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Domingo, 13 de julio de 2014

OCHO GRANDES PELíCULAS CON MONOS

EL HOMBRE EN EL ESPEJO

KING KONG

(1933, Cooper/ Schoedsack)

Sepan disculpar la obviedad, pero no podíamos dejar de mencionar al gran papá mono del cine, uno de los mayores mitos cinematográficos sin raíz literaria. De la isla Calavera a la isla de Manhattan, de las desproporciones prehistóricas de su hábitat natural a las desmesuras civilizatorias del Empire State, King Kong es el mono tremendo desarraigado por la codicia del hombre, pero además nuestro primer gran reflejo emocional en el espejo de la cultura popular simiesca: a pesar de que era un muñeco de caucho animado magistralmente por el artista Willis O’Brien, ¿quién no se identificó acaso con el gorila que se enamoró de la rubia de Hollywood? Primero la inolvidable Fay Wray, luego Jessica Lange en la impresentable remake de los ’70, y de nuevo la gran Naomi Watts, que nos hizo creer todo en la gigantesca versión de Peter Jackson una década atrás. El rey Kong tuvo abundante descendencia, entre la más directa, El gran gorila (Mighty Joe Young, 1949), también de Shoedsack, también con rubia, también con remake (a fines de los ‘90, con la otra rubia del momento: Charlize Theron). Algo de eso hubo también en Congo (1995), sobre novela de Michael Crichton con una gorila de lomo plateado cuya voz es traducida al lenguaje humano mediante un artilugio hi-tech.

2001: ODISEA DEL ESPACIO

(1968, Stanley Kubrick)

O los monos del monolito. Están ahí, al principio de la película más sesuda de la historia de la ciencia ficción, y al principio de la Historia, en esta película que pertenece al mismo año que El planeta de los simios, pero que siempre pareció estar varias décadas adelantada, relegando a la notable aventura con Charlton Heston a la categoría de entretenimiento clase B, como si fuera una para chicos. A la secuencia se la conoce como El amanecer del hombre y sus imágenes se juegan entre una suerte de realismo sucio prehistórico y la alegoría totalizante, poderosa, mística: es de ahí que descendemos. Ha sido parodiada infinidad de veces, pero su potencia sigue intacta; es la película más hipersofisticada de su época, la que entendió y expresó como ninguna otra que alguna vez no hubo moda, ni gastronomía fashion, ni odontología ni crema de enjuague, así que, a lidiar con eso.

PENDENCIERO REBELDE

(Every Which Way but Loose, 1978, J. Fargo)

El duro entre duros, el héroe del western espagueti, el cana sucio, Clint Eastwood filmó entre fines de los ’70 dos “buddy movies” –ese subgénero del cine de aventuras con pareja despareja por protagonistas– no con una estrella de su estatura, sino con un orangután –peludo, despeinado y desgarbado– llamado Clyde. Eastwood interpreta a un camionero que llega al Valle de San Fernando en busca de un amor perdido, pero que por el camino sólo encuentra problemas: con la policía, con una banda de motoqueros, etcétera. Clyde es su compañero inseparable, al que le gustan casi tanto como a Clint la música country, la cerveza, las mujeres, y sabe apreciar un buen chiste. Tuvo una secuela olvidable en 1980 titulada Any Which Way you Can (acá, La pelea del siglo); al día de hoy se los considera dos de los mayores éxitos de taquilla del actor. Los que eran muy chicos en esa época no pudieron verlo en el cine pero a cambio pudieron quemarse el cerebro con las aventuras televisivas del BJ McKay, el camionero de Wisconsin, y su gran amigo, el mono con sombrerito Bear, que según la trivia del detrás de escena era bastante menos buen compañero de lo que parecía en la ficción, y se ponía bastante agresivo en los rodajes.

MAX MON AMOUR

(1986, Nagisa Oshima)

También se conoce como Max, una monada a esta producción francesa del director japonés de films como Tabú y El imperio de los sentidos, es decir, un artista especializado en romper las barreras de la representación del sexo en el cine no pornográfico (o un provocador profesional, según cómo se lo mire). Hecha la introducción, a lo que importa: si King Kong es la película en la que un simio se enamora de una rubia y es más-o-menos-correspondido, ésta es la comedia dramática en la que el approach romántico entre el peludo y la chica pasa al siguiente nivel; y se consuma físicamente. Concebido para sacudir un poco los polvos (con perdón) de la comodidad burguesa, el guión escrito por el a veces tan refinado Jean-Claude Carrière, proponía la historia de Margaret, la bella y aburrida esposa de un diplomático francés en Inglaterra, interpretada por Charlotte Rampling, que buscaba una salida a su abúlica vida cotidiana en el encantador aunque algo amenazante chimpancé del título. Alegórica y política en un nivel, pero esencialmente morbosa y zoofílica en otra, por más que la vistan de seda.

