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Martes, 6 de diciembre de 2005

CULTURA / ESPECTáCULOS › MUESTRA SOBRE EMILIA BERTOLE EN MUSEO DE LA CIUDAD

Una artista en el espejo

Durante todo el verano el Museo de la Ciudad acoge una muestra que recorre la vida de uno de esos mitos "de acá" que la ciudad enterró en el pasado. Un relato en el que confluyen cartas, fotos y --obvio-- cuadros, recorre la vida y la obra de Emilia Bertolé.

 Por Fernanda González Cortiñas

"Apenas egresada de la academia tuve que dedicar mis actividades al retrato de encargo, hasta que la primera exposición de mis obras me abrió perspectivas más amplias que mi ambiente provinciano, poco propicio a estimular mis ideales", cuenta Emilia Bertolé en una entrevista realizada en Crítica, en la década del 20, evidenciando una miopía histórica en la ciudad que lamentablemente para perseguir a los artistas rosarinos hasta hoy.

Quizá en intento de contrarrestar esa penosa tendencia, el Museo de la Ciudad ha organizado Espejo en sombra, una excepcional muestra que recorre la vida de esta notable y olvidada gran personalidad.

Nacida en El Trébol en 1896, en una familia de inmigrantes italianos, Emilia Bertolé alcanzó una extraordinaria presencia en la efervescente escena cultural porteña de la década del 20, teniendo en cuenta su origen humilde, el estrecho vínculo pecuniario que por este motivo mantendría con su familia siempre y, antes que nada, su condición de género en un mundo eminentemente masculino. "Cuando comenzaba a pintar eran muy pocas las mujeres que se dedicaban a la pintura, de tal modo que tuve a nadie a quien seguir, entonces fueron los pintores los que me guiaron en mis comienzos. Así llegué a admirar a Alfredo Guido que fue quien tuvo mayor influencia sobre mi técnica y mi selección de temas". Obviamente, junto a este relato se puede admirar el retrato de la bella niña y una fotografía que documenta el proceso.

La muestra, que acaba de ser inaugurada y permanecerá habilitada hasta el próximo mes de abril, está estructurada en lo que la dirección del museo entiende como "una nueva tendencia en nuestras propuestas, que retrata a la artista en el contexto de su vida, elaborando relatos que nos permitan entender su obra y su pensamiento".

Con la apoyatura de los textos de Nora Avaro --que bajo el título de Vida y obra de Emilia Bertolé en marzo del año que viene publicará un libro bajo el sello de la Editorial Municipal--, la investigación de María Eugenia Spinelli y Rafael Sendra, y el préstamo de obras de museos como el Histórico Nacional, el Nacional de Bellas Artes, el de Bahía Blanca y, por supuesto, el Castagnino, la muestra se desdobla en tres salas de las cuatro salas del museo, con distintos ejes temáticos.

En el comienzo aparece la niña Emilia Bertolé. Una infancia indócil y castigada por las penurias económicas llevaría a su madre a tomar la decisión de sacarla del colegio confesional al que asiste en Rosario, para permitirle ingresar a la academia de arte que dirige Mateo Casella, un maestro que notando inmediatamente las dotes de la joven la asiste en la tarea de conseguir una beca y, más tarde, la impulsa a presentarse al Salón Nacional, donde con apenas 19 años obtiene su primer reconocimiento. Preocupada por el destino de su familia, sus padres y dos hermanos, Miguel Angel y Cora, quienes según testimonia la exposición serán sus modelos en incontables ocasiones, los primeros trabajos de la artista serán por encargo. "Cuando trabajo por mí hago las obras mejor que cuando trabajo para los demás. Siempre la obra íntima, fruto de largas contemplaciones, de hondas y sentidas meditaciones es superior a lo que ordena y pide el que compra. Es indiscutible", contará Emilia en una carta enviada a su familia, a propósito de sus primeras experiencias en la capital.

Su sobresaliente talento y una belleza aurática que la convertirá casi en un mito ("Delgada, graciosa, ágil, la vi venir hacia mí luciendo una melena de color oro espiga --escribe un periodista de la revista Cinema para todos--, (...) las ondas que caen sobre la nuca y se levantan desde la frente ovalando un rostro delicado donde los ojos juegan un papel de importancia exaltada, unos ojos de mirar indefinido con una expresión de suave malicia de burla dulce, de una tristeza por ser tan perfecta a fuerza de experimentada, no siente ya la añoranza de felicidad"), pronto la ubicarán como la pintora de moda en el Buenos Aires de los años locos.

Pese a ello, la joven se valdrá de ese status para contactarse con lo más graneado del medio intelectual. Ejemplo de ello es su temprana incorporación al grupo Aconcagua que por aquellos años integran Alfonsina Storni, Horacio Quiroga y Baldomero Fernández Moreno, entre otros. Sin embargo, pese a sus asiduas visitas al Café Tortoni y a su amistad con gran parte de la bohemia literaria, hasta su muerte en 1949, Bertolé se definirá siempre como una pintora.

"Soy pintora, hice mi profesión del arte pictórico y a él le he dedicado mi vida. La escritora surge en los atardeceres, o en las alegrías, o en las tristezas, o la soledad. La pintora vive las 24 horas del día y la llevo conmigo a la calle, al cine, al teatro. Soy tres veces más pintora que escritora". Algo sumamente sencillo de comprobar visitando el Museo de la Ciudad y recorriendo Espejo en sombra.

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"Autorretato", cuadro que integra la muestra. "Cuando trabajo por mí, hago mejor las obras".
 
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