rosario

Domingo, 20 de abril de 2014

CONTRATAPA

Frankestein & Co

 Por Javier Chiabrando

A pesar de que el mito popular dice que somos un país imprevisible, todo el mundo parece estar convencido de que el kirchnerismo se acaba en el 2015, lo que indicaría que nos hemos vuelto previsibles. Pero (como si el aura legendaria de imprevisibilidad no se dejara vencer), los que saben que el kirchnerismo se acaba, no se animan a pronosticar quién o qué lo reemplazará. Y volvemos a ser imprevisibles. Esa es la cuestión que cierra todas las discusiones políticas. "¿No le gusta este gobierno, doña? ¿Y por quién lo reemplazaría?". No hay persona que no pase de la convicción al balbuceo, incluso al babeo, y se ponga a hablar de Boca o del tiempo loco.

En las democracias, los candidatos y/o gobernantes se van sucediendo naturalmente, un simple salto al futuro obligado por las reglas de la naturaleza. Se muere uno, o se vuelve un viejo choto, o inefectivo para el país, o cumple su plazo en el cargo, y lo reemplaza otro en apariencia más idóneo, más joven, que representa ideas de moda, y que será reemplazado en su momento por motivos similares. La democracia podría definirse como: "la ley de pase el que sigue". Cuando no se da naturalmente, como parece no darse en nuestro país, la opción es construir un candidato.

Con tanto poder y plata como tiene la oposición, no debe ser difícil. Claro que a la hora de construir algo, se depende de la materia prima. No se hace un buen asado con un gallo viejo. No se hace el arca de Noé con paraísos chuecos. No se transforma en candidatos a sindicalistas con prontuarios dignos de Alí Babá y caras de Al Capone, a empresarios que nadie conoce excepto los que manejan las cuevas financieras, a artistas que no son buenos ni siquiera en su arte y a políticos a los que nada le sobra, o más bien, a los que siempre les falta algo.

La solución existe. Para entenderla hay que contar una historia bastante conocida. Un grupo de amigos, Lord Byron, Mary Shelley y su marido Percy, pasaban unos días en villa Diodati (Ginebra). Una noche, de aburridos nomás (Ginebra es aburrida ahora, imaginen hace doscientos años), se desafiaron a escribir una novela de terror, y Mary Shelley escribió Frankenstein basado en el mito de Prometeo. Es la historia de un médico que se convierte en una especie de Dios y logra dar o crear vida.

El esperpento, conocido como Frankenstein (aunque ese sea el nombre de su creador), es fabricado con pedazos de muertos recientes, y el cine siempre lo interpretó como deforme, como si le tirara de sisa el cuerpo más que la ropa. Este avance de la ciencia no fue comprendido por el pueblo (una chusma de aquellas). En lugar de ver que el descubrimiento les podía traer de regreso al abuelo (completado quizá con una parte del abuelo del vecino; lo que hubiera logrado que muchos Montescos y Capuletos dejaran de guerrear), se asustaron y corrieron al monstruo que se asustó más y se volvió ingobernable. La novela comienza y termina con el creador persiguiendo al monstruo hasta el Polo Norte buscando matarlo otra vez y subsanar el error.

Al paso que vamos, con candidatos que suman por descarte, vamos encaminados hacia la fabricación de un Frankenstein criollo. Analicemos la materia prima con la que cuentan los hacedores que, como dioses, harán de un montón de fragmentos, algo capaz de conducir este país a la gloria tratando de que se cumpla aquel viejo apotegma: "El todo es más que la suma de las partes". Y si no lo es, nos encomendaremos a otro apotegma, en este caso argentino: "lo atamos con alambre".

Entanto candidatos, Massa y Macri salen bien en las fotos, pero cuando hablan parecen adolescentes de resumidos que tienen sus discursos y pobres sus sintaxis, ¿viste, fierita? Carrió habla mejor (mucho mejor), pero tiene sus martes y sus jueves, y sus sábados y sus lunes. Sólo podría gobernar los días que anda sintonizada. Y aun así, ese día habría que vigilarla de cerca para que no se nombre Papa por decreto.

