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Domingo, 27 de diciembre de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › "LAS CALANDRIAS DE JUANELE", UNA RECOPILACIóN DE LA OBRA DEL ESCRITOR JORGE ISAíAS.

Lo que la calandria escribe en el aire

Isaías asume la voz del que narra una épica de lo cotidiano. Es el testigo que recuerda y construye una crónica tardía y desesperada de los hechos del pasado evocado en nombres de vecinos, amigos y antiguos ídolos deportivos.

 Por Beatriz Vignoli

"Habla, memoria": El título de las memorias de Nabokov viene a la mente al leer el entrañable libro de Jorge Isaías que reúne varias series de relatos breves, previamente inéditos, bajo el título Las calandrias de Juanele. La rememoración, la asunción de la voz del único testigo que recuerda, la reconstrucción de experiencias lejanas en el tiempo de una vida: tales son los procedimientos que todos estos relatos tienen en común. Constituyen por lo tanto una suerte de crónica tardía, cuyos trazos redimen aquellos datos irrelevantes sólo en apariencia y que corren peligro de perderse, barridos por el olvido. De esta manera, al hurgar en su memoria tras los nombres de vecinos, amigos y antiguos ídolos deportivos locales de su pueblo natal, Isaías asume la voz del aeda que narra una épica de lo cotidiano. Pero, a diferencia de precursores como José Pedroni, para quien los colonos rurales de la provincia de Santa Fe eran todavía los pioneros de un futuro venturoso, Isaías es un profeta del pasado que asume un tono dulcemente nostálgico. Sus cuentos le cantan al recuerdo de la esperanza de un futuro.

Publicado este año por la Editorial Fundación Ross, el libro se enmarca en la colección Leer y pertenecer, propuestas de escritura para los talleres y el aula. Cuenta con un estudio preliminar, notas y actividades de Ana Bugiolacchio, quien además seleccionó los textos del autor. "Cuando tuve la fortuna y el orgullo de recibir entre mis manos este puñado de relatos inéditos que el autor me confió, además del placer de leerlos una y otra vez, tuve la necesidad de indagar sobre ciertas categorías de análisis desprendidas genuinamente de los textos. La memoria y el olvido era una de ellas, la esperanza y la supervivencia, otra", escribe la compiladora en su estudio preliminar.

En cuanto a la narrativa de Jorge Isaías los nombres propios mencionados, los lugares y los datos tienen un referente que podríamos llamar "real", ya que remiten prácticamente en su totalidad a su pueblo natal, Los Quirquinchos, en el sudoeste de Santa Fe, al barrio El Jazmín donde se encuentra intacta su casa natal o hacia su autoexilio en la ciudad de Rosario, donde reside hace más de cuarenta años", escribe Bugiolacchio. Ilustran el libro las fotos de Los Quirquinchos tomadas por Florencia Giménez, quien, con una mirada sigilosa que capta ínfimos detalles o recorre antiguas estaciones y almacenes desolados, ofrece un panorama en blanco y negro del lugar adonde el escritor no cesa de volver en su recuerdo. Devoto de las precisiones sobre la fauna y la flora, Isaías suma a las ya familiares casuarinas los fresnos y el acertijo ornitológico de las calandrias. Unos y otras están en las fotos de Giménez.

Bugiolacchio organiza el material narrativo estructurándolo en seis capítulos, que revisan seis diferentes modos de redención del pasado. "Tiempo de antes" incluye estampas evocadoras más o menos atemporales del paisaje del lugar y los hábitos de la niñez: una, intenta explicar la costumbre de los lugareños de ir a la estación a ver pasar el tren, cuando todavía pasaba el tren. "Días de fútbol" repasa las glorias del Huracán Foot Ball Club y del Morning Star (rebautizado "Evita, Estrella de la Mañana"). "De exilios y de presencias" reúne semblanzas de personajes particulares; "Sabores de infancia" y "Juegos presentes" rescatan platos y juegos olvidados, mientras que en "Siguiendo el vuelo de las calandrias" un Isaías ya adulto trama sus vínculos literarios y personales con otros autores cuyas obras fueron inspiradas por el paisaje santafesino. Los modos de enunciación son diferentes en cada tramo. El primero muestra al escritor en la soledad de su producción evocativa, mientras que el segundo es más conversacional, con la impronta de la charla ociosa y divagante del hombre algo mayor que deja caer los nombres de los cracks deportivos de su pueblo en una charla de café.

