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Martes, 9 de junio de 2015

CONTRATAPA

Una historia de cuando Martín tenía casi veinte años

 Por Eugenio Previgliano

Creo que el consejo es de Rainer Maria Rilke, de su "Carta a un Joven Poeta": "No escriba poemas de amor".

La declaración es zonza: me gustás vos, tu encanto interminable, tu sonrisa maravillosa, tu talle de junco, tu voz melodiosa, tu mirada encantadora, tus formas deliciosas y otras cosas que no enumeraré para no parecer monótono, como por ejemplo, tus finos cabellos, tu prolijo peinado, tu maravillosa forma de mirar los atardeceres, tu piel de nácar, tu único e irrepetible modo de tomar el tenedor, el lunar de tu nalga.

Pero la verdad es que publicar un libro de poesía en los días en que Martín tenía casi veinte años era, sin duda, mucho más arduo, no sólo por el afán de no caer en enumeraciones fatuas, ni por lo complicado que es -no siendo Baudelaire - escribir y publicar poemas a los dieciocho. A esto que está dicho por la mitad, pero se espera poder decir mejor más adelante, habría que agregarle la sospecha setentista que pesaba entonces - cuando Martín tenía casi veinte años- , sobre todo aquello que rondara los veinte años, y muy especialmente sobre la gente de alrededor de veinte años entre los que nos contábamos por legiones - recordará el lector mayor- los subversivos, amenaza para el Occidente Cristiano.

Y sin embargo no puedo dejar de pensar en tí, de recordarte, de sentir que te deseo, que extraño el aroma untuoso y suave de tu piel cuando nos amamos, que todos los intentos vanos que he hecho en mi fatua vida no han pasado de ensayitos, que quisiera si no la vida entera, pasar muchos largos años a tu lado y hacer cosas y más cosas que después se recuerden como una empresa interminable, como los logros del amor. No puedo apartarme de tí sin sentir una opresión en el pecho, no puedo acercarme a tí sin sentir palpitaciones, no puedo aproximarme a tí sin sentir un aura de calor que me va envolviendo y que nos vuelve uno distinto del que hemos sido mientras no estábamos juntos.

Para publicar este libro, en cambio, hay que acordar sobre todo lo que hemos intercambiado durante tal vez un año, buscarle un título que nos satisfaga a todos, encontrar un editor, distribuirlo, intentar venderlo, buscarle críticos, lectores, es necesario realizar una gran cantidad de reuniones entre todos los autores, someter el material a la lectura crítica e impiadosa de alguien a quien todos respetemos, pensar que este libro -si no lo incinera el gobierno- durará muchos años, tal vez incluso más que los autores, saber, estar determinados a actuar a la altura de las circunstancias, a que cualquiera emita un juicio en cualquier sentido sobre lo que se publique incluso, esa especie de sentencia de muerte que es la etiqueta de subversivo en los días en que Martín tenía casi veinte años, y nunca se repetía porque todos los días encontraba algo nuevo, o novedoso y distinto para pensar, para decir, para hacer, para amar.

Yo, en cambio y sin embargo, lo único que quiero es repetir el rito del amor, abrazarte con mis brazos abrasadores todo el cuerpo tuyo y repasar una y otra vez tus cicatrices, tus pechos y con tranquilidad recorrer esa piel clara, esos pliegues deliciosos, encantadores, y una vez y otra vez amarte para más tarde volver a amarte y por si no lo has entendido perderme hasta perderte en un beso largo que nos demos un largo rato y que nos lleve, encantados, hasta el abismo en que sucumbo inmolado en el altar del amor, de la pasión, amora, sacrificado como me he sido sobre el ara de tu amor ardiente.

Publicar un libro en cambio, importa una medida y oportuna opinión en las entrevistas que nuestro editor haya conseguido, un gesto simple y puro frente a los lectores, una aséptica mirada sobre lo que se dice, una diplomática forma de sugerir ciertas cuestiones y una fortuna personal fuerte que permita que nadie nos enjuicie por pensar feo, cuestionar al mundo o denostar la religión.

Quererte, sin embargo es una cosa diaria, sazonada de anécdotas risueñas y deseables, que se encadena con otras cosas no menos gratas, orgulloso y contento de esta felicidad que sola y acompañada viene, a diario a poblarse de celos, de esos demonios que somos nosotros, del sufrimiento donde me duele el otro, del lugar grato y pleno donde, finalmente, después de tanta parte y tanto todo, con alegría, nos encontremos.

Presentar el libro, invitar gente, solicitar a los medios que lo anuncien, que lo critiquen, que lo cuelguen, lo crucifiquen, que digan algo malo, bueno, regular pero nunca lapidario sobre el libro, corregir las pruebas de galera, acarrear los cajones con libros, despacharlos, y seguir amándote, tanto, interminablemente, a lo largo de los tiempos, esa era una cosa que otros, ellos, entonces, esos que alguna vez también nosotros fuimos, pudimos hacer, aunque a veces se nos haga cuento.

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