Binner es un misterio, de ahí su sexappeal. Nadie sabe muy bien cómo encasillarlo y así el tipo va tirando. No es una estrategia mala, en los números sigue siendo candidato y con buena aprobación. Los candidatos del radicalismo bailan con el estigma de no ser (ni parecer, ni poderse aproximar) Alfonsín padre, de la tendencia a escapar en helicóptero y de cierta vacilación permanente en sus dichos que pone nervioso a cualquiera. La izquierda no cuenta porque no tiene candidatos con chances, y menos cuenta la izquierda que se ha aliado a lo peor de la derecha argentina, la misma que la perseguían para matarlos (país inexplicable).

Como siempre, estando Argentina de por medio, las cosas tienen un lado bizarro (país ingenioso y creativo). Acá, el doctor/creador también, como la criatura, está formado de fragmentos. El creador es una construcción inestable de partes e intereses diversos, entre los que se encuentran empresarios, sindicalistas y políticos, muertos y vivos; muertos políticos que no se deciden a entrar en el cajón, y vivos de viveza criolla. Como con el monstruo, juntás todas las partes y no hacés uno como la gente; lo que lo hace más peligroso. El monstruo mata por miedo. Estos son capaces de matar para darlo.

El desafío no es menor. Se trata de ver qué partes van a pegar para construir al monstruo que necesitan para retomar el poder económico y político de este país; y luego tienen que tratar de que el pueblo no se asuste ante su fealdad y en lugar de querer lincharlo, lo adore al punto de votarlo.

El cuerpo debería ser de Macri o de Massa. Jóvenes, deportistas, con pinta de bailarines de largo aliento. Como el experimento puede salir mal (tantas veces salió mal, que esa posibilidad es la más evidente), este Frankenstein debería tener los pies ágiles para salir rajando si las papas queman. Los pies de Virulazo o de El Chúcaro estarían bien, pero los pies ideales para este monstruo son los de De la Rúa, que vuelan ante la primera adversidad. Porque ya se sabe, por la novela, por las películas, y por los 2001 que vivimos, que el pueblo llega a querer quemar lo que llegó a adorar.

Las manos tienen que ser las de Perón, que algún precavido se afanó previendo este momento (Argentina es inagotable). Tenemos entonces a un candidato joven, de cuerpo sano, de pies alados y manos capaces de conducir al pueblo al paraíso como el flautista de Hamelin condujo los ratones a la ratonera. Pero no tenemos cabeza.

La cabeza tiene que ser la de Carrió. De lejos es la más inteligente. No tiene partido, no tiene votantes, no tiene proyecto, y hace diez años que parece la única que tiene algo que decir. Si a veces se le piantan los pájaros, se puede solucionar con un toquecito de bisturí en la zona rebelde mientras se le cose la cabeza al cuerpo elegido. ¿Quién va a notar una lobotomía a esta altura? Otra opción es la cabeza de Binner, posibilidad absolutamente opuesta a Carrió. Casi no habla, pero es porque guarda en secreto la fórmula de la felicidad del país.

Una cabeza intercambiable no sería mala opción. El peligro es poner la cabeza de Carrió cuando tiene que callarse o la de Binner cuando tiene que defenderse. Si le erramos ahí, estaríamos en guerra todos los años. Primero con Paraguay, después con los EEUU y al fin con los marcianos. Lo bueno de este caso es que la campaña se escribe sola: "Frankenstein, un candidato que habla cuando tiene que hablar y que se calla cuando se tiene que callar". También se puede acompañar con la frase: "Doná órganos por el futuro del país".

Los otros candidatos que no nombré, podrían ser material de repuesto. Se manca una de las manos de Perón, y ponen una de Alfonsinito que remiten ligeramente a su padre. Se duerme Binner, va la cabeza de Pino Solanas, otro dormido pero por otros motivos. Candidatos radicales y peronistas varios pueden aportar piernas, pies, orejas, narices.Y lenguas, este monstruo podría tener más de una lengua. Para hablar mucho y marearnos, y para chupar medias a troche y moche.

¿A eso se le podrá llamar ser parte de un proyecto? Vamos a escuchar muchas estupideces de acá al 2015. Quizá esta sea una de esas estupideces, pero al menos es divertida. Ahora, cuando le digan que acá hay que unirse para sacar el país adelante, desconfíe. Si quiere saber si le están vendiendo un buzón, es decir un monstruo armado a las apuradas, busque las costuras. Están a la vista.

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