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Domingo, 30 de octubre de 2011

Rock Starr

Si bien no es necesaria mucha habilidad para tocar lo que él ha tocado, es indispensable el máximo talento para tocarlo como él lo tocó y algo todavía superior para inventar lo que Ringo inventó.

 Por Sergio Marchi

Una vieja estadística de los años ’60 daba cuenta de que en toda encuesta sobre el beatle favorito de las chicas en diferentes momentos y lugares, el primer lugar podía variar pero el segundo no. Es decir: el beatle favorito de los días en que la beatlemanía se encontraba en su apogeo bien podía ser John Lennon o Paul McCartney, casi nunca George Harrison. Pero el segundo, inevitablemente, era Ringo. Era el más simpático de todos; a Paul siempre se le notaba el esfuerzo, pero a Ringo siempre le salió naturalmente. Era gracioso, un baterista con swing y show, sacudía la cabellera con frenesí y siempre tenía una ocurrencia a mano para delicia de los reporteros.

Ringo Starr también ha sido siempre el beatle más discutido por músicos y críticos que han elegido tomar diferentes bandos de acuerdo con sus propias características. ¿Era Ringo Starr un baterista digno para The Beatles? ¿No era en verdad un baterista mediocre con un gran corte de pelo? ¿Hizo algún aporte a la historia de la música o simplemente estuvo en el lugar adecuado en el momento justo? Nadie discute su status legendario porque sería como cuestionar la existencia del sol y su influencia sobre la vida en la Tierra, pero estrictamente como músico, Ringo Starr ha sido históricamente cuestionado. El otro bando, claramente, lo reconoce como un gran baterista.

Quien esto suscribe tiene una posición tomada desde hace décadas, no sólo por su afición a The Beatles, sino también por haber sabido aporrear los parches en ese ejercicio de independencia y coordinación que se conoce como “tocar la batería”. Los músicos suelen confundir destreza y habilidad con capacidad, así como los críticos, en su mayoría, no podrían diferenciar un buen o un mal redoble aunque los atropellara por la calle. Los bateristas son el motor de una banda: si ellos fallan, todo se cae. Si no funcionan a la velocidad adecuada, el viaje musical no es placentero. Todo se reduce a la tarea de mantener el tempo y embellecer la canción. Y Ringo era un maestro en eso; se podía venir abajo el Shea Stadium que él no iba a dejar que la canción se cayera. Pero además tenía estilo, utilizando algunos trucos de los bateristas de jazz de las big band aplicados al rock and roll. Nadie como Ringo para tocar rock and roll, ni siquiera Charlie Watts, otro enorme instrumentista, que a su lado es un señor parco en su expresión, mientras que Ringo exhibe gracia y talento en su intervención. Diferentes enfoques, al fin. Ringo es un baterista anímico que toca de acuerdo a lo que le produce la canción sin interponerse en su camino. Esa ha sido su clave. Fue creativo con The Beatles y si bien no es necesaria mucha habilidad para tocar lo que él ha tocado, es indispensable el máximo talento para tocarlo como él lo tocó, y algo todavía superior para inventar lo que Ringo inventó. Sus intervenciones en “Rain”, “Strawberry Fields”, “I am the walrus”, “Come together”, “Here comes the sun” y “Helter Skelter”, hoy remasterizadas, suenan a trueno puro.

Ringo Starr, como solista, gozó de suerte dispar y su carrera fue tan inestable como la del resto de sus compañeros, que también se vieron sujetos a la vulnerabilidad de ya no ser los invencibles Beatles. John Lennon expresó que en algún momento existió preocupación por cómo se las arreglaría Ringo sin el grupo, ya que no era un compositor nato, pero tras dos número uno consecutivos en 1973 con “Photograph” y “You’re sixteen”, le envió un telegrama afectuosamente enojado: “¿Cómo te atrevés? Escribime un hit a mí”. Ringo fue el único beatle que se abrió paso entre la multitud apostada en el edificio Dakota en New York, cuando asesinaron a John Lennon, para ir a abrazar a Yoko Ono. Fue también el único vínculo beatle, el de John y Ringo, que jamás se quebró: ambos eran los mayores de la banda.

Los buenos días de 1973 y las fiestas constantes fueron dejando paso a otro escenario con el correr de los años y Ringo se convirtió en un artista en decadencia. De celebridad apreciada pasó a ser un borracho a evitar. Su segunda esposa, Barbara Bach, apetecida chica Bond, lo acompañó tanto en el deterioro como en la recuperación, y aun habiéndose recibido de psicóloga escolta a su marido cuando sale de gira, como custodia de un hombre que ha tenido históricamente el sí fácil. Pero desde 1988 Ringo Starr ha permanecido sobrio y estable y, lo que es mejor, ha podido encontrar su lugar bajo el sol y brillar con su propia intensidad sin tener que resignar su propio ser.

La gira que lo trae por primera vez a la Argentina el 7 y 8 de noviembre en el Luna Park es una resultante de esa fórmula que Ringo Starr encontró para sobrevivir artísticamente: su propia banda. Que no es una simple banda de acompañamiento, sino que se trata de un seleccionado de veteranos notables de equipos chicos y no tanto del rock, con un elenco que va rotando con el correr de los años. En Buenos Aires, el equipo saldrá al estadio con la siguiente formación: Gregg Bissonette en batería, Rick Derringer en guitarra, Richard Page en bajo, Edgar Winter en saxo y teclados (volante polifuncional), Gary Wright en teclados, Wally Palmar en guitarra y armónica, Mark Rivera en saxo y percusión, y el propio Ringo Starr en voz, batería y simpatía. The All Starr Band se probó como un formato resistente al tiempo y a los cambios que agotó las localidades de su primera gira en cuestión de minutos. Habrá que ver cómo funciona la máquina en Buenos Aires, pero seguramente el show aprovechará las distintas procedencias de los músicos y habrá lugar para que cada uno muestre su juego, en este caso, los hits de sus bandas anteriores (The Romantics en el caso de Palmar, Mr. Mister en el de Page y los éxitos como solistas de los restantes). Eso hace que el show pueda proveer una variedad que a Ringo le viene como anillo al dedo, con perdón de la metáfora beatle.

Pese a las simpatías y ayudas que ha recibido de toda la industria musical, la carrera discográfica de Ringo Starr nunca pudo recobrar el vuelo glorioso de 1973, cuando editaba su tercer disco, Ringo, en el que logró el casi milagro de reunir a The Beatles (lo hizo, pero en temas separados). Lo cual es injusto porque su álbum Time takes time de 1991 es una moderna maravilla pop, y The vertical man, Ringorama y Liverpool 8, por mencionar algunos de los títulos que registró posteriormente, fueron trabajos con buenas canciones y una producción a medida hecha por Mark Hudson, y posteriormente por Dave Stewart (ex Eurythmics). Más que por el recuerdo de sus malos discos, que Ringo supo hacer en abundancia e indulgencia sin par, sus álbumes no han vendido porque el mundo está en otra.

Ringo, con admirable terquedad, a los 71 años, insiste con aquello de “paz y amor”, como si fuera un predicador hippie. Pero el secreto de su supervivencia no transcurre por su nostalgia de los ’60, sino que pasa por haber sabido marcar el ritmo de su propia historia, además de su encanto natural de showman y su subvalorado talento como baterista y cantante.

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