rosario

Martes, 20 de mayo de 2008

CONTRATAPA

Fresnos de otoño

 Por Jorge Isaías

A Mi Hermano Y A Su Pasión Por Los Árboles.

Los fresnos﷓ me dice mi hermano﷓ en este tiempo, tienen las horas doradas.

Y yo me imagino a los que están frente a la casa y que plantó mi padre.

Hay dos o tres más, en el terreno, que plantó mi hermano, aunque son muy chicos, pero un día serán señores árboles.

Pero hoy, cuando escribo fresnos, pienso de inmediato en esos otros, muy añosos.

Dos, que antes fueron tres, pero ﷓siempre según mi hermano﷓ que entiende de árboles, el del medio no crecía lo suficiente y molestaba los espacios a los otros dos, por lo cual en un momento lo que hizo fue arrancarlo, no sin dolor.

Mi padre no tenía mucha noción del futuro, al menos con los árboles. Cerca de la parrilla plantó los sauces, que hoy están inmensos, pero se molestan entre sí, con sus ramas.

Con los sauces no se pude hacer nada, pero con los fresnos que crecen más lentos, sí.

Con ser el otoño la estación más bella, me enteré tarde de su existencia.

Antes de entrar a la escuela primaria, casi con seguridad, me veo conversando en la chacra de familia Milani, con un viejecito italiano que haría las livianas tareas de quinta y gallinero, como era usual en esa época.

Me veo interrogado, tal vez de diversos temas, pero retengo esta pregunta:

﷓¿Cuántas estaciones hay?

﷓Primavera, verano, invierno -Contesto tomándome los dedos de a uno hasta contar tres.

﷓ Te olvidaste de uno, me dijo, paciente.

Y ante mi insistencia, el mismo fue contando con sus dedos gastados de trabajar la tierra y concluyó:

﷓Te falta el "outono".

Cuando volví a mi casa y pregunté a mi madre, me respondió:

﷓Otoño.

Y siguió en el minuciosos zurcido de una media con la cual precisamente había rodeado un mate calabacita en desuso..

Si bien yo tenía en ese tiempo el oído afinado para reconocer y aún entender esos dialectos itálicos, de los más variados y entonces, aunque predominaban abruzzeses en la zona, no pude reconocer esa palabra. Por una simple razón: nunca la había escuchado antes.

De este remotísimo recuerdo, casi de mi prehistoria, infiero que me enteré tardíamente de la existencia de las más bella estación, la que tanto le gustaba a Neruda y a tantos grandes poetas y de entre ellos recuerdo al más grande entre los nuestros, claro que nombro a Juan Laurentino Ortiz, a quien sus amigos llamaban Juanele.

Entonces, cuando visito mi casa paterna, y piso ese espesor dorado de fresnos que en el suelo se pone alfombra para recibirme, doy razón a mi padre y celebro esos árboles, que como nunca enseñorean con sus hojas doradas de otoño.

El fresno es el primero que pierde las hojas y las pierde rápidamente, cosa que siempre enfatizaba mi padre.

Lo cierto es que cuando uno traspone la humilde puertita de tejido esos fresnos lo reciben como a un Dios o un caballero, mientras el verdor esplendente de sus hojas lo permita. Pero cuando los fresnos se nos muestran sin hojas, en su elementalidad más vegetal, más excluyente de ternura, son "como una mujer desnuda arrojada al camino", dice Pedroni en un magnífico verso que quiere expresar al desamparo más terrible. Eso es lo que son los fresnos hoy, en este tiempo.

Ya dejó todo su ropaje vistoso en el suelo, ya nos ofrece ese piso dorado como si fuéramos reyes, como para que uno se olvide la pobreza ritual de esas ramas, de ese tronco ya indiferente a las hormigas, a las calandrias y a las más humilde torcacita.

Esto en cuanto a los dos que plantó mi padre, hace décadas, pero los otros que plantó mi hermano hace poco, son fresnos de hojas verdísimas. ¿Qué pasa entonces con esta naturaleza tan sabia que destruye el cartesianismo grosero de uno? ¿Por qué los fresnos más jóvenes no muestran la amarillez de sus hojas? ¿Por qué siguen tan verdes, como si fuera verano rabioso y no este otoño tristón, que se arrastra por nuestros pies como una culebra de fuego dorado?

Hay preguntas que uno se hace y que no encuentra respuestas, pero importa poco porque en su lugar encuentra belleza.

Y es, en este mundo, más que suficiente.

Aunque no le encontremos razón, en este caso, da lo mismo.

Otro de los árboles que comparten ese espacio con fresnos, ceibos, aromitos, siempreverdes, moras y lapachos, es este apaleado aguaribay "juanelesco" y sobre todos ese palo borracho que se vino adulto muy pronto y prominente, será un árbol machazo, por ahora protegido por esas tuyas que lo salvan de los vientos del sur y ese tunal en que se convirtió la penca que hace tres décadas puso mi madre, seguramente con amor, como siempre ella trataba la cosas que la ataban a la tierra que amaba.

Muchas veces pensé, qué cosas diría si viera cómo le ganamos los lugares donde estuvieron la quinta y el gallinero con árboles de distintas variedad y espesura.

Seguramente aprobaría sin chistar este berretín de sus hijos, con una alegre sonrisa en su cara morena.

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