rosario

Miércoles, 18 de junio de 2014

CONTRATAPA

Una mujer sola

 Por Felicitas Maini

Salí de mi casa temprano con alguna excusa, quería irme. El se había quedado en la cama, tomando café.

-¿Te vas?

-Sí, tengo cosas que hacer.

-¿Hoy domingo?

-Sí sí siii.... hoy -sin mirarlo y con impaciencia.

-Te espero hasta las dos, después me voy, tengo que laburar.

-Vuelvo -dije sin ganas, pensando en lo contrario, dejar pasar la hora y volver tarde para no encontrarlo, quería curarme de esa mala noche: sexo aburrido y charla descolorida.

Caminé hasta San Juan, compré el diario en el camino, iba sin rumbo, pensé en tomar la K y desayunar en La Capilla ese café con leche de bar de pueblo que me llevaba a memorias felices.

La vi antes de llegar a la esquina. Una pareja siguió de largo y decidió esperar el troley en la cuadra siguiente, con cara de "no-vaya-a-ser-que-nos-contagie-algo" si nos sentamos con ella en el refugio.

La temperatura subió, el frío ya no se siente, sin embargo ella está ahí, a mi lado seria, firme, esperando; adivino que lleva puesta toda la ropa que tiene. Cubre su cabeza un pañuelo raído, ha sido puesto con fuerza, el nudo debajo del mentón parece que casi la asfixia. Por afuera un saco gastado, tipo montgomery, añoso y nada limpio, a falta de botones una tira de alguna tela lo asegura a su cintura, un buzo verdigris indeciso asoma por el cuello, sigue una pollera larga debajo de la cual lleva unos jeans desteñidos... miro sus medias, son de colores diferentes y las zapatillas de caña alta, de "básquet", no acuerdan con su edad. Su cara es el rostro milenario y común de la necesidad, hay sequedad, arrugas y gesto adusto.

Cada minuto deja la vereda, baja a la calle, se mueve casi al medio y mira, entorna los ojos y mira otra vez.

Un silencio perfecto se asienta sobre San Juan un rato largo. Pasa un auto tuneado, pendejo y cumbia a volumen feroz, pero el colectivo no llega.

Algún tipo de ansiedad la hace temblar; tratando de no ser indiscreta miro sus manos, chicas, sucias y callosas, hablan de su vida. Pasa un cuarto de hora, es domingo, los rosarinos de a pie sabemos que los feriados hay que ser paciente, el transporte llega cuando quiere, o cuando puede, siempre larga la espera.

A mí me viene bien, la calle es ese desierto amable de los días en que no se trabaja. Ella, en cambio, se revuelve inquieta, da vueltas sobre si misma en una o dos baldosas, se pasa la mano por la cara, no transpira, sufre. Se distrae un instante mirando una leve línea de tiza azul que resalta en la pared."Te amo Cari" ¿Sabrá Cari que la aman? Luego retoma sus pasos a la calle.

Olvido mi cita, total el hombrecito que me espera no me interesa, me acerco y tratando de no ser insolente, sin invadir, le pregunto:

-La veo nerviosa, apurada.... ¿la puedo ayudar?

Me mira desde una distancia que desconozco, me hace sentir que vivo en otro mundo. Sus ojos se desvían en la desconfianza, se oscurecen, la han jodido mucho, eso se ve. Frunce el ceño, baja la vista un segundo y me contesta áspera:

-Mi nieto está preso, dice que le pegaron, tengo que ir a la Terminal, el ómnibus a Coronda sale en una hora.

Y mira el cordón, no espera nada de nadie, no cree que vayan a ayudarla, descree de todos. Me conmueve, la cobardía de los que tenemos poco, casi nada, se borra. Alguna bondad escondida me hace decirle:

-La alcanzo, voy para allá, tomemos un taxi.

No me habla, sigue mirando el cordón pero escucho un leve "gracias".

El taxista para en la entrada de Santa Fe, ni pregunta por las plataformas de los micros, intuye en el desprecio que no viajamos a ninguna parte.

Ella no ha dejado de retorcer sus manos, se huele el dolor o el abandono; antes de que se baje le pongo en su mano dos billetes y me explico casi con culpa: -No tengo más.

Se baja, cierro la puerta del taxi, se va, camina dos pasos, vuelve, se asoma a la ventanilla y me dice, bajito, otra vez:

-Gracias doña.

La miro y me sorprendo, hay una casi sonrisa en los ojos, me agarra la mano y me devuelve uno de los billetes.

-Le mentí, quería comer, en el bar de acá me guardan las sobras, pero usté es buena...

Se va. El tachero me mira por el espejo como diciendo "boluda, te engañaron".

Pero no, me siento bien, no se porqué.... me voy a casa.

Quedó tortilla de anoche y el tetra que dejó el hombrecito.

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