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Martes, 2 de octubre de 2012

CONTRATAPA

Las Estaciones de Antognazzi

 Por Corina Moscovich y Eugenio Previgliano *

"Señora" ﷓dice o pregunta Victoria﷓ "¿podría cerrar la puerta que hace frío?" Pero a Adolfo no le sorprende la reiteración de la pregunta y después de mirarle sus ojos atrevidos no puede dejar de observar el libro que ella aloja en sus manos.

"He leído el nuevo libro de Antognazzi", le dice como al pasar, pero Victoria dirige sus ojos de colores frescos en una mirada archielegante a la puerta cerrada.

-¿Te acordás de aquel encuentro? ﷓pregunta animada a su comensal﷓, "Cuando volvimos estábamos tan entusiasmados en copiarle la idea...". Cortando en pedacitos, cada uno en su plato, reflexionan. Adolfo expresa: "Es claro: Carlos observa pasar las estaciones desde su refugio en el mundo, pegado a la ciudad pero sin ser la ciudad en sí". La mujer responde inquiriendo: "To be or not be".

El libro ﷓se dice a sí mismo mientras espera﷓ de cuidada factura, sugiere mucho desde ese título tan polisémico, Las estaciones, pero a poco de mirarlo, la figura de una niña sentada a la vera del río, en un día de, quizás plena primavera o incipiente otoño, lo devuelve al sentido original del título. Nada de esto le dirá a Victoria: "Me acuerdo del pequeño viaje ése". Sí le dirá: "Volvimos realmente muy entusiasmados". Sin embargo recuerda que el libro de Antognazzi, a quien fueron a visitar en ocasión de uno de sus mini encuentros de escritores, se inicia con una cita de Virgilio, destinada antes a desorientar al lector que a indicar una lectura. Sobre un mantel con restos de migas de pan y en los albores de la primavera urbana, Victoria abre el libro en "La ropa recién lavada" y lee, en voz alta: "Vibrando entre el sol inalcanzable y la/ efervescencia del jardín/ las prendas demoran en secarse, como acompañando un antiguo rito". Adolfo, espera a que la joven termine la frase, encantado de verla leer en un bar lleno de empleados de traje y corbata: "¿Café?"

Ya en la calle, a Adolfo, la brisa generosa que mece sus ensortijados y grises rulos le recuerda lo que decía J.A.Rony en La magia: "El artista es un técnico creador de un mundo encantado, de una realidad donde se forman, como criaturas de ensueño, objetos nuevos hechizados por su invocación". ¿Sabrá Adolfo que Victoria sigue recordando la primavera frente al río, la visión siempre cambiante de la isla que Antognazzi capta con una sensibilidad sorprendente; que en su recuerdo las hojas son verdes y amarillas y proponen exactamente lo que los poemas?

Victoria se deja oír: "Aunque en el libro Carlos divide el año en cuatro y coloca la misma cantidad de páginas para cada estación, Las estaciones de Antognazzi se sienten como un continuo...". Adolfo la interrumpe, para completar su idea: "Un continuo que crece, abrasa, congela y en el devenir de la vida cambia el paisaje para volver a repetirse, como si la vida fuera eso, una repetición, como si todo lo que se hace de en medio no tuviera sobre el paisaje una influencia mayor que la del propio tiempo que, fiel a sus reglas, viste y desviste la naturaleza, el jardín, la ropa lavada, los hijos que crecen".

Victoria medita sobre el tópico del hombre y la naturaleza: "Curioso es pensar lo que un mismo paisaje ¿quizás monótono? puede provocar en un alma sensible a los más ínfimos cambios".

"No hay, -dice Adolfo en algún momento-, ninguna relación en los poemas con la nota de Roberto Malatesta que inicia el libro: no hay una referencia cierta a 'la ciudad', es más bien un ver pasar las estaciones desde lo privado, desde los interiores del jardín, al que sólo una referencia oblicua, sesgada y sencilla se cuela desde el paisaje del río, o de la ciudad distante".

"Pero está la bicicleta y en sus ruedas, lo cíclico del crecimiento de una pequeña niña al borde del camino. Un matrimonio que vive en sociedad...".

Parece que fuera, dice Adolfo, un paisaje compuesto por cosas más privadas, cosas de la casa, del jardín, de las plantas que allí moran, cosas que hacen a la mujer, a los hijos, al varón en la casa, pero no en el domus clásico sino en un paisaje colonizado por la gente blanca del litoral desde hace muchos años, un parque, una costanera, la ropa al viento, el mate que infunde calor y conforta, donde las estaciones sólo inciden en la voz del poeta a través de una mirada advertida, que nota que "el pasto crece más lento", una mirada que advierte que "apenas se distingue la ciudad en brumas"o que "la bruma se desliza suavemente desde la isla".

Una mariposa blanca se posa por un instante en el cabello cobrizo de Victoria.

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