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Martes, 12 de febrero de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › EL ARTE COMO UNA FORMA DE ESTAR EN EL MUNDO

La pasión según Liliana Maresca

Una retrospectiva-homenaje a esta artista porteña fue montada en el Museo Castagnino (Oroño y Pellegrini). La curadora de esta muestra es la crítica de arte porteña Adriana Lauría.

 Por Beatriz Vignoli

Ya escribió "Liliana Maresca" en el visor de búsqueda de Google; ya navegó, ya le contaron, ya sabe: va al encuentro de un cadáver bello. El espectador sube despacio los escalones del Museo Castagnino (Bv. Oroño y Pellegrini) y desde la planta alta viene una música conocida: Sumo. "Waiting for nineteen eighty nine" canta la voz de otro muerto de la posdictadura, Luca Prodan. Es la banda de sonido de un video catálogo titulado "Frenesí" (1989). Su momento cumbre es cuando Batato Barea recita un poema de Alejandro Urdapilleta en la inauguración del Centro Cultural Rojas. La gente se ríe con sano regocijo cada vez que pronuncia la palabra "concha". "¡Un aplauso para la concha de su madre!" declama Urdapilleta. Visto a la distancia, el evento es fundante. La sensación entonces era la de que, en el mejor sentido, todo se había vuelto posible.

El caso Maresca (Avellaneda, 1951--Buenos Aires, 1994) pide un detective, un forense, un exorcista; alguien capaz de tratar por igual con demonios, ángeles e híbridos. Un John Constantine. El espectador quisiera ser Keanu Reeves, llevar puesta una camisa de 200 dólares y prenderse un penúltimo cigarrillo haciendo rechinar el encendedor Zippo en un gesto canchero. Pero todo lo que hay en el bolsillo es una lapicera. Anota, entonces. Copia pasajes: "Ese hombre de bronce que viste, es el sacerdote que sacrifica y es sacrificado y escupe su propia carne y a él le ha sido concedido el poder sobre esta agua... ¿Cómo enseña la Naturaleza a dar y tomar?... Da el Cielo y recibe la Tierra... Todas las cosas se entremezclan y todas las cosas vuelven a separarse y todas las cosas se mezclan entre sí, y todas las cosas se combinan y todas las cosas vuelven a disociarse". Transcripto a máquina eléctrica al viejo estilo, el texto lleva firma: "Visiones de Zósimo de Panápoles, alquimista y gnóstico del siglo III". Perteneció (como texto, no como obra) a la muestra de esculturas de Liliana Maresca No todo lo que brilla es oro (1989, Galería Adriana Indik), y por algo está ahí. La curadora de esta retrospectiva homenaje, la crítica de arte porteña Adriana Lauría, y el diseñador de montaje, el artista rosarino Leandro Comba, lo colgaron en la primera sala como una clave que permite leer toda la muestra, que no por nada se titula Transmutaciones.

La idea de la muestra fue de Fernando Farina y Liliana Piñeiro. El momento es oportuno: una vez consagrado el Arte Contemporáneo, es imposible no ver a Maresca (marginal en su tiempo; discípula, eso sí, de Emilio Renart; émula de Marcel Duchamp) como una precursora dignísima. El trabajo de producción es impecable. Organiza y vuelve legible un recorrido en el que se arte y vida se fusionan, y lo hace a partir de rastros, testimonios, piezas, reconstrucciones de obras destruidas, registros de obras perdidas, obras originales atesoradas. El libro catálogo de 166 páginas, editado por el museo Castagnino Macro, el MALBA y el Centro Cultural Recoleta, con texto de Lauría y cronología de Natalia March y Andrea Wain, es un modelo de prolijidad investigativa. Lo único que lamentar es la insuficiente edición (una errata: fueron siete y no "trece fatídicos" los años de dictadura militar). La muestra se divide en seis capítulos: Documentos, Objetos salvajes, Fotoperformances, Objetos alquímicos, La expansión de la escultura a acciones e instalaciones, Epílogos de papel: dibujos y poemas. Recorrerla permite acceder a un corpus de obra heterogéneo y singular, signado por la donación, lo sacrificial, el potlach, la redención, el derroche. Como el hombre de bronce del alquimista, Liliana Maresca escupe su propia carne y combina todas las cosas entre sí. Señalando el proceso creativo tras cada resultado, esta exposición no sólo muestra las obras terminadas sino los bocetos, las cuidadas anotaciones, la cocina de la artista alquimista.

La cocina es peligrosa, ya lo dijo Frank Zappa. Acá hay ruido, cosas que no cierran, como en toda historia de una vida. Maresca se demuestra una artista capaz de transmutar el residuo en arte: en un período toca con su varita mágica una rama de casuarina y la convierte en una pelvis que se cimbrea con gracia, equilibrando el sol y la luna ("El Sol y la Luna", 1988); en otro, redime juguetes juntados de la basura poniéndolos en pedestales. También las fotos de Marcos López la muestran a la artista voluntariamente vuelta objeto de la mirada y ocupando desnuda el lugar tradicional del cuerpo femenino en la historia del arte occidental. ¿Provocación o mera seducción? Posa junto a su obra, y al fin, la pose deviene obra. El fotógrafo Alejandro Kuropatwa (otra víctima del sida) es el cómplice de su ya legendaria autopromoción prostibularia falsa en la revista El libertino. La obra mediática verité "Maresca se entrega. Todo destino", realizada en 1993, fue una apuesta total, un juego a muerte con lo perverso: un gesto terminal, desquiciado, zen.

Conviene seguir el relato propuesto por el libro, donde se explica el estallido de productividad de toda una época (la segunda mitad de los años 80 en Buenos Aires) como un intento de reconectarse con la vida luego del genocidio. Que el sida se haya llevado a los más intensos, a los más hermosos (Batato Barea, Omar Schiliro, Feliciano Centurión, "la" Maresca misma) parece una broma demoníaca. A lo que se enfrenta el espectador en esta muestra es a mucho más que una obra: se enfrenta a otra época. En estos tiempos de reinado del curriculum vitae y la cotización, aquella trama de amigos tejida por Maresca impresiona por la generosidad de su donación de tiempo para "hacer". Aquel "hacer" estaba guiado por un espíritu lúdico y crítico a la vez: ganas de jugar, de expresar un pensamiento. Ser artista, en esta versión secular de la pasión según Liliana Maresca, habría consistido más que nada en una forma de estar en el mundo.

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"El sol y la luna", una obra del año 1988. Confeccionada de rama de madera y bronce.
 
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