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Martes, 4 de septiembre de 2007

CULTURA / ESPECTáCULOS › RETROSPECTIVA DE JUAN GRELA EN EL MUSEO CASTAGNINO

La búsqueda incansable

Sin ceñirse en forma definitiva a ningún dogma, Grela fue un buscador de lenguajes y un artista moderno de primera línea. Un justo homenaje muestra su recorrido como creador.

 Por Beatriz Vignoli

Ocupando toda la planta alta del Museo Castagnino, desde fines de agosto se puede visitar una muestra Homenaje a Juan Grela. Organizada por el Castagnino--Macro y la Fundación Mundo Nuevo, la retrospectiva cuenta con obras de colecciones particulares --principalmente de la familia del artista-- y las ocho piezas del patrimonio del Castagnino. Una curiosidad: puede verse el compás áureo cuyo descubrimiento fue para Grela una revelación, y que el maestro legó a su discípulo, Emilio Ghilioni. Además de los reveladores textos de Grela en cada sala de obras, también hay rico material documental de su archivo: libros anotados, catálogos, fotos y artículos periodísticos que documentan la actividad del Grupo Litoral y de la Mutualidad. También están las ya legendarias reproducciones de acuarelas editadas por Emilio Ellena, con texto Roger Pla, y un video y fotos por Norberto Puzzolo, quien fuera otro de sus discípulos. La "piece de resisténce" (en planta baja) es una carta que Grela escribe a Hugo Ottmann para comunicarle su decisión de renunciar al Grupo Litoral.

La curadora de la exposición, Nancy Rojas, se propuso estudiar y mostrar la obra de este gran artista teniendo en cuenta sus contextos: el histórico y el artístico. El resultado es un paseo apasionante por la vida de un gran creador que nunca cesó de reinventar su propio lenguaje ni de reinventarse a sí mismo.

Juan Grela nació en Tucumán en 1914, y en 1925 se radicó en Rosario, ciudad donde murió en 1992. En forma independiente, en la casa taller que compartía con su esposa --también pintora-- Haydée (Aid) Herrera, formó a varias generaciones de artistas. Grela formó parte de la Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos Rosarinos, fundada por su maestro, Antonio Berni, en 1934. En los 50, integró el Grupo Litoral. Entre muchas otras distinciones, obtuvo el Premio Salón de Rosario en los años 1941, 1942, 1945, el Premio "Emilio Pettoruti" del Fondo Nacional de las Artes en 1982 y el Premio Rosario otorgado por La Fundación Castagnino en 1986.

En su ensayo del libro catálogo, Rojas retoma la perspectiva histórica formulada por Guillermo Fantoni en algunos de sus trabajos, que inscribe a Grela en el itinerario de una modernidad estética en Rosario. A partir del análisis de obras y documentos, Rojas sitúa la trayectoria de Grela en relación con la tensión existente entre figuración y abstracción, propia del período comprendido entre 1930 y 1960. Etapas iniciales de dicho proceso fueron: su afiliación al Partido Comunista Popular cuando tenía 16 años, su encuentro con Berni, y la agrupación Refugio, de cuya ala izquierda, escindida a partir de la visita de David Alfaro Siqueiros a la ciudad en 1933, surgió "La Mutualidad".

A fines de los años 30, su obra ingresó en un período más intimista al alejarse Grela del PC, al que retornaría en 1942. La tensión entre lo privado y lo público se expresa en las primeras salas de la muestra, donde autorretratos con su familia y maternidades de su esposa y su hijo Dante son plasmados con el colorido intenso del postimpresionismo de Gauguin y con el volumen épico, monumental, del muralismo mexicano de Siqueiros. Llama la atención un Cristo de 1939, testimonio no sólo de sus crisis y retornos en relación con la religión católica sino quizás de una plegaria ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial. En los escorzos de algunas de sus figuras de los años 40, especialmente en la serie de xilografías de madre e hijo y en la famosa pintura "El moncholo" (1944), se prefigura ya la composición en arabesco que le dará un sello característico a sus abstracciones. En la composición casi clásica de la obra realista "Escuchando al lector" (1945) aparece un tema recurrente en Grela: la escritura como punto crucial de la escena representada.

