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Lunes, 15 de octubre de 2007

CULTURA / ESPECTáCULOS › "IMPERIO", DIRIGIDA POR EL INDESCIFRABLE NORTEAMERICANO DAVID LYNCH

Desgarrar el velo para poder mirar

Desde un clima entre surreal y pesadillesco, la pelicula indaga en los mundos del cine y de la locura. El director se burla sobre la noción de tiempo en los films, deconstruye el concepto y lo tematiza. Una mirada crítica sobre Hollywood.

 Por Leandro Arteaga

Imperio (Inland Empire) EE.UU./Francia/Polonia, 2006

Dirección y guión: David Lynch

Montaje, Fotografía, Diseño de sonido: David Lynch

Intérpretes: Laura Dern, Jeremy Irons, Justin Theroux, Harry Dean Stanton, Diane Ladd, Neil Dickson, Julia Ormond, William H. Macy.

Duración: 180 minutos

Salas: El Cairo, Village

Puntaje: 8 (ocho) puntos

Son muchas las expectativas y voces encontradas que Inland Empire obtuvo. No es para menos. Se trata del último film de, quizá, uno de los directores más inclasificables dentro de la historia del cine. Capaz de sensibilizar fibras íntimas tanto desde la lágrima como el horror. Autor de una filmografía que expone distintas variantes desde las cuales poder abordar una apreciación que conjuge cine, arte e industria: la total marginalidad que significa Cabeza borradora (1977), la colaboración difícil con la figura del productor (De Laurentis y el proyecto Duna), el éxito televisivo de la serie de culto Twin Peaks, la "normalidad" -mentirosa- que supone Una historia sencilla (que los medios calificaron, para tranquilizar y tranquilizarse, de "comprensible"), la transgresión de los géneros narrativos (¿dónde encasillar Corazón salvaje o Carretera perdida?), y la vuelta cíclica a aquella independencia absoluta de los primeros films.

Será por todo este camino recorrido que Lynch toma ahora para su beneplácita mirada tortuosa el mundo de Hollywood. Ya lo había hecho con El camino de los sueños (Mulholland Dr., 2001). Ahora reincide con Imperio. También con Laura Dern (coproductora del film, partícipe de aquellas experiencias inolvidables de título Corazón salvaje y Terciopelo azul), bajo la piel de Nikki, actriz que añora el éxito. Pero la oportunidad aparece. También la señal de alerta. Porque en la nueva película que protagonizará hay un asesinato. Así se lo dice la nueva vecina del barrio (Grace Zabriskie, admirablemente), a través de cuentos de hadas cifrados, que abren la puerta hacia la disrupción temporal. A partir de allí ya nada será como uno cree que debiera.

Pero ocurre que desde el inicio ya nada es lo que parece, cuando vemos en detalle la púa que raya el disco, como si fuese la imagen veloz de una carretera que se desplaza, mientras una mujer observa con lágrimas la imagen borrosa de un televisor, donde se entremezclan capítulos de corte televisivo de una familia conejo, como si fuesen una mueca absurda, la misma que sabrá aparecer en contados momentos, con rostro payasesco, capaces de desarticular los conceptos de alegría y de tristeza. O de vida y de muerte. Estar dormido o estar despierto. ¿A quién le importa cuando es el otro lado del espejo el territorio que hemos decidido atravezar?

Ese otro lado que es también un túnel, o el orificio que atravieza el velo para que el ojo mire. Y lo que mira, finalmente, es a sí mismo. De modo tal que el desenlace que tranquiliza no aparece, y la historia gira sobre sí todo el tiempo, mientras permite rememorar la cinta de Moebius que es Carretera perdida. Porque también nos podemos permitir pensar qué significa el tiempo para el cine, cuando la película de Lynch lo burla, lo deconstruye y, por ello, lo tematiza.

Entonces, como decíamos, nada es lo que parece. Tampoco el Hollywood Boulevard, donde florecen las veredas de estrellas en mosaicos, sobre las que Lynch riega tanto sangre como también el desamparo de los denominados "homeless". Allí va a parar Nikki, asediada por la cámara y los aplausos del éxito, mientras se desgarra desde un alarido intestinal.

No habrá, para el espectador, mejor manera de acercarse a Imperio que desde su costado más desguarnecido. No hay que prever nada. Sólo animarse a ser trasladado a otro lado, otro lugar, otra dimensión. Atroz y surreal. Animarse, en suma, a mirar a través del ojo de una cerradura interna. Llave que Lynch nos ofrece para tirar luego a un lugar inencontrable.

"Tengo siempre la impresión de que un filme existe antes de ser hecho", enfatizó el director y añadió: "Sólo debemos juntar las piezas, los rostros, las palabras, los sonidos. Es un proceso mágico. Y así también sucede en la realidad. Aunque, para mí la comprensión es una abstracción que proviene de la intuición, la integración del intelecto y la emoción, del pensamiento y los sentimientos. Cuando estas dos facultades se fusionan, llegamos a comprender lo que antes nos parecía incomprensible".

Una de los rasgos que distinguen a "Imperio" es la textura de las imágenes lograda grabando las escenas en video digital. "Me encantó la experiencia. Es una belleza tener esa libertad de poder filmar y filmar. Vivimos en un bello mundo digital. Nunca volveré al cine. Para mi el cine está muerto. La calidad es bella, pero se deteriora muy fácilmente".

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Nikki, una actriz que añora el éxito, eje del nuevo film del polémico Lynch
 
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