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Domingo, 17 de mayo de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › OPERA. VERSIóN ROSARINA DE FAUSTO EN EL TEATRO EL CíRCULO

Variaciones en torno a un clásico

Una admirable y sorprendente puesta en escena es la que brinda esta sugestiva ópera, a partir de una combinatoria de géneros que se animan desde un declarado profesionalismo, con puesta en escena y diseño escenográfico de Pablo Maritano.

 Por Emilio A. Bellon

Mefistófeles entra por la puerta principal, se dirige hacia el escenario y de pronto irrumpe en el estudio del Dr. Fausto, tan pronto escucha el primer aria de esta ópera, que ahora en su reciente puesta en escena nos traslada de la Alemania del siglo XVI a los días previos a la Segunda Guerra Mundial. Tiempo después, ya avanzada la acción, Mefistófeles se sentará en un palco cercano al jardín de la casa de Margarita y desde allí, acariciado por los resplandores de una luz roja, seguirá de manera atenta y vigilante a sus personajes. Desde su lugar de dominio, con su grotesca máscara blanca, enfundado en un smoking, oficiará de titiritero, moviendo a su antojo la fuerza de ese Destino, sellado a partir de un pacto.

La voluntaria ubicuidad de este Mefistófeles, que ríe sardónicamente y teje los hilos de esta trama, coloca, ahora, al mismo Mal en el umbral de los trágicos e inmediatos tiempos por venir. Este desplazamiento que plantea esta nueva representación del mito fáustico asoma desde la misma obra de Marlowe. Escrita a fines del siglo XVI a partir de la figura de un alquimista y nigromante que desea conquistar el poder (basada a su vez en una biografía anónima), logra conquistar al mismo Goethe quien ya desde 1790 comienza a escribir sus primeros manuscritos. Publicada la segunda parte en 1833, el personaje del Dr. Fausto llega a la cartelera de París un 18 de marzo de 1859, en carácter de ópera. Su compositor es Charles Gounod, quien pasará a ser reconocido como una de las figuras más relevantes de la música francesa del siglo XIX.

Presentados ya los tres personajes, el Fausto de Gounod, con libreto de Jules Barbier y Michel Carré, coloca al personaje del Dr. Fausto, ya en la primera escena, en la triste figura de un hombre que se muestra a la sombra de un elevado y gigantesco pizarrón de fórmulas algebraicas, lamentándose, ya sobre el final de su vida, por la ausencia del amor. Es la juventud la que reclama, es el deseo de gozar de la vida; es la presencia carnal de las jóvenes amadas, la que añora. Ante su canto, que es al mismo tiempo dolor y súplica, Mefistófeles entrará en escena.

La admirable y sorprendente puesta en escena que el pasado jueves pudimos disfrutar en el Teatro El Círculo de esta recreación osada y altamente creativa del mito fáustico, a cargo de Pablo Maritano conjuntamente con la presencia de un coro y de una orquesta que cumplen una eximia labor profesional, nos llevan a participar de una variación de registros y de géneros, conforme avanza la misma historia. De esta manera esta ópera, que en su función inaugural hace ya casi dos siglos estaba ambientada en siglos idos, ahora transita por diferentes incursiones estéticas que llegan, tras pasar por la opereta y el vaudeville, a la comedia musical de Broadway.

De filiación cinematográfica, desde un diseño de luces que anima cada escena por sus variados matices en el seguimiento de su crescendo dramático, esta nueva puesta coloca al humor con el valor de signos de puntuación, marcando diferentes tiempos y tonos, ofreciendo un abanico de perfiles de la conducta humana. Y el mismo devenir de esta representación, en la que asoman siluetas de estampas de época y de pasos de comediantes del cine silente, lo podemos llegar a vivenciar como el rítmico movimiento de ese carrousel que gira al compás de los sentimientos de esos hombres y mujeres que pasean sus esperanzas en un parque; espacio que adquirirá otra significación, en el inicio del acto tercero, cuando los soldados heridos regresan del frente de batalla.

Entre el pendular de una historia de trágico amor y los hechos sociales, el Fausto que hoy nos sorprende recupera los elementos más significativos de las obras afines que lo precedieron. Y se posiciona como clásico en la medida en que, como señala Italo Calvino, "se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes".

Asoma en esta puesta la coloratura de una fábula, ya en el inicio del acto segundo, cuando Margarita nos relata la historia del rey de Thule, despertando su aria con esa llave de ingreso que es "Erase una vez...". Toda esta escena se anima ante nosotros como si fuese un libro de cuentos de imágenes troqueladas de los hermanos Grimm. Un cierto de aire de ensoñación se nos va transmitiendo desde las gradaciones lumínicas. Y en el interior de una iglesia, donde se espera que habite el consuelo, desde una luz que filtran los velados vitrauxs, un duelo coral despertará a una pesadilla.

Desde las páginas de Marlowe y Goethe y la misma leyenda sobre aquel personaje, el pacto fáustico ha motivado a numerosos creadores a revivirlo en diferentes formatos, en variadas formas expresivas. Y desde lo cinematográfico, quizá, desde mi punto de vista, la versión de Friedrich W. Murnau, en aquellos temblorosos años veinte, es la que ha podido captar de manera más intensa en su concepción pictórica los aspectos más filosóficos y religiosos, en torno al amor y a la redención, a la ambición.

En otro pasaje de ese mismo texto dado a conocer a principios de los años ochenta, Calvino en esta búsqueda incesante por ofrecer diferentes acepciones de lo clásico, señala: "Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera (...) Los clásicos nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra y tras de sí la huella que han dejado en las culturas que han atravesado".

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La puesta reúne a Juan Valls, Hernán Iturralde, Daniela Tabernig y Angie Cámpora, entre otros
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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