Según cuenta Rojas en su monografía, entre 1947 y 1948, Grela tomó contacto con artistas del PC que se posicionaban de diferente manera frente a la dicotomía figuración versus abstracción: el brasileño Cándido Portinari y representantes del Movimiento Arte Concreto﷓-Invención. De entre éstos, es obvia en algunas de sus obras expuestas la influencia de Alfredo Hlito. Algunos pasos y algunos años más adelante, su declaración de asombro ante el descubrimiento de la sección áurea se acompaña de una doble confesión: Grela cuenta que al hallar el compás dejó el PC y que hasta cambió la manera de firmar. "Siempre pensaba a partir del impresionismo y cubismo hasta que he tenido en mis manos este maravilloso libro" anota en los márgenes de su ejemplar del Universalismo constructivo de Joaquín Torres García. Efectivamente la firma, hasta entonces una intrusa estridente en sus por lo demás controladísimos cuadros (donde es siempre exquisita la modulación del color salvo por ese detalle) se convierte hacia fines de los años 50 en parte de la composición.

Entre la reelaboración intimista del muralismo y la epifanía geométrica constructivista se extiende su jugoso período del Grupo Litoral. Se destacan en estas salas dos paisajes de 1955 que sorprenden por su síntesis. O que no sorprenden tanto, cuando se mira lo que vino después. Salpicados de anécdotas se presentan sus primeros retratos de vecinitos de la villa, trabajos de campo con intención de denuncia social: trabajo que Grela no sólo no abandonará en otras etapas más geométricas, sino que complementará educando a esos chicos en la lectura y la escritura. Ellos nunca son el estereotipo distante de alguna obra de tesis, sino que tienen sus nombres y apodos, sus rasgos, sus miradas. El artista entra en el mundo que habitan, y los registra sin sentimentalismo pero con ternura. Su deseo de innovar en el lenguaje lo lleva a experimentar con la abstracción, pero su humanismo lo mantiene anclado en el realismo. La síntesis de esta tensión se manifiesta en un nuevo descubrimiento: lo onírico. El pintor ruso--judío Marc Chagall es citado en algunas obras de los años 60 como un precursor en su tarea de representar lo dado sin renegar de la libertad. Y lo que logra Grela a partir de esta encrucijada en su período de los años 60 es una serie de grandes pinturas, admirables todas por su originalidad y rigor plástico, donde el virtuosismo más exquisito en el color y la forma coexiste con la poesía de un realismo infantil.

El surrealismo le abre a Grela las puertas del azar objetivo; unas maderitas encontradas le permiten demostrar una vez más su genio compositivo, y en unos collages magníficos se da el gusto de homenajear al cubismo analítico. Pero, no conforme con todo esto, en los años 80 patea una vez más el tablero para hallar los títulos de sus obras eligiendo letras al azar; los colores, entonando tres pomos de óleo buscados del mismo modo, y la forma de sus composiciones en un arabesco continuo que es resultado de "llevar una línea a dar un paseo", como decía Klee en su definición del dibujo. Tras un retorno tardío a la geometría ortogonal de su idilio con el constructivismo, halla otra fórmula: descubre que es posible subdividir el plano, en vez de con ángulos rectos o curvas, en diagonales que forman losanges irregulares que se tocan en las puntas. Y aplica un color nuevo, un magenta inédito, a ese abstracto traje de arlequín. Pero ya es 1992, el último año de su vida. Muere en su ley: buscando. En su búsqueda nunca se dejó ceñir por ningún dogma, ni estético ni ideológico, y este es el máximo logro de esta muestra: mostrar, más allá del recordado Grela maestro, a un artista moderno de primera línea.

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Una de las grandes pinturas, admirables todas por su originalidad y rigor plástico.
 
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