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Martes, 19 de enero de 2010

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. HASTA EL FIN DEL VERANO SE EXHIBE UNA MUESTRA QUE RESUME LA HISTORIA DEL MUSEO

Templo de lo políticamente correcto

Sobre gustos, la muestra patrimonial 2009 del Museo Castagnino se centra en la figura de Juan B. Castagnino y el poder del gusto privado sobre lo público. Luego dialoga por escrito con un público lleno de consignas, reclamos y rechazos.

 Por Beatriz Vignoli

En lo que resta del verano, un paseo de domingo por el Parque Independencia no puede obviar una visita al Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (bulevar Oroño y avenida Pellegrini), para contemplar las piezas de la segunda colección más importante del país reunidas en Sobre gustos, la muestra anual 2009 del patrimonio Castagnino+Macro que puede verse desde el año pasado en la planta baja.

Sobre gustos incluye nueve núcleos temáticos que agrupan las obras según los hitos en la formación de la colección del museo: un enfoque autorreferencial saludable, ya que muestra el "making off" detrás de lo que se ve, desnaturalizando la selección y mostrando su carácter arbitrario. Todo esto va acompañado de un texto del director artístico del museo, Roberto Echen, quien recorre la historia del gusto, la belleza y la estética en la modernidad en una breve introducción, para luego resumir la historia del museo y justificar la clasificación propuesta por él al equipo curatorial institucional. Todo es perfecto hasta que Echen suelta un "el gusto es mío", que suena como emitido desde el capricho principesco del mecenas. "Queremos tener el gusto de situarnos sobre la base de nuestra historia y eso conlleva la aclaración de lo que nos falta, de los agujeros que tenemos, que necesitamos o deseamos llenar", escribe. Y la pregunta por el sujeto de este deseo revela una continuidad del poder del gusto privado sobre lo público.

El núcleo Milenio se abre con obras recientes: Donación is a work in progress (2008), una instalación trash con botellas plásticas en el piso y otros elementos de Leopoldo Estol; una foto de Santiago Porter que registra la decapitación sufrida por un monumento a Eva Perón (Evita, 2008); unos espectadores del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) registrados fotográficamente por Guillermo Faivovich y, en el centro de la sala, la niña de los ojos del Castagnino+Macro modelo siglo XXI: la polémica Jaula con aves de León Ferrari. De entrada se muestra el límite del arte, como también las posibilidades de la violencia iconoclasta (que es parte de la historia del museo) o del respeto subyugado. Civilización versus barbarie: ¿de qué lado vas a estar? El guión curatorial es manipulador. El espectador toma nota y responderá más adelante en el recorrido, cuando el museo lo interpele con un discurso didáctico.

Nombres ploteados en un pasillo indican luego qué "nos gustaría" tener (¿a quiénes? ¿A Echen, al museo, a Rosario, al fantasma de Juan Bautista Castagnino que clama en el desierto de la ciudad fenicia?). Pablo Suárez (se especifica: pintura de los 70); Juan Pablo Renzi (ídem, y por favor tome nota de esto la persona a cargo del legado); Libero Badii; Federico Klemm; Norberto Gómez; Leandro Erlich; Edgardo Antonio Vigo (objetos de los 70); Grupo CAYC; Guillermo Kuitca (pintura de los 80).

Sigue otra sala del "núcleo milenio" donde es muy interesante repasar las fechas, porque tanto éstas como las obras dan cuenta de la eclosión de "lo contemporáneo" en Rosario hace una década, alrededor del cambio de siglo. Obras de los rosarinos Mauro Machado, Rubén Baldemar, Graciela Carnevale, Román Vitali, Leo Batistelli, Nicola Constantino, Raúl D'Amelio (actual director del Museo de la Ciudad), Claudia Del Río, Eladia Acevedo, Andrea Ostera, Aurelio García, Daniel Scheimberg, Daniel García y Graciela Sacco, junto a sus pares de Buenos Aires, dan cuenta de aquel momento (re)inaugural, previo a la crisis del 2001, en que el Castagnino ingresó al mundo.

