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Martes, 21 de junio de 2011

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. PERSONAJES EN BUSCA DE SU AUTOR, DE MARíA LUZ SEGHEZZO

La pintura como un teatro inagotable

Nacida en Buenos Aires, discípula de Julio Vanzo y egresada de la Escuela de Bellas Artes de la UNR, Seghezzo regresa a la ciudad con una muestra de excelente calidad conformada por pinturas figurativas, al óleo, de gran formato.

 Por Beatriz Vignoli

La pintora María Luz Seghezzo nació en 1953 en Buenos Aires, estudió en Rosario con Julio Vanzo y en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde también enseñó dibujo. Volvió a Buenos Aires en 1983; expuso en esa ciudad y en Roma, Santiago de Chile y Nueva York, y ahora retorna a Rosario con una muestra de excelente calidad. Desde el 3 de junio y hasta el domingo 26 inclusive está exponiendo en Rosario, en la sala central del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Oroño y Pellegrini), una serie de pinturas de raigambre metafísica inspiradas en la obra de teatro de Luigi Pirandello Seis personajes en busca de un autor.

La muestra de María Luz Seghezzo se titula Personajes en busca de su autor y ofrece, en torno a un biombo central monumental, una serie de pinturas figurativas al óleo de gran formato donde los personajes del título se hallan abocados a hieráticas y enigmáticas ceremonias en el interior de un espacio teatral, a la vez abstracto y dramático, que pareciera mostrar la intimidad más honda de la psiquis, como si el drama que el espectador estuviera contemplando transcurriera en el interior del inconsciente. Un lujoso libro catálogo editado en Italia muestra una foto de la autora trabajando en su taller. La modelo, o el maniquí, posan en una caja que es como un teatrito, iluminado especialmente; ella pinta lo que allí se representa y por supuesto dirige la puesta. Su esposo, el fotógrafo Axel Jaroslavsky, contó en la inauguración que fue su colaborador en implementar esta modalidad.

Las escenas logradas son fascinantes. En su aparente teatro del absurdo, entregan un sentido inagotable. Hablan, a su modo críptico, del enigma en los vínculos, del yo ante el otro, y en particular de la función del mundo fantasmático en los desencuentros y malentendidos entre un hombre y una mujer. Los rostros de los actores aparecen velados o cubiertos por objetos como cajas o tocados bizarros (embudos, bonetes, sombreros de papel), o descubiertos pero vaciados de expresividad por una mirada absorta. Los cuerpos sufren torsiones, colgaduras, elevaciones, o simplemente acechan, sentados o de pie ante la nada o ante objetos o montajes de objetos cuasi antropomorfos. Son figuras "enjutas", como las describe su autora. Pertenecen al tipo longilíneo del arte religioso gótico, emparentados con las más modernas de El Greco, o de Modigliani. Los fondos remiten a De Chirico y, por sus colores (suntuosos rojos y grises), a algunas pinturas tardías de Mark Rothko. Los horizontes sobreelevados dejan lugar a un cielo plano y negro, infinito, sobre un suelo rojo y desértico. El impacto misterioso de las escenas evoca la literatura expresionista.

Es expresionista o metafísica, más que surrealista, la manera en que la figura humana es evocada en ausencia por Seghezzo a través de configuraciones de objetos que la aluden de modo siniestro e inefable. Y, cuando está presente en las obras (como en las de esta muestra), el cuerpo humano adquiere una tensión expectante, con una presencia tozuda, al borde del autómata. El teatro de Samuel Beckett también viene a cuento. Lo indescifrable de las poses se acentúa por lo despojado del espacio "minimalista" que rodea a las figuras.

"A lo sumo los personajes que actúan son dos (hombre y mujer) y algunos objetos que se reiteran en distintos cuadros: roldanas, pesas, mecanismos indescifrables, cajas de cartón, maniquíes, sillas, escaleras, embudos, mesas, embudos, etc.", escribió en el citado catálogo el crítico de arte Raúl Santana. "Este teatro de María Luz Seghezzo que se presenta como un juego de marionetas humanas, también es una forma de desentrañar los hilos que mueven a sus personajes".

La tensión que, al modo de la composición barroca, se establece entre las miradas, las poses y la arquitectura del decorado, hace de todo el espacio un campo de fuerzas intensas. Las luces y las sombras también son barrocas, teatrales. En el cuadro "La caja II" hay un hombre de pie con una caja de cartón en la cabeza. Un hombre flaco y pálido, de sobretodo gris. Detrás de él, un horizonte completamente liso, un cielo negro. A sus espaldas, y a cierta distancia, en ese espacio desolado, un cubo anaranjado que parece un kiosco: tiene una abertura rectangular por donde se ve a una mujer de espaldas, en corpiño, o quizás un vestido con breteles; ella tiene otra caja de cartón en la cabeza. "La relación sexual no existe", dijo Lacan; hay, en la pintura descrita de Seghezzo, toda una novela por descifrar.

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Los cuerpos sufren torsiones, colgaduras, elevaciones.
 
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