rosario

Martes, 21 de abril de 2009

CONTRATAPA

Los niños

 Por Luciano Trangoni

Bajo las primeras luces del amanecer, la vieja camioneta de la municipalidad estacionó frente a la puerta de la casa de Raúl. Dos jóvenes uniformados se bajaron inmediatamente sin siquiera dirigirse una mirada. El conductor no bajó: se quedó en la camioneta, observándolos sin pestañear. Buscó los cigarrillos en el bolsillo de su camisa, pero antes de encender uno bajó la ventanilla y escupió sobre el pavimento. En ningún momento les había quitado los ojos de encima. Un instante antes de llamar a la puerta los jóvenes uniformados se miraron y el más grande de ellos sonrió.

-"No tengas miedo" -le dijo.

Ambos llevaban una pistola con la culata asomada fuera del pantalón. Al oír el timbre, Teresa salió a la calle. Detrás de ella apareció Raúl, caminando a toda prisa, como si intentara evitar lo inevitable.

"¿Qué?" -dijo ella.

Raúl la tomó por los hombros tratando de serenarla. Después le sonrió a los dos jóvenes y les abrió la puerta de par en par. Ellos entraron bruscamente sin decir siquiera buenos días. Teresa se cubrió el rostro con ambas manos y comenzó a llorar. Desde la camioneta el tercer hombre echó una bocanada de humo e hizo un gesto imperceptible. Raúl le sonrió y luego cerró la puerta de calle.

"¿Qué hacen estos tipos acá, Raúl?" -gritó Teresa.

Los niños aún dormían en su habitación, recostados en el suelo, con una correa de cuero ajado alrededor de sus cuellos. La habitación, hasta entonces cerrada con llave, olía asquerosamente. Al abrir la puerta, los dos uniformados se taparon la boca y la nariz al mismo tiempo. El piso estaba cubierto por la mierda de los niños. El más joven de los uniformados comenzó a toser y acabó vomitando la punta de su propio zapato.

Teresa dio un fuerte alarido y Raúl la contuvo con un abrazo que la inmovilizaba.

¡Soltáme! -gritaba su rostro arrugado por el llanto. "¡Soltáme, hijo de puta!", gritaba dando golpes al aire, intentando quitárselo de encima.

Al oír aquel alboroto, el mayor de los niños abrió un ojo, e intentó a incorporarse con cierta dificultad.

"¡Cerrá!", gritó uno de los uniformados, y el niño volvió a desplomarse, sin alcanzar a ver un rostro, patinando en su propia mierda. Una vez que estuvo cerrada la puerta, una nube de silencio cubrió el rostro de los cuatro adultos.

"Va a ser mejor llevarlos dormidos. No vaya a ser que".

"¿Dormidos? -preguntó Teresa. "¿De qué habla?"

-No se preocupe, señora. Sabemos lo que hacemos.

-Pero ¿qué están diciendo estos tipos, Raúl? Explicame.

-Tranquilícese, señora.

-Contestame, Raúl, por favor.

-Tranquila, señora. No es...

-¡Esta es mi casa y usted se calla la boca! ¿Quién le preguntó algo?

-Teresa, mi amor -intervino Raúl-, ellos van a encargarse de los niños. Van a cuidarlos, ya te expliqué.

-Yo no voy a permitir que...

-Teresa, por favor.

-¡Son mis hijos, carajo! ¡Siguen siendo mis hijos! -lloró apretando con fuerza los puños. Después se abrazaron y lloraron juntos. Ella temblaba con todo el cuerpo, pero Raúl la apretaba con fuerza y le acariciaba el pelo mientras le pedía que se tranquilizara. Los uniformados bajaron la mirada y se llevaron las manos a la cintura, hasta que uno de ellos volvió a abrir la puerta de la habitación de los niños y disparó un dardo somnífero a cada uno de ellos. Teresa se abalanzó sobre el uniformado y le clavó las uñas en la cara. Raúl y el otro tuvieron que intervenir para separarlos.

Luego de arañazos, patadas, llantos y gritos, se reanudó por fin la calma y el silencio, y entonces, como si fuera la primera vez, los cuatro adultos contemplaron la escena. En una esquina del nauseabundo cuarto de los niños. Semidormido aún pero con la boca abierta y la cabeza erguida, estaba el más pequeño de ellos, mirándolos pelear. Las lágrimas y los mocos le cubrían el rostro.

Afuera, con la ventanilla abierta hasta la mitad, fumaba el tercer hombre. Los dos uniformados salieron de la casa y acomodaron los cuerpos de los niños en la parte trasera de la camioneta, y recién entonces Raúl y Teresa volvieron a abrazarse. El conductor puso el motor en marcha y les hizo un gesto con la cabeza.

Compartir: 

Twitter

 
ROSARIO12
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.