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Martes, 19 de abril de 2011

CONTRATAPA

El discreto encanto de la oscuridad

 Por Javier Chiabrando

Son las cosas del marketing, vea usted. De pronto, medio mundo se sintió en la obligación de ponerse a leer a escritores suecos. Me refiero a la trilogía Milennium y a la caterva de novelas policiales que las siguieron. Era la moda al ritmo del marketing. A los inventores de esa moda no les costó mucho hacernos entrar por el aro. A los argentinos nos dijeron "sueca" y Anita Ekberg en la Fontana di Trevi apareció grabada a fuego en nuestras cabezas, recuerdos de una adolescencia de valijeros adoradores de mujeres altas, rubias, carnosa, lejanas (en kilómetros, incluso). Una mujer sueca en una película era una de las pocas posibilidades de ver una teta que teníamos los que ya habíamos sido destetados.

Y la moda no sólo nos la enchufaron a nosotros (no es tan grave: la trilogía de Larsson en entretenida y Mankell es buen escritor; al resto los desconozco), en BCNegra, festival negro de Barcelona, le dedicaron una mesa redonda al tema, que se resumía en esta simpática idea: "Por qué se mata tanto en Suecia". Vemos que en el primer mundo (si España lo es), también hay mucha gente que relaciona la palabra Suecia con Anitas que difícilmente abrazaremos en vivo y en directo.

La trilogía Milennium son tres libros gordos y caros escritos por Stieg Larsson que venían apoyados por tres películas bastante buenas. Semejante despliegue argumental aporta lo que aporta cualquier libro muy leído, y que en este caso se parece mucho a lo que aporta cualquier imagen publicitaria sobre turismo exótico: mostrarnos lugares (escenarios y culturas) que difícilmente visitaremos en cuerpo presente. Además de la trilogía del pobre Larsson (que murió joven y sin disfrutar del éxito), hijo del rico Larsson (el padre que lo heredó al morir), ahí está también el siempre presente Mankell con su personaje Wallander, al que le dedicó ¡11 novelas!, serie que (una vez hundido Wallander en el Alzheimer en El hombre inquieto), sigue con las aventuras de la hija.

Y luego venimos nosotros, extrañamente interesados en un país y en una sociedad de la que desconocemos todo excepto la tendencia de sus rubias a bañarse en fuentes públicas. Una sociedad y una cultura que uno definiría con una ristra de elogios: organizada, previsible, culta, próspera, pacífica, respetuosa, etc. ¿Entonces? ¿De qué hablan estos tipos? ¿Sobre qué escriben? ¿Sobre Heidis locales? ¿O sobre asesinatos, nazis, abuso infantil, esclavismo, perversiones? ¿Suecia es también eso? Vaya, entonces no es lo que imaginamos, por muchas rubias que haya bañándose en cada lago.

Es verdad que los suecos tuvieron sus nazis y que durante la guerra se "hicieron los suecos" (dicen que de ahí viene la expresión) cuando Alemania cruzaba sus territorios para invadir Dinamarca y Noruega. Pero eso no es un gran mérito, porque quien más quien menos todos tuvieron sus nazis. En cambio no todos tuvieron el privilegio de ser elegidos como escondite por nazis verdaderos. Si hasta Hitler habría venido a morir acá, para llevarse al más allá, como última imagen en sus retinas, una montaña helada y bosques de arrayanes en lugar de fábricas de muertos.

Yo tengo una teoría, con tantas posibilidades de volverse esclarecedora como cualquier otra porque una vez escrita y publicada, que me la vengan a refutar. Estos tipos, Larsson, Mankell, y otros de nombres casi impronunciables, se han propuesto - no sé si es una confabulación o una casualidad - crear una "mitología de la oscuridad" sobre la impoluta Suecia. ¿Qué dice Chiabrando? Vea usted, yo digo que estos escritores se inventaron un lado oscuro de su cultura porque sin lado oscuro no se puede vivir. Repito, esa es mi teoría, y no se me asuste: sin un lado oscuro no se puede vivir. O se puede vivir, pero no se puede escribir, se hace difícil hacer cine, etc. Mi teoría, de ser cierta, significaría que todo lo que cuentan estos tipos es puro montaje, y que Suecia sería organizada, previsible, culta, próspera, pacífica, respetuosa. Y que sí, efectivamente, hay rubias cariñosas y despechugadas por doquier.

Si mi teoría no le parece contundente, ahí están las palabras de Billy Wilder: "La virtud no es fotogénica". ¿Se imagina a escritores suizos escribiendo novelas para vivar a su chocolate, asegurar que la vaquita de Milka da el doble de leche que la mejor holando y que el agua de sus lagos es curativa? Los pocos escritores suizos que hemos podido leer por acá (Dürrenmatt, Frisch), también se esforzaban por mostrar ese lado negro de una sociedad que a la vista de todos parece modélica.

¿Digo Suiza, dije Suecia? No es confusión geográfica, no se preocupe, son sólo analogías para hablar de la importancia de la literatura como constructora de mitos. En estos casos, la idea es que, por muy prósperos que sean estos países (o quizá por eso), no han desarrollado una oscuridad verdadera, el lado oscuro de la opulencia, una oscuridad como la nuestra, posta posta, cultivada a través de los años con tanto ladronzuelo que hubo en el poder, menemismo, delaruismo, gobiernos militares, hiperinflación y madres en busca de sus hijos, situación que, por muy dolorosa que sea para vivir, es materia inagotable de literatura y otras artes.

Yendo a la coyuntura, creo que estos países tampoco deben tener diarios, programas de radio y televisión, y miles de cómplices involuntarios (o idiotas útiles) que repiten la consigna diaria del desaliento, o "la mala noticia nuestra de cada día": que el país en el que viven es una basura, que está aislado, que se encamina hacia el abismo, que en la esquina te van a matar, que la democracia corre peligro porque un puñado de ciudadanos se quedaron sin la claringuilla del domingo, que nunca volveremos a comer lechuga porque se fue por las nubes; y tampoco deben contar con especímenes públicos que vaticinan las siete plagas de Egipto a cada rato. No tienen una Carrió, digamos, en plan de continuar con las analogías; con una Carrió ya tendrían para un centenar de novelas, pero ella es nuestra y sólo nuestra. Y no se vende ni se alquila.

A modo de resumen: bastó con una mitología construida con un poco de esfuerzo y un par de buenos escritores, para que cualquier caído del catre se ponga a hablar de Suecia como si hubiera estado ahí mismito ayer. No es poco. Ahora, si usted tiene que viajar a Suecia, o el que viaja soy yo para tratar de sacarme las dudas sobre rubias libidinosas, cabe la pregunta: ¿es Suecia un paraíso o un país peligroso? ¿Las mujeres son buenas como Heidi y redondas como Anita, o son como Lisbeth Salander, tatuadas hasta las verijas, boxeadoras, hacker, vengativas, rencorosas: brujas? Vaya uno a saber. Por las dudas me quedo acá, que según me rezan a toda hora en la televisión, es malo pero conocido.

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