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Viernes, 4 de enero de 2013

CONTRATAPA › EL JARDíN ARGENTINO. CERCA DE OROñO Y URIBURU

Donde se apaga el porvenir

 Por Gloria Lenardón

Se toma cualquier calle, no es necesaria una dirección precisa, basta seguir el sentido del tránsito, aunque a los costados no se vean más que edificios, balcones, vidrieras, bares, en cualquier momento se desemboca, cuando se dejan atrás los jardines: parejos, regados regularmente (tres por dos, dos por uno, ésas son sus medidas), con plantas decorativas, pastito verde, plantines renovables en cada estación, y a medio metro de la reja, helando la sangre, los ladridos del perro guardián, desaparecidos listo, de sopetón otro, y sin que nadie se rompa la cabeza por encontrarlo, un avance más del colectivo o del auto, o el cruce de una esquina, salta a la vista. Ahí está, el jardín de la villa de Oroño y Uriburu es uno de los tantos, si se dejan atrás los pequeños palacios y las torres flamantes de Oroño, y la sombra de los árboles del parque, y se sigue y sigue, está.

Mirado desde afuera, estirando la cabeza, plantado como un girasol, el jardín se ve florecido: la ropa ventila al sol, abierta como una flor. A los colores los mueve el viento, se sacuden como tallos, toda la ropa se seca en hileras abarrotadas. En cualquier caos de pasillos, la ropa sembrada sobre el tejido evapora color si es arrebatada por el viento riega el piso, la tierra la espolvorea, como en un cantero. Los colores de la ropa se cuelgan delante de las piezas. Si se toma una pieza por casa no hay confusión, en Oroño y Uriburu la casa (las piezas son casas: una pieza, una casa) no se termina nunca: chapa, madera, ladrillos, cartón, se van sumando todo el tiempo, la casa no tiene entrada ni salida, va deformándose mientras se desparrama, se clava al piso para no tambalear. Al sol lo tapa el humo, abundan los colores, los olores y el humo que sale por los agujeros y las grietas. La ropa está tendida por todos lados, los colores sobran. A una tanda de ropa le sigue otra, los colores cambian cuando cambia la ropa, un perro puede pasarse un buen rato mordiendo una manga como si mordiera una rosa, puede ir a dar una vuelta y encontrar una vía abandonada y también un caballo atado a un carro, el perro puede acompañar al caballo, pueden ir juntos un trecho, uno al lado del otro.

El perro puede tantear un poco y entrar, tomar por su casa la pieza y entrar y quedarse todo lo que quiere y deambular a gusto, en una casa que no se termina nunca las piezas no pueden contarse, es un gigante terrorífico de casa, de la noche a la mañana encima de todo un poco, lo entremezclado se clava para tratar de aferrarse y mantenerse en pie. El perro puede entrar y desaparecer por mucho tiempo, sin que nadie sepa dónde está, porque nadie va a seguirlo entusiasmado, puede quedarse pegado adentro y no aparecer por ningún lado, después regresar, salir y estar reseco, achicharrado, por dar tantas vueltas y buscar la flor del lugar, puede perderse y no saber cómo abrirse camino entre tantos tabiques y divisorios, puede aparecer pelado, achicharrado por la ilusión, con un gran mareo debido a los recovecos y pasillos, puede aparecer afuera y saltar a la vista cómo la ha pasado, el beneficio que ha encontrado.

Afuera ese día el perro se movió buscando enfriarse, se paraba cada tanto junto a un caballo, andaba a lo saltos; hasta que se le acercaron para ver por qué encogía las patas Mono, Patóm y Jere, y un poco después, Ojitos, Tati, El Mudo, Enano. Caminaban juntos, sin dejar ningún rastro, ni una huella de zapatilla, ninguno podía sacar cuentas de los días por venir. "Esto les pasa a los pibes acá. Vengan si no por acá, vengan a ver qué les pasa", se escuchaba en medio del zumbido de los autos de Oroño que se alejaban zumbando como abejorros detrás del néctar, en medio de un olor fuerte a tierra removida, a flores recién puestas que ya empezaban a desarmarse, como en un jardín sin nutrientes; el sol brillaba y los pibes caminaban, nadie alrededor tenía un clavel en el ojal, caminaban recién salidos de la casa que no se termina nunca.

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Moreno y Presidente Quintana. Allí mataron a Jeremías Trasante (Jere), Claudio Suárez (Mono) y Adrián Rodríguez (Patóm), el 1º de enero de 2012.
Imagen: Sebastián Granata
 
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