Hay un solo moderno, uno solo. Lucio Fontana, con su Concetto Spaziale de mediados del siglo XX, es el único representante de todo lo que está en el depósito. No están, pero "le gustaría" al museo que estuvieran: Cándido López, Norah Borges, Xul Solar, Joaquín Torres García, Tomás Maldonado y Jorge De la Vega, entre otros más.

La reacción sobrevendrá. Justo en la mitad del recorrido, en una sala denominada "núcleo didáctico", se ofrece al público un cuaderno abierto y una birome para que registren sus propios gustos. "Nos interesa conocer el gusto de nuestros visitantes... ¿cuál es la obra que más te gustó y por qué? ¿Cuál obra eliminarías y por qué?", se lee allí, impreso. Este es todo el diálogo que el museo se permite con otros actores del campo cultural: no entre pares, no de usted, sino de vos, de tú, de maestro a discípulo.

Y la gente estalla. Lanzan consignas. "Eliminaría la obra de Ferrari". "Encierren al artista". "El arte está en otra parte". "Este es el templo de lo políticamente correcto, me dan asco". "Me gusta Echen, pero creo que ya está casado con otro chico". Y los reclamos: limpieza del lucernario, mejor iluminación, etcétera. "Más espacio para artistas under de la ciudad". "La música también es arte". "¡Queremos más fotografía!".

Ferrari despertó mucho odio y algunas adhesiones también intensas. Gustó Un poco de alegría (2000), la única pintura contemporánea con figura y paisaje: una costa caribeña pintada en aerógrafo con una seductora técnica "fuera de foco" por el rosarino Daniel Scheimberg, durante su éxodo en San José de Costa Rica. Movilizaron emociones encontradas las obras con animales, no sólo las de Ferrari sino los calcos de becerros nonatos de Nicola Constantino y la Cápsula vaca (2003) de Doma. El recorrido sigue con varios núcleos fundacionales originales, por así decirlo, y con uno dedicado a la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario en 2004 y otro a las ediciones. Pinturas de Fernando Fader y de Alfredo Guido despiden al paseante.

En un trabajo publicado el año pasado, Pablo Montini investigó cómo de una colección particular, la de Juan Bautista Castagnino, surgió el Museo Municipal de Bellas Artes que lleva dicho nombre. El primer paso fue la fundación en 1912 de la asociación cultural "El Círculo de la Biblioteca". Después vinieron los salones. El éxito del primer Salón de Otoño, convocado por El Círculo en 1917, fue capitalizado por el intendente Federico Ramonda Migrand, quien creó a los pocos días de su clausura la Comisión Municipal de Bellas Artes, encargada de la futura creación de un museo, según relata Montini. Por supuesto, Castagnino integró la comisión como un miembro de peso. El museo fue inaugurado el 15 de enero de 1920. A la muerte temprana del coleccionista en 1925, su madre, Rosa Tiscornia de Castagnino, donó al museo piezas de su colección. Sobre el gusto de Castagnino (expresado en un inventario de 1914) hay bastante escrito. Montini subraya un sesgo "étnico", es decir, una preferencia inicial por la escuela italiana, justificada por su ascendencia genovesa. Castagnino también compra (o manda a comprar) old masters europeos y más tarde, a partir de 1912, según puntualiza Montini, el gusto de "Juan B." (como lo llaman cariñosamente en el Museo) se abre al americanismo de Ricardo Rojas y Alfredo Guido. Así ingresan a su colección obras argentinas: pinturas de Fernando Fader y del propio Guido, y diversas esculturas.

Con una honestidad intelectual no por valiente menos reñida con algunos de los principios más elementales de la responsabilidad pública, el director artístico del museo, Roberto Echen, no corrige esta tiranía del gusto privado sobre el patrimonio público sino que la acentúa, subrayando lo que tiene de arbitrario como si fuese una fatalidad.

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Un poco de alegría, de Daniel Scheimberg: una costa caribeña pintada en aerógrafo, del año 2000.
Imagen: Sebastián Granata
 
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