MONERIAS DIABOLICAS

(Monkey Shines, 1988, George A. Romero)

A Romero se lo conoce como el creador del zombie moderno, que definió para siempre en la seminal La noche de los muertos vivos (también, como 2001 y El planeta de los simios, del ’68: ¡qué año, dentro y fuera del cine, para monos y hombres!), pero filmó muchas otras cosas, casi todas magistralmente. Una de ellas es esta injustamente olvidada fábula de terror protagonizada por Ella, una mona entrenada para asistir a un hombre paralizado y en silla de ruedas. Al principio, todo bien, la mona incluso establece una conexión telepática con el cuadripléjico Alan, tan estrecha que de a poco se torna en obsesión, posesión y celos, y el bicho comienza a catalizar las frustraciones e ira apenas contenida del paciente. En una de las escenas más icónicas de la película –la imagen de Ella con la jeringa hiela la sangre–, la protagonista mata a un personaje inyectándole pentotal sódico. Monerías diabólicas no estuvo sola: hubo por esos años una fugaz moda de monos con navajas en el cine de terror: dos años antes se había estrenado Link, la película del mono, con Terence Stamp y Elizabeth Shue como la atractiva zoóloga que obsesiona sexualmente al agresivo orangután del título (atención a la escena en que el mono la observa desnuda, en la bañera); y uno más tarde sería el turno de un pequeño gran éxito del video, Shakma, en la que un babuino pelirrojo, genéticamente modificado, se cargaba uno a uno a un grupo de trasnochados estudiantes de medicina. Tres thrillers alimentados por la idea de que los monos son tan inteligentes y tan tenebrosamente parecidos a nosotros, que en cualquier momento nos disputan el trono.

PROYECTO NIM

(Project Nim, 2011, James Marsh)

Visto por acá únicamente en el cable, este gran documental fue todo un fenómeno tres años atrás, cuando rescató con la sensibilidad justa la triste historia real de Nim Chimpsky (bautizado así por el lingüista Noam Chomsky), el increíble chimpancé que en los años ’70 fue entrenado para aprender y entender el lenguaje de señas. La idea original del experimento consistía en probar que un simio puede aprender a comunicarse con el lenguaje humano si se lo cría y se lo nutre como a un niño. Nacido en cautiverio en Oklahoma y separado de los brazos de su madre con tan sólo días de vida por el profesor de la universidad de Columbia Herbert Terrace, Nim tuvo una primera madre humana que lo amamantó (y también le permitió fumar marihuana y tomar cerveza: ¡eran los ’70!); con el tiempo Nim llegó a aprender un vocabulario de 125 signos, pero eventualmente el experimento fue abandonado y el pobre chimpancé –que no es un animal fácil de criar en un ámbito doméstico– pasó buena parte del resto de su vida pasando de familia adoptiva en familia adoptiva. Los humanos de esta historia, de más está decir, no salen muy bien parados. Atención también a Nénette (2009), de Nicolas Philibert, que filma a una mona encerrada en un zoológico parisiense menos para observarla a ella que a sus visitantes humanos. Una vez más, mirar a los monos para vernos a nosotros.

GORILAS EN LA NIEBLA

(Gorillas in the Mist, 1988, Michael Apted)

Nominada a cinco Oscar, la biopic de la naturalista Dian Fossey (interpretada por Sigourney Weaver) contó la historia verdadera de su trabajo en Ruanda con gorilas montañeses. Inspirada por el antropólogo Louis Leakey, Fossey consagró su vida al estudio de los modos de comunicación y organización social de los gorilas; así como su affaire con un fotógrafo de la National Geographic, los tiernos lazos emocionales que tiende con el gorila Digit, y la lucha por detener a un traficante de animales salvajes. En diciembre de 1987, Fossey fue hallada muerta, brutalmente asesinada en su cabaña, al día de hoy un misterio sin resolver, aunque muy probablemente vinculado con su activa militancia en contra de la creciente industria de la caza y el turismo de sus peludos amigotes. Un año antes se había estrenado la un poco menos seria Proyecto secreto simios, con Matthew Broderick, Helen Hunt, y el mono piloto Willie.

LAS TRAVESURAS DE DUNSTON

(Dunston Checks in, 1996, Ken Kwapis)

El reino de las comedias con simios es vasto y está repleto de porquerías, sin embargo, esta película de mediados de los ’90, de cuando este tipo de material aun llegaba a los cines argentinos, estaba narrada con gracia y simpatía y conseguía eludir las idioteces habituales con que los productores menosprecian a los niños a los que están destinadas. El orangután Dunston es un ladrón de joyas, masajista de primer nivel asociado a un villanesco “Lord” Rutledge (Rupert Everett), con quien se hospeda en el Majestic Hotel, cinco estrellas, donde planean robarles todo a los huéspedes. Ese mismo fue el año de Ed, una de baseball, chimpancé y Matt Le Blanc (Joey, de Friends), más bien olvidable; un año más tarde sería el turno del chimpancé que juega al hockey sobre hielo en la producción canadiense Jack; y de Buddy, con la subvalorada Rene Russo como una caprichosa dama de la alta sociedad que decide criar a un gorila como si fuera un hijo humano, en su mansión, con resultados desastrosos. A pesar de su conciencia ecoamistosa, el film fue un fracaso. Sin embargo, estos monos se suman a una lista interminable que podría incluir a los padres adoptivos de Tarzán (chistes sobre Chita aparte), como a varias glorias del dibujo animado como Jorge el Curioso (basado en un clásico cuento infantil), Maguila Gorila (el del sombrerito y moño, típico Hana Barbera de los ’60) o al extraordinario jazzero Rey Louie de los monos de la versión Disney de El libro de la selva (Wolfgang Reitherman, 1967), con voz del músico de Nueva Orleáns Louis Prima.

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SUBNOTAS
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  • EL HOMBRE EN EL ESPEJO
 
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