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Domingo, 27 de abril de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › LIBRO. LAURA ALCOBA PRESENTA LA CASA DE LOS CONEJOS

La memoria del "embute"

La autora reside en Francia desde niña, cuando tuvo que abandonar La Plata junto a sus padres en plena dictadura.

 Por Fernanda González Cortiñas

Cuando Laura piensa en aquéllos meses, lo primero que viene a su memoria es la palabra embute. Es un término para ella, tan conocido, tan familiar; y sin embargo, por más que busca, no puede encontrarse con ella en ningún lado. Y Laura conoce de palabras. Se licenció en Letras en l'Ecole Normale Supérieure de París, donde vive desde que, en 1976, tuvo que irse de su ciudad, La Plata. Cuando Laura piensa en aquéllos meses, piensa en el embute. En cómo era vivir en él.

"Nosotros afectamos la agitación que podría explicar el modesto proyecto de construir un criadero, así como la compra de tantos materiales. Pero detrás de esa construcción se levanta una obra absolutamente diferente, inmensa y de una importancia única: La casa que habitamos ha sido elegida para ocultar en ella la principal imprenta montonera", cuenta una nena de apenas siete años.

En la traducción de La casa de los conejos (Edhasa) del francés a la lengua materna de la autora (hecha por Lepoldo Brizuela, escritor también platense, ganador del Premio Clarín en 1999) se produce un distanciamiento que vuelve la lectura, por momentos, un tanto incómoda. Habla de uñas "esmaltadas" y entrecomilla la palabra hincha, un argentinismo más argentino -seguramente- que la palabra embute. Pero para Laura Alcoba, quien llegó al país para presentar ésta, su primera novela, en la Feria del Libro de Buenos Aires (algo que mañana repetirá en Rosario, a las 19.30 en el Museo de la Memoria, avenida del Valle y Callao) escribir en un idioma distinto al que usa para recordar, le permite, de algún extraño modo, exorcizar aquéllos fantasmas.

"Voy a evocar al fin toda aquélla locura argentina, todos aquéllos seres arrebatados por la violencia -explica la autora en la presentación de la novela-. Me he decidido porque muy a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos. (...) una última confesión: que si al fin hago este esfuerzo de memoria para hablar de la Argentina de los Montoneros, de la dictadura y del terror, desde la altura de la niña que fui, no es tanto por recordar como por ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco".

-Apenas se empieza a leer La casa..., surge la duda del idioma. La novela fue originalmente escrita en francés y luego traducida al castellano, ¿por qué?

-Creo que el hecho de haber escrito en francés me ayudó a darle una forma a los recuerdos que evoco en el libro. Era como si estuviese contándole la historia de La casa... a otro, en todos los sentidos de la palabra; otro también desde el punto de vista lingüístico, "cultural", histórico, etc.

-En el prólogo del libro contás que fue una visita a la Argentina con tu hija lo que operó como disparador de la novela, ¿cómo enfrentó el proceso de recuperación de imágenes y diálogos, que aparecen tan nítidamente retratados en el libro? ¿piensa que revivir aquél pasado, esta vez desde su condición de madre, tuvo algo que ver con eso?

-Fue un proceso largo y sin duda, la maternidad tuvo mucho que ver con el deseo de volver a esa historia. Creo que hubo un "disparador" muy preciso que hizo que se pusiera en marcha el proceso escritura: el hecho de haberme encontrado viva en Argentina con mi hija y de haber vuelto por primera vez a la casa de los conejos en el 2003. Me ví como en una especie de situación invertida, yo estaba viva con mi hija y volvía al lugar en que una madre y una hija habían sido separadas. Pero más allá de ese "disparador", creo que antes del viaje había sentido una forma de vínculo fundamental con los muertos que evoco en La casa de los conejos (de ahí mi deseo de volver a la casa, deseo previo): necesitaba tratar de entender cómo los caminos se habían separado, por qué los sobrevivientes quedaron de este lado y ellos, los muertos, del otro, cómo, cuándo y por qué se dibujó la frontera que nos separa. La casa de los conejos no es sino un intento de formulación de esa pregunta.

-El libro tiene una cadencia peculiar, que va desde la lenta descripción minuciosa de una tortita negra al vértigo de la huida al exilio. Por momentos parece una novela "vomitada". ¿Fue escrita así, de una sentada?

-Hay un ritmo particular, ciertas aceleraciones que quise marcar en la novela. Era una manera para mí de expresar desde un punto de vista formal el miedo. De repente, las cosas se aceleran, la nena ni siquiera tiene ocasión de registrar mentalmente lo que pasa -entender es el control mínimo que se puede tener sobre los hechos, pero a veces hasta ese control mínimo parece desaparecer. Es curioso lo que decís acerca del vómito: de hecho, hay una secuencia, en la cárcel, en que la nena vomita. Hay escenas que recuerdo haber escrito en una especie de urgencia, en un estado de gran emoción que me llevó a una escritura casi automática, pero a pesar de que no salte a la vista, el contenido de la novela es el resultado de un largo proceso de reescritura y de selección. En un primer momento, había escrito como instantáneas de mi infancia argentina, esas sí escritas rápido, "vomitadas"; en un segundo momento, trabajé esa materia prima, conservé solamente algunas de las instantáneas, las que se podían integrar en la trama de la novela (era importante para mí que hubiese una forma de trama), también las que me parecían tener una posible lectura poética o simbólica.

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La autora estará mañana en el Museo de la Memoria.
 
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