Estos y otros nombres, apellidos y apodos adquieren un peso especial ya que son mentados por quien se presenta como el único testigo de que sus portadores existieron. El relato suele comenzar con alguna variación de esta fórmula y terminar con la desaparición misteriosa de la promesa truncada o el talento frustrado, que deja flotando la pregunta por qué será de él o quién hubiera sido. "Si yo digo por ejemplo estos nombres que estallan en mi memoria como pequeños brotes tardíos: Domingo Cantalicio Castillo, Isidoro Gutiérrez, José Alonso Mercadale, Acísculo Ochoa, Cipriano Carmen Herrera, Albino Arias, Raúl Cornelio Arias a quien llamaban "El Manco" y teniendo [él] dos manos yo nunca supe el por qué del apodo", escribe Isaías en su narración breve titulada "¿Quién desata el relato?". Y continúa: "Sólo yo puedo dar fe de que detrás de esos nombres había hombres que transitaron las calles polvorientas de mi pueblo, cuando el mundo recién comenzaba. Cuando todo era posible". Otros de esos apelativos son contemporáneos, los de quienes se encuentra en sus retornos esporádicos al pueblo; otros más vienen de lo profundo de la niñez, como el del heladero Miguel Balagué, el del cartero Pepe Fratacelli o el de Atilio Balbazón, de profesión "canchero" (en el sentido literal: cuidador de la cancha) y antiguo dueño del bar La Primavera, donde se reunían los "cantores" en un tiempo más remoto aún.

La inocente niñez en Los Quirquinchos (localidad de 2732 habitantes a 137 kilómetros de Rosario) es relatada como una mítica edad de oro, un tiempo edénico y originario en muchas otras de sus obras. Por ejemplo, en la fascinante recopilación de crónicas Almacén "Las Colonias", publicado también este año, por la Universidad Nacional del Litoral. Jorge Isaías nació en 1946. Licenciado y Profesor Superior Nacional en Letras por la Universidad Nacional de Rosario, es docente en varias instituciones de nivel terciario de esta ciudad y colabora en la sección Contratapa de Rosario/12 desde sus comienzos en 1990. Muchos de los textos que publicó originalmente Isaías en este diario han sido reunidos en sus compilaciones de crónicas, como la mencionada. Ha publicado en total unos treinta libros entre poesía y prosa, lo que le valió además numerosas y merecidas distinciones oficiales a su trayectoria. Entre 1976 y 2000 su Crónica gringa agotó cinco ediciones. También debió reeditar sus libros de poesía Pintando la aldea, Oficios de Abdul y Poemas de amor. En 1971 fundó con dos amigos (Guillermo Colussi y Alejandro Pidello) la revista La Cachimba, que dirigió hasta 1974; luego fue director de la editorial del mismo nombre hasta 1995.

Ana Bugiolacchio es profesora de Castellano, Literatura y Latín por el Instituto de Educación Superior Nuestra Señora de Guadalupe y Licenciada en Enseñanza de Lengua y Literatura por la Universidad Nacional del Litoral, de vasta trayectoria como docente, tallerista y ensayista crítica. Su explicación del título del libro resuelve el enigma de un pájaro cuyo canto desconcertante ha sido un quebradero de cabeza para otros cronistas, pero plantea uno nuevo basado en su vuelo: "Las calandrias, como aves que imitan el sonido de otras, siempre suenan a los oídos con un canto distinto, nunca monótono y repiten el silbido de quien las desafía a un contrapunto. El poeta Juan L. Ortiz, venerado por el autor, veía en el simétrico vuelo de esta ave una especie de arcano que sólo podía ser descifrado por unos pocos elegidos". La anécdota que da título al libro, tal como la relata Isaías, es una pregunta que le hizo el viejo poeta al joven colega en algún momento entre 1960 y 1970: ¿Usted sabe que estos animalitos reproducen con su vuelo los ideogramas chinos" "En ese entonces le creí", confiesa el autor. "Yo lo ignoraba en ese entonces y aún hoy no estoy seguro de que sea verdad".

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Isaías escribe que guarda de su infancia, "nombres que estallan en mi memoria como pequeños brotes tardíos".
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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