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Domingo, 12 de mayo de 2013

El fondo del corazón humano

Sobre Lo que se ve, libro y muestra de Adriana Lestido

 Por Marcos Zimmermann

Cruza de toro y mariposa, Adriana Lestido atravesó los últimos treinta años de fotografía argentina como una artista indómita que se agitó entre el dolor de sus fotografiados y su conciencia social de mujer. De ese modo logró construir un cuerpo de imágenes que, gracias a un ascetismo inclaudicable, hablan del fondo del corazón humano. Por eso, lo que se ve en las fotografías de Lestido no es nada más ni nada menos que aquello que todos intuimos pero no podemos explicar. Imágenes que revelan el mundo real pero también a una fotógrafa obsesionada por mostrar, a puro instinto, lo que está detrás de las personas y nos pellizca el alma en las noches de silencio.

Al fin y al cabo, ¿qué debería ser el arte de la fotografía sino ese puñetazo de luces y sombras en la mirada, ese barco de papel que nos transporta a playas imprevistas, esa caricia que besa los ojos y eriza la espina dorsal al mismo tiempo? ¿Cuál sería la capacidad revolucionaria de este arte si no sirviera para mostrar de manera irrefutable el tuétano de lo visible? Así es este nuevo libro de Adriana Lestido, que resume sus mejores años de fotógrafa y está repleto de imágenes que estremecen.

Ella lo tituló, con la misma esmerada sencillez que poseen sus fotos, Lo que se ve. Y no es casual que el libro se abra con una dedicatoria a “la luz, la bondad y la belleza” de su compañero desaparecido por la última dictadura militar argentina. Con esa misma luz, Adriana ilumina desde entonces sus fotografías. Tampoco es extraño que ella ensaye a vuelta de página una respuesta rápida a esa herida, con una imagen de un niño reconociéndose por vez primera en un espejo, acompañada de un conmovedor texto de Sara Gallardo: “La piedra que fui se ablandó; dejó libre el hueco. Aquel barro que él fue se lavó. Ya cumplimos. Queda el camino limpio. ¿Qué diré ahora? Diré: Bueno. Como la semilla en su ceguera, sin conocer el árbol de mañana”.

Así es como Adriana Lestido inicia este libro que nos hace sentir, de entrada, con el alma cuereada a campo abierto. Pero ella parece no quedar satisfecha con la boleada y nos introduce de inmediato en un ensayo llamado: Hospital infanto juvenil. Allí está la semilla de todo lo que Adriana haría más tarde: la elección de temas duros, su preocupación por lo social y su sensibilidad femenina para fotografiar. Improntas personales que se repiten en sus trabajos posteriores y de las cuales se sirve para exhibir desde dentro el dolor que encierran los temas que aborda, pero también el potencial que esconde la solidaridad humana.

Madres adolescentes, Mujeres presas y Madres e hijas, los ensayos que siguen en el libro, son otros tres ejercicios de amor fotografiados por Adriana, en los que ella fue una más de sus personajes. Cada uno de estos trabajos es la demostración de cómo es posible mostrar las tripas mismas de temas abismales sin recurrir a efectos espectaculares; sin necesidad de fotografiar más que lo que transcurre delante de la cámara. Es que todas estas ceremonias fotográficas de Lestido parecen cubiertas por el manto dulce del destino. Lo refrenda un texto de Pizarnik, a quien también cita en el libro: “lo único que se parecerá remotamente a la alegría será el placer de ser consciente de la propia lucidez, el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal”.

Apenas después de esta reflexión, el libro cambia de carácter. Aparecen entonces los ensayos El amor y Villa Gesell, en donde se revela una Adriana más actual, más íntima, que se expresa en primera persona. La precede un texto de Pedro Salinas, casi un autorretrato: “Cada beso perfecto aparta el tiempo,/ lo echa hacia atrás, ensancha el mundo breve/ donde puede besarse todavía./ Ni en el lugar, ni en el hallazgo/ tiene el amor su cima:/ es en la resistencia a separarse/ en donde se le siente,/ desnudo, altísimo, temblando”.

Y aquí quiero detenerme. Seguir describiendo con palabras los trabajos de Adriana Lestido sería limar el encanto que produce verlos. Es mejor dejarse llevar por la sensibilidad salvaje con que ella fotografía. Por su mirada de niña dulce y loca que, en trance mágico a veces, o irracional como las bestias otras, alumbra siempre con su cámara “lo que se ve”. No hay duda, este libro es la prueba de que, como dicen los brasileños, hace rato que a Lestido le bajó el santo.

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