rompe con el planteo binario y nos mete en un juego perverso. Acaso el protagonista de esta película sea el primer héroe post Bush: uno que, por los mecanismos del relato, nos obliga a ponernos de su lado aunque resulte mucho más monstruoso que sus enemigos.

A History of Violence.
De John Wagner y Vince Locke.
Reeditado por Vertigo DC Comics.

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