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Viernes, 2 de junio de 2006

CONTRATAPA

Hijas del agua

 Por Beatriz G. Suárez

Las calles que nacen en el río tienen un acto inaugural en la barranca, parto que es destierro organizado, dientes de arena, cordón umbilical cortado a remo. Los autos son la tregua de las embarcaciones. Vienen del líquido (como nosotros).

Paraná padre de Dorrego, ha legado el asfalto, un lazo filiatorio de cenizas, empedrado que mezcla consonantes para que el habla venga.

Paraguay posee en el cero un sanatorio pero la ha parido una sirena a la sombra de un Sauce entrecortado cuyas ramas enmarañan el pelo duro de la madre en puerperio, canciones de lluvia y garzas. Las calles van como hijas al colegio imaginando urbe que entona en otra parte.

Nace Italia entre restaurantes y matrices, construcciones de edificios interminables, calles con urticaria y orzuelos donde obreros martillan el futuro seco.

Oroño, Balcarce, las hermanas.

Todas provienen de él, dotadas de alma cotidiana que intenta la humedad. Un coche las transita a kilómetros de los insectos propios y ahí nomás de la monotonía.

Güemes también, Corrientes, Jujuy entre triángulos de ricos que allanan la angustia de los días con actitud esplendorosa en enormes torres donde el viento se expande lo mismo que en las villas.

Surge el aire.

Por Córdoba y Rioja entra la madrugada, pelea el invierno la subida de Alem, la sumisión extrema de las rutas a los parques; Pellegrini en ayuno doble desde el Puerto Tótem, el fondo de los sueños haciendo que piensa en lo que nace. Desde el parecer disolvente del agua.

El río las promete desde enormes hangares, les da grito oxidado mezclándoles nervios con plomadas, las espera en su cueva a cada rato.

A Oroño le ha otorgado un esqueleto de oro.

A Entre ríos la anotó con relámpago, le puso un apellido de cornisa desesperada al perder sus hinojos y en recitales a contrapelo vive con especiales importancias.

Luego, a eso del mil cuatrocientos se hacen grandes, señoritas, se cubren el rostro y lloran al alejarse de la rompiente originaria y ya no son. Sometidas a la gente o a la venta de pochoclo, a las esquinas comerciales o escuelas con raíces cuadradas. Sufren lejanía florida y hambre color verde.

Pasan lo público a privado olvidando al Paraná mirando la deserción de cada pasto. Quieren formar después a la ciudad como compensatorio y debaten su vida entre muebles y ocres, entre escapes y parábolas de gaviotas, paraguas y gusanos, usura y pesca.

Las calles que provienen del río, que alguna vez fueron tierra sola cuando el coloquio era junco, tienen verdad de costa y cordones zambullidos, estirpe de playa y bocas de tormenta con cloacas unidas a sus cuerpos.

Sistema Circulatorio.

Son demasiados siglos en el pasto, poema ignorante todo aquello, el cemento se empeña en disminuir el pasado y adheridas a Rosario agrandan inexorablemente su origen pero debajo de la almohada.

Las calles sonámbulas y locas, olvidando lombrices y recordando marcas, Ona, Onus, Sólido, Fiorucci en desborde de inocencia.

Descubren que ya estaban antes de haber estado, descubren que son parva y llanura más que escrúpulo.

Han nacido en pos y de.

Han nacido desde.

Gracias a.

El río las dibujó con lápiz una mañana entre acentos y techos.

Entre peces y recuerdos. Con un sistema de bobinas y cansancio. Las hizo hasta volverlas humanas.

Rompientes que cada vez transitamos.

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