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Domingo, 9 de marzo de 2008

Los muertos

El cerebro de Naum Rozemberg, un contable de cuarenta años, realizaba sus cálculos habituales. Caminaba por la carretera y contaba: en el de anteayer, 110; en el de ayer, 71; los cinco días antes, 612; eso suma un total de 783... Qué lástima no haber llevado una cuenta separada de los hombres, los niños, las mujeres... Las mujeres arden más fácilmente. Un Brenner experimentado dispone los cuerpos de manera que los viejos huesudos, ricos en ceniza, ardan al lado de los cuerpos de las mujeres. Ahora darán la orden —”desvíense de la carretera”—, así mandaron un año antes a los que ahora vamos a desenterrar y a extraer de la fosa con ganchos sujetados a cuerdas. Un Brenner experimentado puede determinar a partir de un montículo cuántos cuerpos yacen dentro de una fosa: cincuenta, cien, doscientos, seiscientos, mil... El Scharführer Elf exige que a los cuerpos se les llame Figuren, cien figuras, doscientas figuras, pero Rozemberg los llama: personas, hombre asesinado, niño ejecutado, viejo ejecutado... Los llama así en voz baja, de lo contrario el Scharführer descargaría nueve gramos de metal contra él, pero sigue musitando obstinadamente: “Ahora sales de la fosa, hombre ejecutado... Niño, no te agarres a tu mamá con las manos, os quedaréis juntos, no te irás lejos de ella...”.

—¿Qué estás susurrando por ahí?

—Nada, se lo ha parecido.

Y susurra: “Lucha, en eso consiste su pequeña lucha...”. Anteayer abrieron una fosa donde había ocho muertos. El Scharführer gritaba: “Esto es una mofa, un equipo de veinte Brenner para quemar ocho figuras”. Tenía razón, pero ¿qué podían hacer ellos si en la pequeña aldea sólo había dos familias de judíos? Una orden es una orden: desenterrar todas las tumbas y quemar todos los cuerpos... Ahora se han desviado de la carretera y caminan por la hierba y por ciento quincuagésima vez, en medio del verde claro, he aquí un montículo gris: una tumba. Ocho cavan, cuatro abaten troncos de robles y los sierran en leños de la longitud de un cuerpo humano, dos los cortan con hachas y cuñas, dos acercan de la carretera tableros viejos y secos, encendajas, recipientes con gasolina, cuatro preparan el lugar para la hoguera, excavan la zanja para las cenizas: hay que averiguar de dónde sopla el viento.

Enseguida desaparece el olor a podredumbre del bosque y los guardias ríen, blasfeman, se tapan la nariz; el Scharführer escupe y se aleja hasta el lindero del bosque. Los Brenner lanzan sus palas, cogen los ganchos, se tapan la nariz y la boca con trapos... “Buenos días, abuelo, te toca ver el sol de nuevo, pero cómo pesas...” Una madre asesinada junto a sus tres hijos: dos niños —uno de ellos todavía escolar— y una niña que debió de nacer en 1939, enferma de ra-quitismo, pero no importa, ahora ya está curada... No te aferres así a tu mamá, no se irá a ninguna parte... “¿Cuántas figuras?”, grita el Scharführer desde el lindero. “Diecinueve”, y en voz muy baja, casi para sus adentros, “personas muertas”. Todos maldicen: ya ha pasado media jornada. La semana pasada, en cambio, abrieron una tumba de doscientas mujeres, todas jóvenes. Al retirar la capa superior de la tierra, se levantó un vapor gris sobre la tumba y los guardias se pusieron a reír. “¡Qué mujeres más calientes!” Sobre las zanjas por donde circula el aire colocan la leña seca, después los leños de roble —éstos arden bien—, luego los cadáveres de las mujeres; se añade leña, luego los cadáveres de los hombres, más leña, después otros restos de cuerpos, luego un tanque de gasolina, a continuación, en el centro, una bomba incendiaria; luego el Scharführer da una orden y los guardias sonríen por anticipado. Los Brenner cantan a coro: “¡La hoguera arde!”. Después echan las cenizas en la fosa. De nuevo se hace el silencio; se mantiene, se vuelve más profundo. Después los condujeron a un bosque, esta vez no vieron un montículo en medio del claro verde; el Scharführer ordenó cavar un agujero de cuatro metros por dos; todos lo comprendieron, el trabajo había concluido: 89 pueblos, más 18 shtetl, más cuatro aldeas, más dos ciudades de distrito, más tres sovjoses (1), dos cerealistas y uno de leche; en total, 116 núcleos de población, los Brenner han desenterrado 116 túmulos... Mientras cava la fosa para él y sus compañeros, el contable Naum Rozemberg sigue calculando: la semana pasada 783, y el mes antes 4.826; un total de 5.609 cuerpos quemados. Calcula, calcula y el tiempo pasa sin que se dé cuenta, calcula la media de figuras —no, de cadáveres— en cada fosa: 5.609 entre el número de tumbas, 116; eso da una media de 48,35 cadáveres por fosa: redondeando, 48 cadáveres por tumba.

Si tenemos en cuenta que veinte Brenner han trabajado durante treinta y siete días, por cada Brenner eso da... “¡En fila!”, grita el jefe de los guardias, y el Scharführer ordena: “In die Grube marsch!” (2). Pero él no quiere ser enterrado. Corre, se cae, se levanta, corre perezoso, el conta-ble no sabe correr, pero no han logrado matarle, reposa sobre la hierba del bosque, en silencio, y no piensa en el cielo que se alza sobre su cabeza, ni en Zlata, Zlátochka, a la que asesinaron cuando estaba en el sexto mes de gestación, está tendido en la hierba y calcula lo que no tuvo tiempo de calcular junto a la fosa: veinte Brenner, treinta y siete días, el total de días por Brenner... eso en primer lugar; ahora, en segundo, tiene que calcular la cantidad de leña por persona; tercero, hay que calcular el tiempo medio de combustión por una figura, cuánto...

(1) Acrónimo de sovétskoye joziáistvo. Explotación agrícola soviética.
(2) “Descended a la fosa.”
Vida y destino, pgs. 245 a 247.

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